Cartas sobre el Yak-42
Estoy obligado, director, a referirme a un art¨ªculo publicado en su peri¨®dico el viernes 25 de mayo, en el que se entresacaban frases de unas cartas m¨ªas, escritas a mediados de 2005, enviadas a la autora de un libro sobre el tr¨¢gico accidente del Yak-42.
Esta periodista, como otros, buscaba honestamente causas y consecuencias del mismo, con la visi¨®n clara de evitar otros, de no repetir errores. ?sta fue desde luego mi impresi¨®n y, a pesar de su juventud, me pareci¨® consecuente y ponderada.
Lo dem¨¢s, ya lo sabe.
Se publicaron unas cartas privadas en espacios p¨²blicos, lo que no modifica en nada su exclusiva condici¨®n personal y privada. Ello pone a prueba mi condici¨®n de persona abierta que no me permite asumir, sin m¨¢s, la opini¨®n de algunos de mis compa?eros que dicen que a la prensa ni agua y cuelgan el tel¨¦fono.
Y, aunque me equivoque, creo que somos parte de la sociedad y ella debe conocernos, con nuestros defectos y virtudes. Porque, gracias a Dios, vivimos en un pa¨ªs libre y la libertad de expresi¨®n es un don b¨¢sico, no s¨®lo porque lo recoja el art¨ªculo 20 de nuestra Constituci¨®n.
Por supuesto, las gentes de armas asumimos como grandeza la servidumbre de no opinar en determinados temas y lo cumplimos cuando tenemos mando en activo, pero cuando dejamos todo tipo de responsabilidades sobre el mando de tropas o sobre el uso leg¨ªtimo de la fuerza de las armas, tenemos derecho, como cualquier ciudadano, a tener el amparo constitucional.
Porque no somos ciudadanos de segunda; el que parezcamos mudos, no significa que seamos ciegos e insensibles. No quiero el menor protagonismo, director. No busco m¨¢s que vivir tranquilo en mi querida isla, rodeado de familia y de buenos amigos y paisanos que bien me conocen.
No haga de un lenguaje coloquial una portada. Un ministro espa?ol llam¨® gilipollas a Tony Blair. Todos asumimos que el micr¨®fono abierto era coloquial. Y as¨ª tambi¨¦n lo interpret¨® el Gobierno de su Graciosa Majestad. ?Menos mal! Por menos motivos ocuparon los brit¨¢nicos Menorca tres veces durante el siglo XVIII. Pero, d¨¦jeme que diga lo que no puede decir mi gente. D¨¦jeme que siga confiando en el ser humano, en los valores de la buena fe, de la confianza, de la verdad, aunque estos -algunas veces- se nos presenten violados.
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