V¨ªctimas, criminales, ciudadanos
No son las v¨ªctimas, sino los ciudadanos, cuando van tomando conciencia de la injusticia que se ha cometido con aqu¨¦llas, quienes han contribuido decisivamente a la derrota de los violentos. La obra de la paz es as¨ª un triunfo ciudadano, bien porque directamente su conciencia se ha afirmado o porque, mediatamente, esta conciencia de paz haya fortalecido la actuaci¨®n del Estado de derecho y la colaboraci¨®n democr¨¢tica internacional.
Relegar el protagonismo de las v¨ªctimas nos lleva a una peligrosa situaci¨®n, pues podr¨ªa parecer que su funci¨®n por la paz es menospreciada. En absoluto se trata de eso; por el contrario, ha sido necesario su dolor para que la democracia se afirme y quede certificada la derrota de los asesinos. Y, pidiendo perd¨®n a quien me lea, adelanto que escribo tambi¨¦n desde mi condici¨®n de v¨ªctima, aunque no desde la de miembro de ning¨²n "colectivo" de v¨ªctimas.
Desde mi condici¨®n de v¨ªctima de ETA establezco la siguiente clasificaci¨®n, que no jerarqu¨ªa, de v¨ªctimas:
a) El que, por no haber sobrevivido al ataque, dej¨® de poderse manifestar como v¨ªctima.
b) El que ha sufrido en su persona el ataque del criminal y ha sobrevivido.
c) El familiar que ha sufrido en su persona da?os psicol¨®gicos o morales, por el ataque a v¨ªctimas de los apartados anteriores.
d) El amigo (compa?ero) que ha sufrido la p¨¦rdida del amigo (compa?ero).
e) El que ha sido sometido al ataque de los violentos, o a su presi¨®n o a su amenaza.
f) El ciudadano que rechaza el crimen y se siente agraviado por ¨¦l.
En todos estos apartados, menos en el primero, me considero incluido y por todo ello me siento ofendido cuando alguien, con demasiada frecuencia representante de una ¨¦tica de cl¨¦rigo, me quiere incluir en un disparatado conjunto, el que comprende tanto a v¨ªctimas como a verdugos.
Como cumpliendo un rito de homenaje a las v¨ªctimas, quiero pronunciar ahora un memorial de agraviados, aunque de precipitada y muy incompleta memoria. Pronuncio as¨ª el homenaje, previo a otras reflexiones:
Por las dos gemelitas muertas en la casa cuartel de la Guardia Civil de Zaragoza.
Por Enrique Casas. Por Fernando M¨²gica. Por Francisco Tom¨¢s y Valiente.
Por los compa?eros y amigos a quienes asesinaron en el a?o siguiente a la ruptura por ETA de su ¨²ltima tregua: Fernando Buesa, Jos¨¦ Luis L¨®pez de Lacalle, Juan Mar¨ªa J¨¢uregui, Ernest Lluch; en ese mismo a?o en que la pistola que mat¨® a Jos¨¦ Luis L¨®pez de Lacalle, la del asesino Guridi me destinaba una bala.
Por todos los muertos en el ejercicio del tantas veces despreciado oficio de pol¨ªtico, fuera de derechas, de centro o de izquierdas.
Por todos los muertos en las fuerzas del orden p¨²blico.
Y por todos los asesinados por ETA.
Pero a partir de esta letan¨ªa y de este homenaje habr¨¢ que reflexionar ahora sobre la tarea por la paz ciudadana.
Que el ejercicio de la pol¨ªtica requiere de la virtud de la prudencia es claro, como ya Arist¨®teles ense?aba. Ya es m¨¢s complicado definir qu¨¦ pueda ser la prudencia en la pol¨ªtica, pues hace referencia a la realizaci¨®n responsable de una sociedad de ciudadanos; adem¨¢s, siguiendo tambi¨¦n a Arist¨®teles, para descubrir la prudencia no podemos partir de una definici¨®n previa, sino del aprendizaje de aquellos que han acreditado en la pr¨¢ctica ese comportamiento virtuoso, que supone una abierta deliberaci¨®n sobre c¨®mo se consigue el bien de los ciudadanos. Es a partir de ah¨ª como podemos reflexionar sobre el utilitarismo en la toma de decisiones y, sobre todo, sobre el binomio entre ¨¦tica de los principios y ¨¦tica consecuencialista o de resultados. Respecto a ETA y a Batasuna, y su anunciado cese de la violencia, buscamos ahora, como dice mi amiga Maite Pagazaurtund¨²a -con quien quiero entrar en di¨¢logo y no en pol¨¦mica-, dos efectos pr¨¢cticos: a) que dejen de matar; b) adem¨¢s, que los principios democr¨¢ticos se afirmen desde ahora y borren todo resto de autoritarismo. Maite Pagaza a?ade un tercero: c) adem¨¢s, que no se equipare a las v¨ªctimas y a los verdugos (a los criminales). Conviene deliberar sobre este tercer efecto pr¨¢ctico buscado.
Si se dan los efectos pr¨¢cticos a) y b) -cese de la violencia y afirmaci¨®n, desde ahora, de los principios democr¨¢ticos-, los criminales dejan de serlo en el presente y para el futuro: quedan solamente como responsables por sus actos pasados; estar¨ªan sujetos a responsabilidad penal y a la situaci¨®n penitenciaria derivada de ello. En todo lo dem¨¢s ya estar¨ªan equiparados, no a las v¨ªctimas, que no son t¨¦rmino de equiparaci¨®n, sino a los ciudadanos. Es un defecto de m¨¦todo, esto es, de deliberaci¨®n sobre la prudencia pol¨ªtica, introducir a las v¨ªctimas como condicionantes de la situaci¨®n. La pol¨ªtica la deben hacer los ciudadanos y, entre ellos, las v¨ªctimas; pero las v¨ªctimas como ciudadanos y no porque ocupen un estatuto especial.
El reconocimiento de la condici¨®n de interlocutores en el di¨¢logo entre el Estado democr¨¢tico y ETA s¨®lo es posible para alcanzar el fin pr¨¢ctico del cese de la agresi¨®n criminal. Al representar
el Estado democr¨¢tico a los ciudadanos, y la segunda a los criminales, la interlocuci¨®n s¨®lo ser¨¢ posible en la medida en que los ciudadanos constaten que es el resultado, o el camino, para proclamar el triunfo ciudadano y la derrota de ETA. Pero si es necesaria esta conciencia del triunfo ciudadano, no lo es (aunque ser¨ªa muy satisfactorio que lo fuera) que esa conciencia de triunfo sea reconocida por los miembros de esa organizaci¨®n criminal. Tolerar la falsa conciencia del enemigo es un primer puente de plata que podemos soportar.
Categ¨®ricamente no es tolerable, en cambio, ninguna concesi¨®n pol¨ªtica al interlocutor criminal: ning¨²n objetivo a pactar sobre la organizaci¨®n de la sociedad pol¨ªtica. Y aqu¨ª hay que tener especial cautela. Si bien una conciencia subjetiva sobre la percepci¨®n de la victoria o la derrota no deber¨ªa afectarnos, los objetivos pol¨ªticos concedidos por causa del cese de la violencia ser¨ªan siempre una derrota ciudadana. Y los objetivos pol¨ªticos pueden ser de tres niveles: porque se reconociera cualquiera de las reivindicaciones de ETA (modelo territorial, autodeterminaci¨®n, cambio estatutario o constitucional, etc¨¦tera); porque, por causa del cese de la violencia, se reconociera cualquier reivindicaci¨®n nacionalista (en virtud de la conocida ley del nogal agitado y la recogida de las nueces); porque, incluso, se aceptara que el cese de la violencia fuera a permitir no una mesa de partidos (algo a plantearse con cautela, desde luego) pero s¨ª el establecimiento de nuevas bases de acuerdo (si nuestro modelo pol¨ªtico es uno, no se puede claudicar en premio de que se cese de matar).
El primado de los hechos sobre las palabras es fundamental y no es una deformaci¨®n "pragm¨¢tica" insistir en este punto. Las palabras de ETA y de Batasuna no tienen m¨¢s realidad que la de que se corresponden a programas o proyectos formulados, no a la imposici¨®n de una realidad pol¨ªtica. Frente a estas palabras hay un hecho, el m¨¢s contundente de todos, que es no que ETA no est¨¢ matando, sino que ETA ha dejado de matar. Siempre, al proyectarse sobre el futuro, el sentido de los hechos tiene algo de apuesta, pero as¨ª es como se hace pol¨ªtica. La correspondencia que podemos establecer entre la afirmaci¨®n pol¨ªtica de ETA y su realizaci¨®n pr¨¢ctica es mucho m¨¢s coherente que los grados de incertidumbre que todav¨ªa derivan de una situaci¨®n vacilante en ETA: la organizaci¨®n criminal tiene que esforzarse en una gran tarea, la de sostener la moral de sus tropas; adem¨¢s, tiene que ver c¨®mo se resuelve su futuro material o laboral. Este segundo problema es el que explica la continuaci¨®n de actuaciones gansteriles que, de todos modos, tienen limitado futuro. El primer problema tiene una dimensi¨®n m¨¢s tr¨¢gica. Lo que se le presenta a ETA no es solamente la derrota en una batalla, sino la reflexi¨®n interna de c¨®mo las muertes causadas, el terrible da?o infligido, ha sido un da?o in¨²til y adem¨¢s un peso terrible que est¨¢ cayendo sobre la consciencia de los criminales. Parad¨®jicamente, este peso se va a ir sintiendo antes por los miembros menos innobles de la organizaci¨®n, mientras que los m¨¢s innobles son los que hoy todav¨ªa se permiten insolencias ante los jueces y las v¨ªctimas (sirva hoy de repugnante ejemplo el de los asesinos de Miguel ?ngel Blanco, como en su d¨ªa lo fue el de los secuestradores de Ortega Lara).
Finalmente, ?qu¨¦ puede darse por la paz? Algo que est¨¢ ya previsto en nuestro sistema jur¨ªdico. Por de pronto, el cese cumplido y manifestado de la violencia permitir¨¢ la reincorporaci¨®n al sistema pol¨ªtico de aquellos que hasta ahora han tenido leg¨ªtimamente limitados sus derechos pol¨ªticos. Tendr¨¢n plenamente reconocidos sus derechos electorales, de asociaci¨®n y de expresi¨®n. Por favor, de nuevo como v¨ªctima, que no soliciten, ni pretendan, mi perd¨®n, porque no nos estaremos moviendo en un ¨¢mbito moral, sino en uno jur¨ªdico y pol¨ªtico.
Podr¨¢n as¨ª plantear en la lucha pol¨ªtica lo que quieran: independencia, incorporaci¨®n a Euskal Herria (por cierto, me gusta m¨¢s este t¨¦rmino para mi pa¨ªs que el "Euskadi" bizkaitarrista de Sabino Arana) de Navarra o de los territorios vasco-franceses. Del mismo modo que nosotros podremos pretender que nada de lo que propongan se realice. Y que, en cualquier caso, el debate sea resuelto dentro de los l¨ªmites constitucionales y estatutarios.
Podr¨¢ interpretarse el sistema de enjuiciamiento criminal acentuando un principio b¨¢sico, como es el de que nadie sea considerado culpable sin sentencia firme, lo que llevar¨ªa a que, habiendo renunciado a la violencia de ETA, sus presos no condenados pudieran esperar el juicio en libertad.
Podr¨¢ interpretarse el sistema penitenciario facilitando lo que se llama la progresi¨®n de grado, esto es, una vez reconocido el abandono de la violencia, la suavizaci¨®n del r¨¦gimen carcelario. Esta medida, sin embargo, ser¨ªa preciso compensarla con la explicable pretensi¨®n de las v¨ªctimas de no soportar, sin l¨ªmites, la presencia en la calle de los asesinos. Vamos, que el asesino de Tom¨¢s y Valiente, o el de Fernando Buesa, o el de Jos¨¦ Luis L¨®pez de Lacalle (que pretendi¨® ser tambi¨¦n el m¨ªo), o el del hermano de Maite Pagazaurtund¨²a, se vayan a ir "de rositas", aunque sabemos que tendremos que tragar que se vaya acortando el d¨ªa de verles entre nosotros.
Las v¨ªctimas no determinan la pol¨ªtica. ?sta corresponde a los ciudadanos, en su condici¨®n de tales. A sus gobernantes corresponde tambi¨¦n la administraci¨®n de los tiempos en que el proceso de paz, que es el de la derrota de ETA, se vaya a realizar. Las v¨ªctimas seguir¨¢n siendo la piedra de esc¨¢ndalo en la que un d¨ªa tropezaron los ciudadanos, la piedra que logr¨® movilizarlos y que est¨¢ todav¨ªa patente como muestra del horror y del dolor que ETA ha causado.
Jos¨¦ Ram¨®n Recalde fue consejero socialista del Gobierno vasco.
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