El balanc¨ªn de Murphy
Ayer record¨¦ que Ricardo Piglia dec¨ªa en una entrevista que todos hemos pensado alguna vez qu¨¦ hubiera pasado si nos hubi¨¦ramos acercado a esa mujer de otra manera, si hubi¨¦semos hecho un gesto que no hicimos... Y creo tambi¨¦n recordar que dec¨ªa: "Pensamos en haber vivido lo que se vivi¨® como si fuese un borrador, algo que puede ser transformado".
Desde ayer estoy encerrado repasando el diario o dietario voluble que he ido escribiendo en estos ¨²ltimos meses, desde septiembre pasado. Y he acabado tomando la decisi¨®n de seleccionar alg¨²n fragmento de mi dietario y, al estilo de Petronio (que se atrevi¨® a vivir lo que previamente hab¨ªa escrito), aventurarme a vivir alguno de esos fragmentos; en mi caso, atreverme a vivirlos de nuevo, corrigi¨¦ndolos, si es necesario. Como si la literatura tuviera esa notable ventaja sobre la vida: la de que uno puede volver atr¨¢s y corregir.
Inspecciono las primeras l¨ªneas de mi dietario. Fueron escritas el 1 de septiembre del a?o pasado: "Amanece en mi cuarto de las ventanas altas de la Traves¨ªa del Mal cuando, al inaugurar este cuaderno rojo de notas o dietario que escribir¨¦ desde Barcelona y otras ciudades nerviosas, me pregunto cu¨¢l es mi nombre, qui¨¦n escribe, y se me ocurre que mi cuarto es como una cavidad craneal de la que surjo como un ciudadano inventado".
Inmediatamente ha surgido la pregunta: ?c¨®mo diablos hacerlo para vivir esas frases tan sumamente literarias? Estoy en el mismo cuarto donde las escrib¨ª, pero me resulta dif¨ªcil, por ejemplo, experimentar la sensaci¨®n de que mi despacho es como una cavidad craneal de la que surjo como un ciudadano inventado.
Me doy cuenta de que todas esas frases con las que inaugur¨¦ mi dietario no son trasladables a la vida, son pura literatura. ?O es que acaso puedo moverme ahora por mi gabinete de trabajo pensando que lo hago por una cavidad craneal? Para revivir esas frases que redact¨¦ en septiembre no me queda m¨¢s remedio que limitarme a volver a escribirlas exactamente igual a como las escrib¨ª, ser un Pierre Menard de m¨ª mismo. Con esas frases no puedo salir nunca de un c¨ªrculo tir¨¢nico. Como consecuencia de todo esto, bostezo ampliamente. Y de pronto se obra el milagro: logro pasar a mi vida lo escrito. Y es que al abrir tanto la boca, encuentro la mejor f¨®rmula para sentir como vividas esas frases m¨ªas tan literarias: yo mismo me ensancho y me agrieto como un abismo y, es m¨¢s -agradable experiencia- me mimetizo con el vac¨ªo.
En el recuerdo me queda ya tan s¨®lo la cavidad craneal, que en estos precisos instantes estoy depositando imaginariamente sobre mi escritorio, como quien coloca su cabeza sobre su mesa de trabajo. Como consecuencia de todo esto, me acuerdo de Samuel Beckett, de los d¨ªas en que hab¨ªa dado ya radicalmente por terminada su obra y actuaba como si conociera este aforismo de Canetti: "El sabio olvida su cabeza". Se la dejaba siempre olvidada -la cabeza- en un balanc¨ªn, el ¨²nico que ten¨ªa en su casa, el mismo con el que se hab¨ªa balanceado a gusto escribiendo Murphy. La olvidaba, pero pronto volv¨ªa a por ella, volv¨ªa a por su cabeza.
Un d¨ªa cometi¨® el error de salir a la calle. Y la cabeza le jug¨® una mala pasada en pleno centro de Par¨ªs. Se vio con su cabeza entre las manos. Y all¨ª no hab¨ªa balanc¨ªn. Y luego vino lo peor: la llegada intempestiva de una frase. La frase irrumpi¨® sin pedir permiso mientras ¨¦l cruzaba el bulevar Saint-Germain. "Una noche, sentado a su mesa con la cabeza entre las manos, se vio levantarse y marchar", dec¨ªa la frase. En los d¨ªas que siguieron, la frase rond¨® todo el tiempo su cabeza. Ped¨ªa ser escrita, pero Beckett se resist¨ªa a hacerlo. Era una frase solitaria, que exig¨ªa ser continuada, y eso le reconduc¨ªa de nuevo a la escritura. Era una trampa del bulevar Saint-Germain. "Nunca la escribir¨¦", pens¨® Beckett. Pero aquella misma noche, sentado en su mecedora, la anot¨®. No se entiende bien a Beckett sin la mecedora de Murphy y sin su tendencia a seguir balance¨¢ndose y escribiendo cuando ya hab¨ªa dado por terminada la obra.
"Una noche, sentado a su mesa...". Pas¨® d¨ªas obsesionado por esta frase inicial. Se vio levantarse y marchar. Pero ?marchar ad¨®nde? ?Lejos de su cavidad craneal? ?Lejos de la mecedora? Se sabe que trataba de dar por hecho que era el bulevar el que le hab¨ªa tendido la trampa y quer¨ªa que volviera a escribir. El caso era que no avanzaba; suced¨ªa que felizmente no le llegaba ninguna frase detr¨¢s de la primera, de aquella frase obsesiva que ya hab¨ªa anotado. Mucho mejor as¨ª, pensaba. No hac¨ªa mucho que hab¨ªa dado por clausurada su obra con la trilog¨ªa de Nohow On. Pero la maldita frase ya escrita sigui¨® rond¨¢ndole. Decidi¨® que har¨ªa hasta lo indecible para no pensar m¨¢s en ella y que, si esto no era posible, en todo caso dejar¨ªa a esa frase siempre dentro de su cavidad craneal, en la mecedora. Pero de nada le sirvieron los planes, las precauciones. El balanc¨ªn iba en su cabeza cuando ¨¦l sal¨ªa a la calle. Y as¨ª fue c¨®mo un d¨ªa, en pleno centro de Par¨ªs, la trampa del bulevar se balance¨® tambaleante como la sombra del ¨²ltimo vagabundo de alguna de sus historias. La trampa conten¨ªa la misma frase de siempre, la frase sin continuidad. Pero la mecedora le dio un vuelco a la frase, la movi¨® hasta extenuarla en pleno bulevar y encontr¨® Beckett de golpe al balanc¨ªn de Murphy, a la cabeza y algunas frases nuevas, todo al mismo tiempo: "Una noche, sentado a su mesa con la cabeza entre las manos, se vio levantarse y marchar. Una noche o un d¨ªa. Pues cuando se apag¨® su luz no qued¨® a oscuras. Una luz de cierta especie se filtraba entonces por la ¨²nica ventana alta".
Una hora despu¨¦s, ya en su casa, esas nuevas frases pasaban a ser escritas en la penumbra. Y la verdad es que hoy aquel texto me parece el goteo ¨²ltimo de un grifo in¨²til en la peor penumbra que han conocido las palabras. Muchas noches, aqu¨ª en mi gabinete, se me ocurre leerlo sentado en mi balanc¨ªn, que es un entra?able recuerdo de infancia, mi personal trineo Rosebud. A veces levanto la vista del libro y pienso en Beckett y en sus d¨ªas finales en el asilo y en esa salvajada de ser un anciano cualquiera sin familia. Aunque pronto me resulta f¨¢cil ver que lo m¨¢s negativo siempre me provoca la risa, debe ser el humor del balanc¨ªn de Murphy: "Nombrar, no, nada es nombrable, decir no, nada es decible, entonces qu¨¦, no s¨¦, no ten¨ªa que haber comenzado".
Enrique Vila-Matas es escritor.
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