El atlas de Europa siempre se queda viejo
La desaparici¨®n de la URSS y la divisi¨®n de Yugoslavia han producido una constelaci¨®n de nuevos Estados en los ¨²ltimos 17 a?os
El atlas o el mapa de Europa que millones de padres en todo el mundo compraron el pasado a?o a sus hijos contiene desde la pasada semana un error que a?adir a los muchos que traer¨¢ de imprenta. All¨¢ por encima de la ciudad albanesa de Shkodra, otrora c¨¦lebre puerto otomano, y por debajo de la no menos legendaria ciudad-fortaleza veneciana de Dubrovnik, se asoma al Adri¨¢tico, en el Estrecho de Otranto y por el estuario de Kotor, un Estado renacido a la independencia, Montenegro (Crno Gora), que hace a¨²n m¨¢s colorido a la mirada ingenua del escolar un mapa europeo que no deja de cambiar desde que donde hab¨ªa dos Alemanias de repente s¨®lo qued¨® una. Hace poco m¨¢s de tres lustros de aquello, pero los mapas que estudiaban los ni?os en 1989 son hoy tan obsoletos como la cartograf¨ªa utilizada en el Tratado de Paz de Westfalia o en el Congreso de Viena.
Los atlas que los ni?os estudiaban en 1989 son hoy tan viejos como los de la Paz de Westfalia
Los efectos criminales del nacionalismo no han disuadido a sus emuladores
Si la reunificaci¨®n alemana emocion¨® al mundo y especialmente a una Europa que superaba la divisi¨®n impuesta por la guerra fr¨ªa, otros cambios de fronteras y la creaci¨®n de nuevos Estados fueron asumidos con sentimientos mucho m¨¢s encontrados y algunos anegaron la vecindad en sangre. En junio de 1991, Eslovenia y Croacia, decididas a seguir en la senda hacia la democracia con todos los pa¨ªses ya ex comunistas centroeuropeos, proclamaron su independencia de un r¨¦gimen yugoslavo secuestrado por el ultranacionalismo hegemonista de Slobodan Milosevic. En Montenegro ahora se cierra el pen¨²ltimo cap¨ªtulo de la agon¨ªa de un Estado inventado en 1918 sobre la falla cultural europea. Este a?o, Kosovo recibir¨¢ la confirmaci¨®n, de una forma u otra, de su independencia.
Estos quince a?os que concluyen en los Balcanes con la existencia de siete Estados -no ocho porque la demograf¨ªa en la Voivodina la inclina a una resignada existencia en Serbia- donde antes hab¨ªa uno, Yugoslavia, han estado jalonados de pesadillas y tragedias para todas las sociedades implicadas. Algunas siguen sumidas en ellas. Otras temen que, de no dar muy pronto el ansiado salto hacia la modernidad, vuelvan a precipitarse en el conflicto del odio, de las guerras de paranoias identitarias y ambiciones territoriales. Las consecuencias devastadoras y criminales de las aventuras nacionalistas no han tenido efecto disuasorio sobre los caudillos del redentorismo identitario all¨¢ donde ha prendido en Europa esa "peste", como la califica V¨¢clav Havel.
El inolvidable Czeslaw Milosz, poeta y Nobel polaco, hablaba de Europa como "el gran ¨¢rea este-oeste", algo as¨ª como un gran paisaje en la idea y en la civilizaci¨®n en el que toda frontera tiene algo de obsceno, de ofensivo. Cuando Stefan Zweig y Joseph Roth hablaban en la primera mitad del siglo XX de su Europa, que ve¨ªan perdida ante la brutal ofensiva de los nacionalismos y totalitarismos en general, ambos cantaban a un mundo centroeuropeo de espacios abiertos, "la Europa de los horizontes", en contraste para nada conflictivo con la "Europa de las fronteras", que era la occidental de los grandes Estados nacionales consagrados una vez incorporados Alemania e Italia a los de arraigo antiguo, que eran Francia, Espa?a e Inglaterra.
Tras invernar durante medio siglo en la guerra fr¨ªa, todo salt¨® por los aires cuando se hundi¨® la idea redentora del comunismo y con ella la URSS. Los Estados ocupados tras la Segunda Guerra Mundial por Stalin y su Ej¨¦rcito Rojo recuperaron su libertad en 1989, cuando Mija¨ªl Gorbachov se neg¨® a ahogar en sangre las revueltas democr¨¢ticas, tal como le ped¨ªan algunos. Checoslovaquia, como Yugoslavia un Estado artificial y absurdo producto del buenismo protestante del presidente Woodrow Wilson despu¨¦s de la Primera Guerra Mundial, se rompi¨® de forma no ya civilizada sino casi elegante. Los eslovacos, henchidos de orgullo nacional, exigieron la independencia a Praga y se encontraron con unos checos que no deseaban otra cosa.
En Versalles, Trianon y Saint Germain en 1919, los aliados con Wilson y el vengativo Clemenceau a la cabeza hab¨ªan echado mano de los mapas y enredado tanto con los colores que acabaron por no entender aquellos tornasolados frutos de la historia. M¨¢s de una vez se adjudicaron islas en el Egeo a Turqu¨ªa o Grecia bas¨¢ndose en una demograf¨ªa que cre¨ªan haber le¨ªdo en un mapa topogr¨¢fico.
Cuando la URSS se qued¨® sin sat¨¦lites, comenz¨® en su seno la inmediata rebeli¨®n de sat¨¦lites fagocitados por los bolcheviques. Con Finlandia no hab¨ªan podido, pero s¨ª con los tres b¨¢lticos, Estonia, Letonia y Lituania. Nada m¨¢s implosionar la URSS, estos tres Estados renacidos como independientes establecieron sus v¨ªnculos comerciales y culturales tradicionales con Escandinavia y Europa central y hoy son miembros de la UE y de la OTAN con muy buena salud. Se crean fronteras, unas por l¨®gica hist¨®rica, otras por oscuras maniobras, unas defendibles, otras grotescas. Y a un tiempo se generan mec¨¢nicas para que prosiga la globalizaci¨®n y surgen lo que el historiador Karl Schl?gel llama las "sendas del hormigueo", imperceptibles mientras no alcanzan masa cr¨ªtica, en las l¨ªneas de autobuses que transportan millones de europeos a trav¨¦s de fronteras, fontaneros polacos a Par¨ªs, gitanos rumanos a Madrid, transportes de todo a todas partes: del tr¨¢fico de mujeres, fuerza laboral o coches robados igual que comercio legal, trasvase de estudiantes o intercambio de servicios.
Los B¨¢lticos lograron salir muy bien de su tr¨¢gico siglo veinte, los ucranios tienen esperanzas en poder dejar atr¨¢s el miedo y la miseria y los bielorrusos sin embargo siguen como en los peores tiempos. Y en alg¨²n otro Estado reci¨¦n nacido, como Moldavia, la antigua capital imperial se encarg¨® de crear otro Estado dentro del reci¨¦n nacido. La rep¨²blica del Transdniestr, como caballo de Troya de Mosc¨², cumple la funci¨®n de agitar desde el separatismo independentista, como hace en Georgia, en Azerbay¨¢n y all¨¢ donde quiere recomponer hegemon¨ªa.
El presidente Putin ha sabido usar sus cartas para que los cambios de frontera dejaran de perjudicar siempre a los intereses de Rusia. Las rep¨²blicas de Asia central tienen fronteras propias, pero viven bajo control de Mosc¨² o de satrap¨ªas que convertir¨ªan cualquier invasi¨®n en consuelo.
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