La incertidumbre y el hematocrito
Lo perverso del dopaje en el deporte no est¨¢ (o no s¨®lo) en que trampee los resultados del esfuerzo o resulte peligroso para la salud de sus practicantes. Si as¨ª fuera, el problema podr¨ªa atenuarse permiti¨¦ndose el uso libre y general de cualquier t¨¦cnica o sustancia y tratando de paliar sus efectos nocivos. El problema que plantea es de ¨ªndole ¨¦tica y afecta al nervio central de la competici¨®n deportiva. No ya porque supone un atajo fraudulento en la preparaci¨®n del atleta, sino porque interfiere en un factor esencial de la competici¨®n, la incertidumbre. Como ha apuntado Daniel Innerarity, el deportista profesional est¨¢ entrenado para ofrecer algo que no est¨¢ seguro de poder dar en el momento preciso. Tiene que llegar a los l¨ªmites del propio rendimiento, sobrepasar incluso sus fuerzas si es exigido por el contrincante, y, adem¨¢s, debe hacerlo en el instante crucial, afrontando circunstancias imprevisibles.
El dopaje altera la vivencia subjetiva de la duda y del azar, que son para el deportista adversarios tan temibles como los competidores que le disputan la victoria. Por muy intensamente que se haya preparado, el ciclista limpio -hablemos de ciclismo, ya que en la dureza de la disciplina ha arraigado con fuerza la enfermedad- no sabe si su organismo podr¨¢ responder seg¨²n lo previsto cuando la carretera, los rivales o su propio cerebro lo exijan. El dopado tampoco tendr¨¢ esa certeza, pero con las ayudas tramposas habr¨¢ recortado el margen de incertidumbre en grado suficiente como para corromper la competici¨®n. ?l s¨ª tiene la seguridad de que, gracias al dopaje, ser¨¢ capaz de sobrepasar aquellos l¨ªmites que no pudo alcanzar limpiamente con su esfuerzo.
Son esas presunciones y certezas a gritos las que envenenan los pelotones ciclistas desde la categor¨ªa de aficionados. Por atajar sus dudas, los tramposos las siembran por todas las cunetas. Y as¨ª matan las ilusiones de los amantes del ciclismo, condenados a sospechar que detr¨¢s de las gestas de nuestros h¨¦roes hay un se?or con bata.
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