Las campeonas de los Andes
Viven en una aldea en los Andes, a cien kil¨®metros de Cuzco, y desde hace a?os celebran con partidos de f¨²tbol las cosechas, los nacimientos y las fiestas. Las mujeres de Churubamba juegan como verdaderas profesionales, sin botas ni entrenador. Y ganan t¨ªtulos
Benedicta Mamani recoge una pelota de su cocina y sale cojeando bajo la ma?ana helada de diciembre. Est¨¢ lesionada. Ayer camin¨® mucho persiguiendo a las ovejas que pastaban en la monta?a y ha amanecido con las pantorrillas moradas. Frota sus piernas con llant¨¦n, una planta analg¨¦sica que crece en el huerto de su caba?a. No quiere perderse el partido de entrenamiento de esta ma?ana: Mamani es delantera y capitana del equipo de f¨²tbol de su aldea. Tiene 40 a?os. Hoy viste un traje que ella misma ha fabricado, como suelen hacer todas las mujeres de Churubamba, un pueblo de campesinos cuya selecci¨®n de f¨²tbol femenino ha ganado cinco veces las Olimpiadas de la provincia de Andahuaylillas, una ciudad de edificios de adobe a 100 kil¨®metros del Cuzco. Mamani lleva cuatro juegos de faldas de colores, una blusa blanca, una chaqueta de lana de alpaca y un sombrero chato, cuadrado, de alas anchas, bordado con hilos de colores y salpicado de lentejuelas. Es la vestimenta oficial para jugar al f¨²tbol, la ropa que usan todos los d¨ªas.
Son las seis de la ma?ana, y un meg¨¢fono retumba en la aldea como un despertador: "Se?oras, ha llegado la avena desde la ciudad. Reuni¨®n en la cancha de f¨²tbol. Despu¨¦s se jugar¨¢ un partido". Churubamba es una altura lejana y caprichosa: a 4.000 metros sobre el nivel del mar, las cumbres de la cordillera de los Andes rodean una planicie muy verde. El paisaje de la aldea parece la imitaci¨®n natural de un gran estadio de f¨²tbol. Aqu¨ª no hay una comisar¨ªa, ni un prost¨ªbulo, ni una iglesia, pero s¨ª dos arcos de madera en el centro de la gran explanada-plaza de armas-cancha de f¨²tbol. Alrededor, s¨®lo hay 60 casas de barro con techos de paja y una escuela donde se aprende a contar y a leer en quechua, el idioma que hablan m¨¢s de siete millones de personas en los Andes del Per¨². El segundo idioma m¨¢s extendido podr¨ªa ser el f¨²tbol en este universo de monta?as altas donde tampoco existen el transporte p¨²blico ni los zapatos.
Cada 15 d¨ªas, la municipalidad del distrito de Andahuaylillas, la ciudad m¨¢s pr¨®xima, env¨ªa a Churubamba una camioneta repleta de bolsas de avena. La llegada del cereal es una fecha tan importante que paraliza la aldea como si se tratara de un d¨ªa feriado. Los hombres dejan la siembra para cargar los cereales y las mujeres se re¨²nen en la plaza-cancha de f¨²tbol para repartir el alimento, seg¨²n el n¨²mero de hijos de cada familia. Despu¨¦s del reparto, las mujeres suelen hacer dos cosas: discutir asuntos de la comunidad y disputar un partido de f¨²tbol. El f¨²tbol es una tradici¨®n joven, con poco m¨¢s de veinte a?os, y es una novedad que se acaba de descubrir apenas una generaci¨®n atr¨¢s. Las mujeres lo juegan mejor, si jugar mejor significa ganar trofeos.
Esta ma?ana hay un juicio en la aldea. Una mujer obesa es acusada de comer demasiada avena. Se llama Toribia Ccopa, y el juicio, como todas las decisiones, ser¨¢ comunal. Si te casas, la comunidad te entrega un terreno. Cuando mueres, la tierra retorna a la comunidad. Si robas, la comunidad te lleva al r¨ªo Vilcanota y te hace reflexionar a latigazos. Si descubren que tienes una amante, te expulsan del pueblo. En la asamblea hay 20 mujeres y algunos hombres.
Seg¨²n la FIFA, 40 millones de mujeres practican el f¨²tbol de manera oficial en todo el planeta. Es decir, en clubes o en asociaciones. Si la cantidad fuera una mancha sobre un globo terr¨¢queo -que tambi¨¦n es una pelota-, apenas salpicar¨ªa dos o tres pa¨ªses de Europa, el continente donde m¨¢s mujeres practican este deporte. Pero ni la FIFA conoce Churubamba, ni Benedicta Mamani sabe de estad¨ªsticas. Tampoco sabe leer. Mientras los hombres terminan de retirar las bolsas de avena de la cancha de f¨²tbol, ella y otras ocho mujeres han formado un equipo y discuten alrededor de la pelota sobre la lesi¨®n de su capitana.
La historia comienza en 1982, a?o del Mundial de f¨²tbol en Espa?a. La selecci¨®n de Per¨² debut¨® en aquel campeonato empatando con Italia, una de las selecciones favoritas. Los habitantes de Churubamba escuchaban las noticias a trav¨¦s de sus radios, y algunos bajaban de la monta?a para espiar los partidos en televisores de las ciudades vecinas. Al regresar a su comunidad, miraron con malicia la plaza de armas y colocaron all¨ª arcos de madera con ayuda de sacerdotes de la iglesia de Andahuaylillas, que vieron en el f¨²tbol un remedio que pod¨ªa reducir algunos problemas de las aldeas. El alcoholismo, por ejemplo, un vicio barato que sobrevivi¨® a la ¨¦poca de las haciendas. Benedicta Mamami era ni?a en esa ¨¦poca, y recuerda que su abuela, que ya era una anciana, tambi¨¦n aprendi¨® a patear la pelota y beb¨ªa menos antes de morir. Durante los a?os noventa, Alberto Fujimori fue un presidente del Per¨² que, con la excusa de reducir las estad¨ªsticas de pobreza en las zonas rurales del pa¨ªs, auspici¨® una campa?a para esterilizar a las mujeres. La campa?a lleg¨® a Churubamba. El profesor Pilco dice que cuando una mujer llegaba al hospital de Andahuaylillas para curarse de un dolor de est¨®mago, all¨ª la atend¨ªan, pero adem¨¢s le ligaban las trompas. Resultado: en aquella d¨¦cada nacieron menos pobres.
"Tuvimos que cerrar la escuela porque no hab¨ªa alumnos", dice el profesor. "Imagine el castigo de la esterilizaci¨®n en un pueblo donde las mujeres son criadas para tener hijos y los hijos son criados para trabajar la tierra. A ellas les sobraba el tiempo libre".
En el relato del profesor, las mujeres empezaron a jugar porque ten¨ªan tiempo de sobra para hacerlo. Pero es dif¨ªcil comprobarlo y tratar de cruzar el terreno de la f¨¢bula. Un total de 150.000 mujeres fueron esterilizadas en Per¨² durante el Gobierno de Fujimori. Pero no todas son futbolistas, ni viven en una aldea donde el centro del mundo es una cancha de f¨²tbol, como en Churubamba. Lo cierto es que en 1999, la Iglesia cat¨®lica de la zona organiz¨® un campeonato deportivo donde deb¨ªan participar todas las aldeas campesinas de las monta?as y los barrios de Andahuaylillas. "Cre¨ªamos que el deporte era una manera de tender los puentes con esas poblaciones alejadas", dir¨ªa despu¨¦s el sacerdote de la ciudad. Aquella vez, la Iglesia propuso que los hombres compitieran en f¨²tbol, y sus esposas, en voleibol. Ellas explicaron que tambi¨¦n sab¨ªan patear y consiguieron que se reconociera la categor¨ªa femenina. Poco despu¨¦s ganaron el campeonato de mujeres, y entonces empez¨® su leyenda sin derrotas.
Suena el pitido del ¨¢rbitro para ordenar que los ni?os y los perros abandonen el campo. Entran los dos equipos: nueve jugadoras en cada uno, con faldas floreadas. Un muro de barro delimita la cancha del resto de la aldea. All¨ª est¨¢ sentado el esposo de Benedicta Mamani, conversando con los esposos de las otras jugadoras. Se llama Encarnaci¨®n. ?Le molesta que su esposa juegue al f¨²tbol? ?Cu¨¢nta libertad tienen las mujeres en la aldea? "Ellas tienen que cumplir su tarea de madres, y nosotros como padres", dice; "despu¨¦s, todos podemos jugar".
El partido est¨¢ por comenzar. Un equipo se llama Mirador de Churubamba y est¨¢ capitaneado por Benedicta Mamani. El otro se llama Club Churubamba, y su l¨ªder es Andrea Puma, una mujer de unos veinte a?os. Desde el a?o 2000, es la capitana de la selecci¨®n oficial del pueblo.
"Las que pierdan, que regresen a atender a sus maridos", amenaza colocando las manos sobre sus amplias caderas.
Otro pitido del ¨¢rbitro. La pelota rueda fuera del campo. Un ni?o llora a gritos en la tribuna. Su madre abandona el puesto de centrocampista para consolarlo. Andrea Puma levanta el brazo. Est¨¢ en el ¨¢rea rival. Saque lateral. Benedicta Mamani detiene la pelota con el pecho. Sus pantorrillas moradas y doloridas est¨¢n gobernadas por la concentraci¨®n. Saque de meta. Minutos despu¨¦s, Mamani grita de dolor: la u?a de su dedo gordo se ha partido en dos, y sangra. Mamani sale del campo apoyada en dos compa?eras. Sin su capitana, Mirador de Churubamba soporta el resto del partido sin gloria. Empate sin goles. Premio para las ganadoras: panes con queso y algunas naranjas, regalos del alcalde de Andahuaylillas. Para las perdedoras, lo mismo.
Para celebrar su aniversario, la municipalidad de la ciudad de Andahuaylillas ha organizado un partido de exhibici¨®n entre la selecci¨®n de Churubamba y la selecci¨®n local, un equipo de mujeres dedicadas al comercio de artesan¨ªas. Ellas s¨ª hablan castellano, han ido a la escuela y usan zapatillas.
"Ac¨¢", dice Andrea Puma. "las mujeres sabemos cocinar bien, atendemos a nuestros ni?os bien, cosechamos con nuestros esposos bien. Somos fuertes, y, entonces, sabemos jugar bien".
El d¨ªa del partido de f¨²tbol, el cielo de Andahuaylillas ha amanecido despejado y azul, como una gran c¨²pula pintada a mano. Las calles de la ciudad son peque?os pasajes empedrados donde merodean algunos turistas que disparan sus c¨¢maras fotogr¨¢ficas. Las casas son de paredes blancas que envuelven una plaza amplia donde dormitan cuatro ¨¢rboles frondosos y tan viejos como la iglesia, construida en 1650. Los libros de viaje la promocionan como "la Capilla Sixtina del Per¨²". En su interior, los turistas se fascinan al descubrir paredes llenas de aterradoras pinturas murales.
Andrea Puma mira la porter¨ªa rival y lamenta su mala punter¨ªa. El disparo le sali¨® muy alto. El c¨¦sped crecido y h¨²medo como una esponja ata los pies de las jugadoras visitantes. Churubamba est¨¢ ganando por un gol a cero.
El cielo oscurecido por las nubes negras arroja sombras sobre un estadio donde podr¨ªan entrar 5.000 personas. S¨®lo han llegado 200 curiosos. Las tribunas son de cemento y est¨¢n pintadas con los colores del arco iris. En la d¨¦cada de los setenta, un abogado de Cuzco dijo que as¨ª hab¨ªa sido la bandera del imperio de los incas. No era cierto. Pero su invento era tan convincente que pronto se hizo verdad en el lucrativo negocio del turismo. En el centro de la tribuna principal, el alcalde de Andahuaylillas se preocupa por el mal tiempo. Se llama Guillermo Chillihuane, y naci¨® en una aldea cercana de campesinos. Cuando era ni?o, recuerda, sus padres le enviaron a estudiar a la ciudad. All¨ª aprendi¨® espa?ol, trabaj¨® en lo que pudo, y con sus ahorros estudi¨® ingenier¨ªa en una Universidad de Cuzco. Muchos habitantes de Churubamba y otras aldeas quechuas sue?an con algo parecido para sus hijos. Les env¨ªan a estudiar en las escuelas de la ciudad, pero como la distancia que separa sus aldeas es tan grande que los ni?os no pueden ir y volver en el mismo d¨ªa, los padres han edificado un asentamiento de casitas de barro en las faldas de las monta?as, muy cerca de un r¨ªo. Se llama Nuevo Churubamba, y parece un pueblo fantasma. Los ni?os viven all¨ª de lunes a viernes y duermen sobre pellejos de oveja, cubiertos de fr¨ªo.
"Como no tienen familiares cerca, deambulan por la ciudad pidiendo dinero a los turistas", dice Chillihuane. El deporte es una manera de combatir esos problemas, y estamos construyendo m¨¢s canchas de f¨²tbol.
El alcalde de Chillihuane mira su reloj y se levanta de la tribuna para conversar con el ¨¢rbitro. En el campo, las jugadoras de la ciudad tambi¨¦n est¨¢n preocupadas por el tiempo. Quieren empatar. Las jugadoras de Churubamba est¨¢n cansadas. Final. El equipo ganador corre hacia el filo de la cancha, como si escapara de los premios.
La lluvia ha estallado. Las gotas de agua parecen pelotas diminutas haciendo blanco sobre las cabezas. La ceremonia de los premios es muy r¨¢pida. En unos minutos, el espect¨¢culo se desarma. El alcalde trepa a una camioneta, junto con el equipo de la ciudad. Las jugadoras de Churubamba, sus hijos de pecho y sus esposos suben a un cami¨®n de carga protegido por un toldo grueso. La subida a la aldea ser¨¢ peligrosa y muy lenta. Tardar¨¢ m¨¢s de tres horas. La pr¨®xima vez que haya un partido de f¨²tbol, es posible que las jugadoras de Churubamba vistan esas mismas camisetas que acaban de ganar y algo habr¨¢ cambiado en su vestimenta. ?Ser¨¢n ¨¦sos los puentes que se debe tender para unir el mundo de las alturas con el de la ciudad? Entonces, ?por qu¨¦ no les ofrecen zapatillas? La respuesta abre un t¨²nel en el tiempo. "Porque sus pies son tan gruesos que no caben en otra cosa que en las ojotas (zapatillas)", dice el alcalde. Paso a paso, la civilizaci¨®n occidental es una educaci¨®n lenta que empieza por los pies.
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