La Francia de Zizou
El futbolista, modelo para el cambio
El domingo pasado vi jugar al f¨²tbol a los franceses. Era un partido mucho m¨¢s importante para el futuro de Francia que la Copa del Mundo. Se celebr¨® en un maltrecho estadio de Clichy-sous-Bois, la peque?a ciudad situada al nordeste de Par¨ªs en la que, el oto?o pasado, comenz¨® el estallido de ira nacional despu¨¦s de que dos j¨®venes, Bouna y Zied, resultaran electrocutados mientras se escond¨ªan de la polic¨ªa en una subestaci¨®n el¨¦ctrica. Ahora me encontraba all¨ª, apoyado en la valla, con el hermano mayor de Bouna, quien, como tantos otros, llevaba una camiseta que dec¨ªa "Bouna y Zied... muertos para nada". Mientras contempl¨¢bamos a dos equipos de comunidades de inmigrantes jugar un partido m¨¢s bien desganado en un terreno lleno de baches, me cont¨® una historia que luego volv¨ª a o¨ªr varias veces durante los tres d¨ªas que pas¨¦ visitando los tristemente famosos edificios de apartamentos de Clichy-sous-Bois y Montfermeil.
Los ciudadanos de origen magreb¨ª lo ¨²nico que piden a la Rep¨²blica francesa es que practique lo que predica: la igualdad entre todos los franceses
Un activista que lleva 14 a?os en una de las zonas m¨¢s degradadas dice que si no se toman medidas dr¨¢sticas para los j¨®venes, "c'est la guerre"
El terreno del f¨²tbol es el ¨²nico lugar en el que est¨¢ representada -incluso con exceso- la Francia real de m¨²ltiples etnias, culturas y colores
No hab¨ªa cambiado nada, me dijo, en los m¨¢s de seis meses transcurridos desde aquella hoguera nacional de autom¨®viles que los remotos habitantes de los barrios elegantes de Par¨ªs llaman les ¨¦meutes, los disturbios, pero que en las barriadas llaman les ¨¦v¨¦nements, en recuerdo de los acontecimientos de mayo de 1968, o simplemente la r¨¦volte. La semana pasada, cuando resurgieron las protestas en Montfermeil, la polic¨ªa volvi¨® a aparecer con toda su fuerza, a sobrevolar en helic¨®pteros y pasearse en sus furgonetas negras. Pero, aparte de esos momentos, suelen dejar que los habitantes de las barriadas se cuezan en su propio caldo: api?ados en edificios de apartamentos abarrotados, en franco deterioro, cubiertos de pintadas; la mitad de ellos, en paro y viviendo gracias a las limosnas del Estado; sin nada que hacer en todo el d¨ªa salvo ver la televisi¨®n, dar patadas a una pelota en el patio o dedicarse a las drogas; aislados por la falta de transporte p¨²blico y la pobreza. Y luego insultados por el ministro del Interior y aspirante de la derecha a la presidencia, Nicolas Sarkozy, que, cuando un residente de Montfermeil le interpel¨® durante su reciente visita a una ciudad vecina, le respondi¨® con un tuteo despreciativo.
Mejorar la situaci¨®n
"Sobre todo, respeto", dijo una mujer de origen argelino, cuando le pregunt¨¦ qu¨¦ era lo m¨¢s necesario para mejorar su situaci¨®n. "Sobre todo, respeto". "Vivimos en Francia", explicaba Zoulikka Jerroudi, una activista en la comunidad que vino a Francia desde Marruecos cuando ten¨ªa nueve meses; "pero no nos tratan como a aut¨¦nticos franceses". "Zidane es franc¨¦s", dec¨ªa del h¨¦roe futbol¨ªstico franc¨¦s de origen argelino un asistente social llamado Mehdi, "pero, si se dedicara a quemar coches, dejar¨ªa r¨¢pidamente de serlo". "!Moi, je suis la France!", gritaba Abdelaziz Eljaouhari, un activista de otro colectivo, mientras condenaba la costumbre que tiene Sarkozy de tratarlo como si no lo fuera.
Practicar la igualdad
Lo ¨²nico que piden a la Rep¨²blica Francesa es que practique lo que predica: la igualdad de todos los ciudadanos franceses, al margen de razas y religiones. Tras les ¨¦v¨¦nements, un grupo de activistas locales en Clichy-sous-Bois cre¨® una asociaci¨®n con las siglas ACLEFEU, que, al pronunciarlas en franc¨¦s, suenan como "basta ya de fuego". Las letras LEF proceden de libert¨¦, ¨¦galit¨¦, fraternit¨¦. Sin embargo, incluso cuando alguien de estas comunidades logra tener una educaci¨®n razonable -y en este aspecto, el Estado franc¨¦s s¨ª est¨¢ claramente tratando de mejorar: las escuelas en Clichy-sous-Bois est¨¢n bien dotadas y, por lo visto, no son nada malas-, lo m¨¢s probable es que le rechacen su solicitud de trabajo al ver d¨®nde vive y que tiene un nombre extranjero. Si, por un milagro, consigue llegar a la entrevista, el puesto de trabajo desaparece misteriosamente en cuanto el entrevistador ve el color de su piel. ?sta es una situaci¨®n que me han contado tantas veces y por lados tan distintos -incluidos varios analistas independientes- que no tiene m¨¢s remedio que ser cierta. Si lo que ocurre en el mercado franc¨¦s de trabajo desde hace 20 a?os no es racismo, que me lo expliquen. Y todo eso, sin olvidarse de que en el colegio les empapan de los nobles ideales de igualitarismo republicano. "C'est un pays hypocrite", me dijo Oussine, que ha estudiado para ser contable pero no consigue encontrar trabajo.
Mientras tanto, carecen casi por completo de representaci¨®n en la vida p¨²blica francesa. Hace poco se recibi¨® como un gran ¨¦xito el nombramiento de un hombre negro para presentar un informativo de televisi¨®n en hora punta pero, en varios d¨ªas pasando constantemente de un canal a otro, no he visto m¨¢s que caras blancas frente a la c¨¢mara. En pol¨ªtica tambi¨¦n son casi todos blancos. El terreno de f¨²tbol es el ¨²nico lugar en el que est¨¢ representada -incluso con exceso- la Francia real de m¨²ltiples etnias, culturas y colores. Cuando la selecci¨®n gan¨® el Mundial de 1998 con una selecci¨®n llena de colorido y el talento de Zinedine Zizou Zidane, hubo una oleada de entusiasmo por los nuevos colores nacionales: no bleu-blanc-rouge, como en la bandera tricolor, sino black-blanc-beur, es decir, m¨¢s o menos, "negro, blanco y marr¨®n" (beur es la palabra francesa que designa a las personas de origen norteafricano y black, en ingl¨¦s, es lo que se utiliza ahora en Francia en lugar de noir). Pero en el resto de la vida p¨²blica francesa no hay ning¨²n beur en el tricolor.
"Es demasiado tarde", me dijeron varias personas entre las viviendas medio en ruinas. Se ha perdido una generaci¨®n. La desesperaci¨®n se ha transformado en furia. Cualquier peque?a chispa puede producir una explosi¨®n. Un activista que lleva 14 a?os trabajando en una de las zonas m¨¢s degradadas me dec¨ªa que, si no se toma alguna medida dr¨¢stica para mejorar las oportunidades de los j¨®venes, "c'est la guerre... c'est la guerre avec madame la France".
No es tarde
Para mi sorpresa, la conclusi¨®n que he sacado yo es que no es demasiado tarde. Las personas con las que habl¨¦ no hab¨ªan abandonado la esperanza y me explicaron de forma clara y elocuente lo que se necesita. Evidentemente eran, por as¨ª decirlo, la ¨¦lite de los guetos; no me entrevist¨¦ con los que viven, desesperados, sin poder salir de sus casas, ni habl¨¦ con criminales, traficantes de drogas o extremistas isl¨¢micos. Pero mis interlocutores eran personas nacidas all¨ª y que all¨ª viven, y me encontr¨¦ con algo muy distinto a lo que pod¨ªan sugerir las noticias de la prensa y la televisi¨®n. Algunas de sus demandas ser¨¢n dif¨ªciles de satisfacer: la econom¨ªa francesa, extremadamente r¨ªgida, no puede crear tantos puestos de trabajo a corto plazo, y no parece probable que el Estado franc¨¦s vaya a poder reasignar todos los recursos necesarios para transformar unos rascacielos deteriorados (el sue?o de Le Corbusier convertido en pesadilla) en viviendas decentes y apropiadas para seres humanos. Pero s¨ª es posible hacer algunas cosas.
Pregunt¨¦ a un grupo de mujeres que viven en el peor complejo de Montfermeil qu¨¦ pensaban sobre la pol¨¦mica sugerencia que ha hecho la aspirante socialista a la presidencia, S¨¦gol¨¨ne Royal, de que los j¨®venes delincuentes cumplan un servicio nacional bajo supervisi¨®n militar. "?Tiene toda la raz¨®n!", respondieron a una. Y, m¨¢s asombroso todav¨ªa, unos voluntarios de entre 15 y 17 a?os del instituto m¨¢s cercano dijeron que tambi¨¦n ellos estaban de acuerdo. Luego a?adieron que les gustar¨ªa tener una polic¨ªa local de a pie para sustituir a los chulos que llegan de lejos, con sus camiones blindados, dispuestos a insultarles y darles palizas.
Pero lo que m¨¢s desean, sobre todo, son lo que podr¨ªamos llamar las tres erres: respeto, reconocimiento y representaci¨®n. Para ello ser¨¢ necesario contar con pol¨ªticas de discriminaci¨®n positiva que compensen la discriminaci¨®n negativa aparentemente generalizada en la sociedad francesa. Y har¨¢n falta personajes que sirvan de modelo para cambiar la actitud de esa sociedad. Hay un hombre m¨¢s capacitado que ning¨²n otro para encabezar ese cambio, cuando se retire de los terrenos de juego: Zinedine, Zizou, Zidane, el h¨¦roe de todo Par¨ªs, de los barrios m¨¢s ricos y blancos y de las barriadas m¨¢s pobres y morenas. Los pol¨ªticos han decepcionado a Francia; ha llegado la hora de los futbolistas. Hay que decir adi¨®s a la vieja Francia de Dominique de Villepin. Bienvenida la nueva Francia de Zizou Zidane.
Traducci¨®n: M. L. Rodr¨ªguez Tapia.
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