Un museo y una estatua
Ha sido pol¨¦mica la inauguraci¨®n en Marruecos de un museo dedicado al general Miziam, acto al que asistieron algunas autoridades espa?olas. Dos promociones despu¨¦s de Franco, Mohamed ben Miziam ben Kasem fue nombrado segundo teniente en la Academia de Infanter¨ªa de Toledo. Era un notable privilegio sobre sus paisanos, que, si deseaban ser militares, deb¨ªan sentar plaza como soldados rasos en las Fuerzas Regulares Ind¨ªgenas. De modo que Mohamed ben Miziam pudo ascender hasta teniente general, una meta que resultaba inalcanzable para los otros marroqu¨ªes.
Con el fin de escapar a la miseria, muchos de ellos se convert¨ªan en ¨¢scaris o mercenarios por el sueldo, el pan, un uniforme marr¨®n garbanzo y un par de alpargatas. Convertidos en carne de ca?¨®n para las campa?as coloniales, los confinaban en las filas de choque de la infanter¨ªa y la caballer¨ªa, apartados de los m¨¢s elementales cometidos t¨¦cnicos, que siempre se reservaban para los soldados espa?oles. Sus posibilidades de promoci¨®n eran tan escasas que, si lograban ascender a sargento, se integraban en una escala separada de los suboficiales "peninsulares" y la cima de sus posibilidades estaba en la escala de "oficiales moros", seriamente marginada respecto a los mandos metropolitanos.
Estos "oficiales moros" no recib¨ªan el t¨ªtulo de Don sino el de Sidi y, en los cuarteles, les asignaban una dependencia aparte, dotada de mesitas y cojines morunos, donde, seg¨²n los europeos, "se encontraban m¨¢s c¨®modos". Porque ten¨ªan prohibido acceder a la sala de banderas y al casino militar, que eran los santa sant¨®rum de la oficialidad espa?ola.
Contra algunas afirmaciones infundadas, los marroqu¨ªes a sueldo de Espa?a lucharon con valor. De las 18 Medallas Militares colectivas concedidas durante la guerra de Marruecos, ocho fueron para unidades ind¨ªgenas. Aunque individualmente nunca superaron su estatus de carne de ca?¨®n sin dignidad reconocida. Ni siquiera les pasaban lista por su nombre sino por el n¨²mero de filiaci¨®n, sus faltas leves se castigaban p¨²blicamente con vergajazos y sus actos heroicos apenas recib¨ªan compensaci¨®n adecuada. Ni una sola de las 41 Cruces Laureadas y 141 Medallas Militares individuales otorgadas durante la campa?a fue para un ind¨ªgena. Tampoco existi¨® una relaci¨®n justa entre los padecimientos que los moros sufrieron en combate y las compensaciones que recibieron. En 1936, ning¨²n marroqu¨ª percib¨ªa alguno de los 128 sueldos de general o jefe que abonaba el cuerpo de Inv¨¢lidos Militares, s¨®lo uno de ellos cobraba como capit¨¢n frente a 239 pensionados espa?oles, otros seis lo hac¨ªan como teniente frente a 184 metropolitanos y 16 como alf¨¦rez frente a 47.
?nicamente Mohamed ben Miziam gozaba de los privilegios de los oficiales espa?oles, mientras los otros militares marroqu¨ªes sufr¨ªan las leyes de hierro del colonialismo. Como aquel otro Miziam com¨²n, Miziam ben Mohamed Had-d¨², que entr¨® de soldado raso, lleg¨® a "oficial moro" y luego qued¨® inv¨¢lido y an¨®nimo para siempre.
El Protectorado espa?ol en Marruecos cumpl¨ªa oficialmente una misi¨®n civilizadora. Sin embargo, la realidad se basaba en las tropas coloniales, que en vez de civilizar, incorporaban y desarrollaban los salvajes procedimientos de la guerra primitiva.
En este ambiente, Mohamed ben Miziam mand¨® soldados marroqu¨ªes sin hacer ascos al p¨¦simo trato que recib¨ªan y los dirigi¨® contra su propio pueblo, mientras la aviaci¨®n bombardeaba con iperita los zocos y los aduares indefensos. Hasta que, en 1936, se sublev¨® contra el Gobierno espa?ol junto con sus compa?eros africanistas.
Su rebeld¨ªa ocasion¨® una Guerra Civil, cuando su deber era evitarla, y trajeron a ella m¨¢s de 60.000 soldados marroqu¨ªes. Pobres de solemnidad que atravesaron el Estrecho para ganarse la vida como mercenarios. Igual que ahora sus nietos lo cruzan para trabajar como alba?iles.
Los trajeron por la paga y por el pan y los enga?aron con enloquecidas promesas. Si mor¨ªan, resucitar¨ªan en Marruecos; si sus mujeres estaban encintas, Al¨¢ dormir¨ªa al ni?o para que naciera despu¨¦s de la guerra. Hasta les dijeron que Franco se hab¨ªa convertido al islam y ven¨ªan a combatir contra los rojos que no cre¨ªan en Dios. Las se?oras piadosas de C¨¢diz les repartieron detentes. Pem¨¢n les dedic¨® unos versos que, le¨ªdos hoy, provocan una mezcla de risa y de verg¨¹enza.
Los marroqu¨ªes fueron una tropa de choque fundamental, que tuvo miles de muertos, heridos e inv¨¢lidos y, esta vez, fue recompensada y condecorada. Los ¨¢scaris estuvieron en los ataques m¨¢s duros, siempre acompa?ados por una fama terrible. Toda la Guerra Civil estuvo presidida por el temor al salvajismo de los moros, cuyos jefes se dec¨ªan cat¨®licos y civilizados. Recientemente, el antrop¨®logo e historiador Gustau Ner¨ªn (La guerra que vino de ?frica, Cr¨ªtica, 2005) ha demostrado que se desarroll¨® en Espa?a el mismo tipo de barbarie que Franco y sus amigos hab¨ªan dirigido y propugnado en Marruecos. Entre ellos estaba Miziam, al que algunos testimonios acusan de pr¨¢cticas que hoy son perseguidas por tribunales internacionales.
La inauguraci¨®n de su museo ha producido esc¨¢ndalo. Sin embargo, s¨®lo se trata de una instituci¨®n privada, promovida por su propia familia. Es mucho m¨¢s grave que, tras 30 a?os de democracia, una estatua ecuestre del general Franco todav¨ªa ocupe el lugar de honor de la Academia General Militar de Zaragoza.
Cuando la extra?eza promueve alguna pregunta, la respuesta es siempre la misma: Franco no est¨¢ all¨ª como antiguo jefe del Estado sino como fundador del centro. Sin embargo, la Academia General no fue fundada por ¨¦l. La instituci¨®n naci¨® en 1882 y, a lo largo de su historia, ha conocido tres ¨¦pocas. Franco s¨®lo fue el director en una de ellas, que dur¨® tres a?os.
No fund¨® la Academia; sin embargo, su estatua a caballo preside el espacio donde se forman los futuros oficiales. Lo cual es grav¨ªsimo, porque las academias militares proporcionan a sus alumnos referencias simb¨®licas y sentimentales que suelen durar toda la vida.
Los hombres como Miziam no hicieron la independencia de Marruecos, que hoy avanza hacia la modernizaci¨®n pol¨ªtica. Tampoco el Ej¨¦rcito espa?ol debe su legitimidad a Franco sino a la Constituci¨®n y nuestros militares, lejos de provocar la guerra, hoy defienden honrosamente la paz bajo la bandera de las Naciones Unidas.
Ambos hechos hacen improcedentes esos s¨ªmbolos extempor¨¢neos. Muchos marroqu¨ªes y espa?oles creemos en los derechos humanos, la justicia, la democracia y la decencia. Nos duele que Miziam desde su museo, y Franco desde su caballo, se r¨ªan de nosotros.
Gabriel Cardona es historiador. Su ¨²ltimo libro es Historia militar de una guerra civil, Flor del Viento, 2006.
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