La 'banlieue' sigue sentada en un polvor¨ªn
Viaje al barrio de Par¨ªs en el que naci¨® la protesta contra el Estado franc¨¦s
Youssef Bouzidi comprueba cada d¨ªa, siempre que pulsa el botoncito del ascensor, que es un ciudadano franc¨¦s de tercera divisi¨®n. Desde hace cuatro a?os, este hombre aprieta el bot¨®n del octavo para subir a su casa, de 50 metros cuadrados, que est¨¢ en el s¨¦ptimo. El ascensor no para en el piso de Bouzidi, y nadie se ha preocupado nunca de arreglar eso. Para bajar a la calle desde el s¨¦ptimo, Bouzidi, profesor de matem¨¢ticas en paro, tambi¨¦n sube al octavo. Ser¨ªa m¨¢s l¨®gico bajar al sexto, pero el ascensor, aunque se detiene ah¨ª, no acude si se le llama desde arriba. Un l¨ªo. En el id¨¦ntico bloque de 10 plantas de al lado (en el fondo edificios de chabolas agrupadas en altura), todo es m¨¢s f¨¢cil: el ascensor no funciona nada de nada. En Clichy-sous-Bois, a 15 kil¨®metros de la Torre Eiffel, casi nada funciona bien, los adultos se sienten franceses de tercera y los j¨®venes no se han sentido franceses jam¨¢s.
"La pr¨®xima vez saldremos los mayores, y tendr¨¢ que venir el Ej¨¦rcito", dice Abdel
"No era normal ese silencio en el barrio, sab¨ªamos que algo iba a pasar", se?ala Tari
"La verdad es que no s¨¦ por qu¨¦, pero huimos de aqu¨ª", afirma un profesor
"Lo hicimos para que se fijaran en nosotros, porque est¨¢bamos hartos", dice un joven
Hace seis meses, esta ciudad de 28.000 habitantes, la mitad de ellos con menos de 18 a?os, sirvi¨® de detonante a la revuelta de la periferia parisina, primero, y de todo el pa¨ªs despu¨¦s: los adolescentes m¨¢s descontrolados de los barrios pobres de Francia pusieron contra las cuerdas, a base de quemar coches, al Gobierno de Jacques Chirac. El lunes y el martes de esta semana ha vuelto a ocurrir. A nadie le ha extra?ado nada. De hecho, todos aseguran que habr¨¢ una tercera revuelta. Las condiciones sociales que sirven de gasolina no han variado a pesar de las promesas de noviembre. Todo es cuesti¨®n, dicen, de aguardar a que salte una tercera chispa.
"Pero en una de ¨¦stas saldremos los grandes", amenaza con una amargura indisimulable Abdel Harnoufi, de 25 a?os. "Y apunte en el cuaderno, jefe, que entonces van a tener que traer aqu¨ª al ej¨¦rcito para pararnos. Se lo juro".
Harnoufi dice esto en el cafet¨ªn El B¨®sforo, un local que parece trasplantado de una calle de Estambul o Rabat: su pandilla de amigos le acompa?a. Entre ellos hablan en dialecto argelino. Todos han nacido en Clichy-sous-Bois. Ninguno trabaja. Alguno trapichea con hach¨ªs. No toman nada porque no tienen un euro. Esperan con aburrimiento a que pase algo.
En Par¨ªs viven dos millones de personas. En la banlieue, o periferia, nueve m¨¢s. La parte noreste, el departamento 93, denominado la Seine Saint-Denis, es la m¨¢s desfavorecida. Un buen ejemplo es Clichy-sous-Bois, la m¨¢s pobre de todo ese departamento maldito, con un paro del 45%.
La mitad de las familias de esta zona no ingresa lo suficiente como pagar impuestos. Es al rev¨¦s: buena parte de ellos viven de las prestaciones sociales. Hay adolescentes que no han visto nunca trabajar a sus padres, subsidiados desde siempre, con una pensi¨®n que ronda los 300 euros al mes por persona. Las clases medias, franceses de origen franc¨¦s, desaparecen, desertan de este tipo de ciudades por miedo, por aburrimiento o por sensaci¨®n de soledad. "La verdad, yo no s¨¦ por qu¨¦ nos vamos, pero nos vamos: huimos de aqu¨ª", confiesa, con un notable sentimiento de culpa que le salta a los ojos, un profesor de instituto votante de izquierda, miembro del sindicato CFDT.
"Nos vamos los profesores, los funcionarios, los m¨¦dicos, el empleado de correos: venimos por la ma?ana, trabajamos, ganamos nuestro sueldo, y luego, por la tarde, volvemos a nuestra casa, que est¨¢ en otro sitio. Y ellos, nuestros alumnos, las personas que atendemos, se quedan. Con la sensaci¨®n de que les abandonamos. Y no les falta raz¨®n", a?ade.
"Mi hijo, que tiene 17 a?os, es el ¨²nico de su clase de origen franc¨¦s", se?ala Pascale Gervais, tambi¨¦n profesora, vecina de Clichy-sous-Bois desde hace 18 a?os. Gervais no piensa irse. Est¨¢ convencida de que su sitio se encuentra en esta ciudad descosida. A pesar de que su coche estuvo a punto de convertirse en un churrasco dos veces: hace seis meses y hace cinco d¨ªas. A pesar de que nada resulta f¨¢cil aqu¨ª.
No hay tren de cercan¨ªas, ni metro, ni tranv¨ªa. A Clichy-sous-Bois s¨®lo se llega mediante una tortuosa l¨ªnea de autob¨²s siempre abarrotada que se coge en otra ciudad lim¨ªtrofe. Es dif¨ªcil hasta tomar un caf¨¦: casi no hay bares, salvo El B¨®sforo, ni restaurantes. Ni comprar: casi no hay tiendas. No hay f¨¢bricas, ni negocios, ni oficinas. La huida de la clase media se ha llevado todo rastro de prosperidad. En el fondo es dif¨ªcil hacer cualquier cosa: tampoco hay cines, piscinas o casi campos de f¨²tbol. Ni siquiera hay un centro o una plaza para sentarse a charlar. Hab¨ªa un gimnasio, pero qued¨® hecho un tiz¨®n inservible tras los disturbios de octubre.
"Por no haber, no hay ni oficina del paro. Tenemos que coger el autob¨²s para apuntarnos en la de la ciudad de al lado ?Qu¨¦ le parece?", se?ala Bouzidi, el profesor de matem¨¢ticas y vicepresidente de una asociaci¨®n vecinal, AC le feu, que trata de organizar colectivamente a los j¨®venes.
Los del caf¨¦ de El B¨®sforo, los amigos de Abdel, se r¨ªen cuando recuerdan la revuelta de octubre. "Yo miraba por la ventana, jefe", dice uno, con una sonrisita de mentiroso. "Yo lo vi todo, pero no particip¨¦", a?ade otro, con iron¨ªa, con cachondeo. Pero dejan repentinamente de sonre¨ªr cuando hablan de Francia. "Puede que sea el pa¨ªs de Chirac. Pero no es el nuestro. El nuestro es otro", dicen. No saben qu¨¦ responder cuando se les pregunta cu¨¢l. Y su rostro se endurece a¨²n m¨¢s al recordar a sus muertos: "Eran tres amigos nuestros. De nuestro barrio. Nuestros hermanos".
La tarde el jueves 27 de octubre, tres adolescentes que pensaban que la polic¨ªa les persegu¨ªa se escondieron en un transformador el¨¦ctrico de 20.000 voltios. Son las cinco y media, casi de noche. Aguardan all¨ª escondidos una hora. Entonces, uno de los j¨®venes toca involuntariamente algo. Boun¨¢ Traer¨¦, de 15 a?os y Zyed Benna, de 17, mueren electrocutados en el acto. Muhittin Altun, tambi¨¦n de 17, queda gravemente herido en los brazos y en la espalda pero sobrevive. La zona cercana a la caseta se queda a oscuras a causa del cortocircuito.
La noticia de la tragedia tarda muy poco en llegar a los barrios de estos tres j¨®venes: Pama y Le Ch¨ºne Pointu, muy cercanos uno del otro. Son conjuntos ininterrumpidos de bloques de edificios de 10 plantas, con viviendas peque?as y superpobladas, muchas sin calefacci¨®n, con humedades y ascensores estropeados o esquizofr¨¦nicos, como el del profesor Bouzidi. Sin jardines, sin columpios en pie. Con pandillas de adolescentes sin nada que hacer esperando siempre abajo, jugando, metiendo ruido.
"Pero aquella tarde no se o¨ªa nada. Dieron las siete, las ocho, las nueve, y lo que impresionaba era el silencio. Todos est¨¢bamos metidos en casa. Esperando", recuerda Mohamed Tari, de 18 a?os. "Benna, Traer¨¦ y Altun eran muy conocidos en el barrio, eran aut¨¦nticos personajes. Y dos de ellos estaban muertos. Y el otro casi. Por todas partes se comentaba. En los descansillos de las casas, cuando entraban nuestros padres, por tel¨¦fono. Se dec¨ªa que la polic¨ªa, siempre la polic¨ªa, los hab¨ªa perseguido hasta obligarles a esconderse en el transformador. Ese silencio.... sab¨ªamos que algo iba a pasar...no era normal ese silencio en el barrio, donde siempre hay ruido ...algo malo iba a pasar", relata Tari.
Y pas¨®: Ouad, compa?ero de instituto de Tari y vecino tambi¨¦n de Pama, recuerda: "A las 10 o por ah¨ª o¨ªmos la primera explosi¨®n: el primer coche incendiado. Ocurri¨® abajo de nuestro edificio, en uno de los aparcamientos. Al principio cre¨ªamos que era una broma. Nadie sabe qui¨¦n fue el primero en quemar un coche. Nadie sabe si fue un chaval de 16 a?os o un hombre de 30. Pero a las pocas horas ya ard¨ªan m¨¢s coches. Era una barbaridad: eran coches nuestros, de los padres de nuestros vecinos, pero constitu¨ªa una manera de sacar la c¨®lera y la rabia de dentro, era una manera de protestar por todo. La muerte de Traer¨¦ y Benna era simplemente la gota que colmaba el vaso", explica Ouad.
Este martes, en la segunda noche de enfrentamientos en Clichy-sous-Bois entre j¨®venes encapuchados revienta-coches de vecinos y polic¨ªas especiales, los agentes detuvieron a 13 adolescentes.
Y por si no hubiera demasiadas semejanzas con la revuelta de octubre, uno de los arrestados, acusado de tirar piedras a los polic¨ªas, no era otro sino Muhittin Altun, el tercer chico, el mismo que sobrevivi¨® a la caseta del transformador y que, ya mayor de edad, tras pasar 50 d¨ªas en el hospital, hab¨ªa vuelto a su barrio de toda la vida.
A¨²n arrastra sus heridas en el brazo derecho y en la espalda. Y las secuelas ps¨ªquicas de haber presenciado c¨®mo sus dos amigos mor¨ªan achicharrados delante de ¨¦l. El mi¨¦rcoles, al ser puesto en libertad, se convert¨ªa en el s¨ªmbolo vivo e involuntario de una revuelta c¨ªclica y ciega, sin l¨ªder, organizaci¨®n ni objetivo.
"?Que por qu¨¦ quemamos coches? Pues para que se fijen en nosotros, porque es la ¨²nica manera de decir que estamos hartos de vivir as¨ª", comenta Benarama Bourama, de 16 a?os, de origen senegal¨¦s, sentado a la puerta del alto bloque de pisos donde reside. Sus amigos, todos de origen magreb¨ª, senegal¨¦s o malin¨¦s, asienten, riendo y chillando. "Y volveremos a hacerlo", a?ade. "Es la ¨²nica manera de que alguien de fuera venga aqu¨ª. Antes no ven¨ªa nadie nunca", a?ade.
El primer teniente de alcalde de la ciudad, el socialista Olivier Klein, sostiene que la situaci¨®n ha cambiado poco desde octubre: "Queremos que se construya una l¨ªnea de tranv¨ªa que conecte con Par¨ªs, porque es muy complicado salir de Clichy-sous-Bois y si alguno de nuestros j¨®venes encuentra trabajo necesita una hora y media para llegar".
Y a?ade: "Tambi¨¦n hay un proyecto para demoler varios bloques de viviendas de 10 pisos de la peor zona, el barrio de La Forestiere, y construir en su lugar casas de cinco o seis plantas. Pero para eso har¨¢ falta dinero del Estado, porque este Ayuntamiento es muy pobre".
Klein se?ala a continuaci¨®n: "Hay dos maneras de actuar en un gueto: una es tenerlo controlado, con polic¨ªas. Otra es pugnar para que desaparezca. Jacques Chirac prometi¨® muchas cosas: medios, dinero que a¨²n estamos esperando. Pero adem¨¢s prometi¨® algo mucho m¨¢s importante: que todos los j¨®venes nacidos en Francia se iban a sentir hijos de La Rep¨²blica. Salga a la calle y pregunte: en eso a¨²n estamos fallando".
Samir Benharzallah y Rachid Rhenzour tienen 18 a?os. Son de la misma edad de Muhittin Altun. Incluso se parecen f¨ªsicamente a ¨¦l. Viven tambi¨¦n en el barrio de Pama. Aunque a diferencia de ¨¦l, a¨²n no han dejado el instituto. El maestro Bouzidi les conoce. Se dirige a ellos en dialecto argelino. Estos le contestan con respeto. Hablan de los disturbios. "Habr¨¢ m¨¢s", dicen. "Y ser¨¢ la guerra civil", a?ade Bouzidi. Los dos visten ropas deportivas: sudaderas con capucha, zapatillas, pantalones de ch¨¢ndal amplios. Uno tiene cinco hermanos; el otro, cuatro. Terminar¨¢n sus estudios.
Luego, en septiembre, uno quiere irse a trabajar de lo que sea a Qatar. El otro prefiere Barcelona. No quieren ni o¨ªr hablar de Par¨ªs. Al mismo instituto acude Diala Doulure, tambi¨¦n de 19 a?os, aunque vive a¨²n m¨¢s lejos, en La Forestiere, en el barrio que el Ayuntamiento quiere echar abajo por insalubre. No le faltan razones: hay basura colgada de los ¨¢rboles, grietas en las paredes, agujeros en las aceras que parecen producto de un bombazo...
El padre de la chica, de origen malin¨¦s, est¨¢ en el paro; la madre tambi¨¦n. Viven de las ayudas estatales. Ella es la ¨²nica de ocho hermanos que va a acabar el bachillerato. Se ha prometido a s¨ª misma ir a la universidad. Quiere ser abogado o periodista.
Cada d¨ªa, estos tres j¨®venes, junto con Mohamed Tari, el que hablaba del silencio revelador que se impuso en su barrio tras la muerte de sus dos vecinos, y Ouad, caminan m¨¢s de tres cuartos de hora para llegar a la ¨²nica biblioteca con que cuentan.
Estudian para conseguir lo mismo con lo que, con menos esperanza, sue?an sus ociosos hermanos mayores de El B¨®sforo: con largarse. No va a ser f¨¢cil. Nada lo es en esta ciudad del 93. Como dice el primer teniente de alcalde al hablar del tranv¨ªa, resulta muy complicado salir de Clichy-sous-Bois.
Una asociaci¨®n en busca de votantes
Tras los disturbios de octubre naci¨® una asociaci¨®n vecinal en Clichy-sous-Bois destinada a canalizar la rabia y la frustraci¨®n de los j¨®venes de la banlieue. Su portavoz, Samir Mihi, de 30 a?os, vecino de la ciudad, est¨¢ convencido de que hay un lugar para protestar m¨¢s efectivo que la calle y las llamas: "La Asamblea Nacional. All¨ª iremos el pr¨®ximo 27 de octubre, aniversario de la muerte de los dos adolescentes que fallecieron electrocutados para quejarnos de nuestras condiciones de vida, de la falta de trabajo, de la falta de oportunidades y de la falta de porvenir", explica. "Es un poco demagogo, pero tambi¨¦n lo es Nicolas Sarkozy [el ministro del Interior, que llam¨® a los j¨®venes de estos barrios 'chusma'] As¨ª que si para que nos escuchen hace falta ser demagogo, pues lo seremos", a?ade.
La asociaci¨®n, denominada AC lefeu (un juego de palabras que contiene varias lecturas, una de ellas es 'basta de fuego') se ha dedicado tambi¨¦n a buscar votantes. Hace un a?o, en las elecciones para votar la Constituci¨®n Europea, en Clichy-sous-Bois, de 28.000 habitantes, hab¨ªa 7.900 personas inscritas que pod¨ªan votar. Ahora hay m¨¢s de 1.000 m¨¢s. "Todos son j¨®venes que se han dado cuenta de que hay que votar para, por lo menos, intentar que se cambien que se cambien las cosas", explica Mihi.
Mihi es entrenador deportivo y trabaja muy cerca de estos j¨®venes. Est¨¢ convencido de que su ciudad es habitable, pero que necesita una transformaci¨®n profunda: "El urbanismo es el primer problema: ¨¦sta es una ciudad sin orden, construida sin ning¨²n plan. Pero adem¨¢s, estos j¨®venes necesitan trabajo, sentirse ¨²tiles. Lo que pasa es que cuando llegan a una entrevista o presentan su curr¨ªculum y los seleccionadores leen su nombre y apellido ¨¢rabe o senegal¨¦s, y el lugar del que proceden, sus posibilidades de conseguir el trabajo se reducen a cero".
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