Tocadla otra vez, chicos
Por una comprensible man¨ªa persecutoria, asociada sin duda a la inestabilidad de su destino, el entrenador medio suele preferir los gorilas a los compositores. Prisionero de su propio sistema nervioso, es en realidad un empleado hipertenso, un insaciable consumidor de refrescos, chicles y otras enga?ifas del paladar cuyo coraz¨®n da un vuelco cuando alg¨²n suplente, el buf¨®n del equipo, decide reventar la bolsa de caramelos en la penumbra del banquillo.
Atrapado en la telara?a de sus neuronas, persuadido de la fragilidad de los resultados y acosado por una turbamulta de fantasmas en la que conspiran el presidente, el ¨¢rbitro, la cr¨ªtica, los comisionistas y los espectadores, identifica el estallido del cucurucho con el ruido de la fatalidad. En una secuencia irremediable, sus cavilaciones le llevan a un silogismo: a falta de una f¨®rmula que garantice la victoria, lo importante no es controlar la pelota, sino controlar al adversario. Poco a poco, se convierte en un gru?¨®n empedernido, cae en una murria bovina que le lleva a discutir por cualquier cosa y, finalmente, toma por el atajo: la soluci¨®n es conseguir que en las dos pr¨®ximas horas no ocurra nada de nada. Es entonces cuando prescinde de los solistas en favor de los guardaespaldas. O, peor a¨²n, cuando decide llamar al tipo de la guada?a.
Desde que Tel¨¦ Santana reuni¨® a cuatro inolvidables int¨¦rpretes llamados S¨®crates, Cerezo, Falcao y Zico en la l¨ªnea media de Brasil 82, nadie se hab¨ªa atrevido a presentar a un cuarteto de c¨¢mara en un Campeonato del Mundo. Entonces, los canarinhos se fueron de Espa?a sin el t¨ªtulo mundial, pero demostraron que la mejor manera de evitar el peligro era apropiarse de la pelota, moverla sin prisa de lado a lado y, conseguido el efecto hipn¨®tico que provoca la contemplaci¨®n del p¨¦ndulo, dar un impulso fulminante a la maniobra: alcanzar en una sola arrancada la m¨¢xima velocidad terminal. Sin darse cuenta, hab¨ªan acreditado el mejor de los sistemas defensivos posibles. Hab¨ªan rehabilitado el dominio del bal¨®n.
Tal vez estemos delirando, pero los partidos de la fase final indican la recuperaci¨®n de esa tendencia. As¨ª, Italia ha preferido Totti a Gattuso; Inglaterra suma los valores de Lampard, Gerrard y Beckham a los de Owen y Rooney; Alemania juega con la defensa adelantada; Holanda vuelve a proclamar el movimiento continuo; Brasil reagrupa genios y geniecillos; Francia invoca al primer Zidane y al ¨²ltimo Henry; Argentina ha conseguido una nueva s¨ªntesis de Messi, Gardel y Piazzola, y Luis Aragon¨¦s ha resistido la tentaci¨®n de Albelda y ha ordenado tocata y fuga.
Por si acaso no so?amos despiertos, insistan ustedes, queridos seleccionadores, y h¨¢gannos el favor: devuelvan para siempre el f¨²tbol a los futbolistas.
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