La taberna global
Chatear, que todav¨ªa para la Academia es, adem¨¢s de un trabajo agr¨ªcola andaluz, "beber chatos de vino", aparece en Internet como "sin¨®nimo de ciberconversaci¨®n libre de identidades, raza, sexo, talla o nacionalidad". Wikipedia precisa que viene de "chat, en ingl¨¦s charla", y que habitualmente sus usuarios lo hacen bajo "seud¨®nimos, en Internet nicks". Alias que se entienden como la garant¨ªa de la libertad, que independiza la voz escrita de los compromisos de la identidad, la raza, el sexo, la nacionalidad, y, qu¨¦ curioso pero qu¨¦ atinado, la talla. Yo supongo que tambi¨¦n la edad, la clase y hasta el acento, todas las se?ales de pertenencia identitaria que nos hacen, a unos por una, a otros por otra, candidatos a la discriminaci¨®n. Aunque sea positiva.
Los defensores del anonimato en el chat tienen muchas y s¨®lidas razones, que responden no s¨®lo a sus ansias de libertad, sino tambi¨¦n a una minuciosa radiograf¨ªa de la comunicaci¨®n en el mundo real. Ya se sabe que, depende de qui¨¦n habla o d¨®nde se publica, las palabras ganan o pierden peso, gracia, significado. Los chateros (?chateadores?) quieren una comunicaci¨®n desnuda, libre, v¨¢lida por s¨ª misma. Y el propio nombre puede transmitir autoridad o quitarla en absoluto. No es cierto que son igual de verdad la de Agamen¨®n y la de su porquero, pero sin cuerpo y sin nombre, el rey y su criado hablan con el mismo poder. Con ninguno. Como se presentan los contertulios, bajo un alias que les convierte en comunicaci¨®n pura. En ¨¢ngeles comunicadores.
Claro que la verdad es otra cosa. La verdad del chat es imposible de verificar. En primer lugar, gracias al anonimato: el nombre es el ¨²nico garante de la verdad del discurso por una sencilla raz¨®n: es quien responde de ¨¦l. A todos los efectos, incluso legales, el que firma es responsable de sus palabras. Pero adem¨¢s pretende situarse a otro nivel de realidad, en la realidad virtual, que ya ha declarado su independencia. La Red es otro mundo, aunque est¨¦ en ¨¦ste.
Y estar, est¨¢. Que se lo pregunten a los damnificados, que los hay, y no me refiero a la ciberdelincuencia econ¨®mica: me refiero a la catarata de insultos, calumnias y chacotas diversas contenidas en los distintos chats. Damnificados, claro, con nombre propio. Chats-basura de amplio espectro, de la pol¨ªtica a la cultura, del "mundo del coraz¨®n" al de los negocios. Chats que se cuelgan de los blogs, ¨¦stos si, firmados y supongo que querellables, y no voy a dar nombres, porque el miedo es libre. Y sus cabeceras, como otros "medios", no se responsabilizan de las opiniones de sus an¨®nimos participantes, a los que, por cierto, conocen muy bien: nadie puede entrar en ning¨²n chat sin identificarse previamente. En Internet todo el mundo es localizable. Los titulares de los "sitios" s¨ª lo saben.
Los chats-basura conviven bien con las telebasuras, esos programas en que se pasa sin problema de entrevistables a entrevistadores, de insultados a insultantes, nutridos un poco del cuch¨¦, un poco del reality, un poco del mal vivir, y que han construido esa nueva categor¨ªa humana que son "los famosos". Pero no s¨®lo: tambi¨¦n conviven con la radiobasura, las tertulias basura, en fin, y se retroalimentan. Pertenecen a una ins¨®lita manera de hacer que est¨¢ configurando ya nuestra manera de ser, nuestra manera de entender la realidad, y que es muy adictiva, como se?alan las audiencias. Y es que todos ellos participan impunemente de ese sutil desenfoque moral que borra los l¨ªmites de lo p¨²blico y lo privado, de lo decible y lo indecible, de la suposici¨®n, la certeza y la calumnia. De los temas que pueden y no pueden tocarse p¨²blicamente, aunque fueran verdaderos. De la raya que separa la cr¨ªtica y la descalificaci¨®n, por ejemplo. Masajean lo peor, y moralizan como inquisidores.
Ya sabemos que el esc¨¢ndalo, junto a la burla, el insulto y la murmuraci¨®n denigratoria, son las formas m¨¢s antiguas y eficaces del control social. Las que la modernidad disolvi¨® consagrando las libertades individuales, las que silencia la moral laica de la diferencia, que no es otra que la de la afirmaci¨®n de la privacidad como derecho, pero tambi¨¦n de la ley como marco de convivencia para lo mejor. Libres y an¨®nimos para intervenir, pero atentos cotillas para controlar, los chateros ejercen la funci¨®n que el antiguo r¨¦gimen asignaba a porteras, beatas y biempensantes de casino. Tricotar el tejido moral de nuestra sociedad.
?Agamen¨®n y su porquero? ?Todos igual de iguales? Un bello sue?o posible desde Internet. La ley tendr¨¢ que protegernos de los nuevos ciberdelitos, pero hay algo m¨¢s, que supera la norma y que trasversaliza a la sociedad. Como me dec¨ªa un especialista en chats y blogs, los chateros comentan lo que se les viene a la boca, "como se hace en la taberna". Pero hay una peque?a diferencia: lo del bar pertenece al ¨¢mbito de lo privado. Lo otro est¨¢ en... la taberna global.
Rosa Pereda es periodista y escritora.
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