Despu¨¦s de Maragall, ?qu¨¦?
EL ESTATUTO CATAL?N ya se ha cobrado una segunda pieza. ?Habr¨¢ una maldici¨®n del Estatuto? Primero fue Esquerra Republicana, ahora Pasqual Maragall. Cuando entre en vigor, ?quedar¨¢ alguno de sus promotores en pie? Maragall ha dicho que renunciaba a la reelecci¨®n porque ya ha cumplido todos los objetivos que se cifr¨® al inicio de esta aventura. Ha logrado el nuevo Estatuto, por supuesto, pero sembrando muchas minas por el camino, que primero hicieron estallar al tripartito y ahora le han alcanzado a ¨¦l mismo. Ha conseguido la alternancia, ciertamente, aunque est¨¢ por ver si habr¨¢ sido un simple par¨¦ntesis en la larga marcha del nacionalismo conservador. Ha puesto en marcha un proyecto conjunto de las izquierdas catalanas que, de momento, se ha distinguido por su car¨¢cter ef¨ªmero y ha dejado muchas dudas sobre su viabilidad. Ha intentado cambiar las prioridades de la pol¨ªtica catalana, pero, con tanta m¨²sica identitaria de la mano del debate estatutario, no parece que la sociedad haya tomado conciencia de este giro. Ha abierto el camino de la Espa?a plural, y, a juzgar por la rapidez con que otras autonom¨ªas se han apuntado a la subasta, quiz¨¢ se pueda pensar que ha sido su mayor ¨¦xito. Y ha hecho del PSC el primer partido de Catalu?a, pero en realidad ya lo era: ning¨²n otro partido ha alcanzado las cotas del PSC en las legislativas, s¨®lo faltaba y sigue faltando que los traslade a las auton¨®micas. O sea que los logros que Maragall reivindica son ensayos pendientes de transformaci¨®n.
Hace un a?o que Zapatero ten¨ªa decidido que no quer¨ªa que Maragall repitiera como candidato. Zapatero hoy tiene much¨ªsimo poder. Y Maragall ha sido razonable al no desafiarle. En el plano personal, adem¨¢s, el alcalde de los Juegos y el presidente del Estatuto ya ten¨ªa poco que a?adir a su curr¨ªculo. Se dice que en Catalu?a el PSC pone los candidatos y el PSOE pone los votos. La sorpresa que incluso fuera de Catalu?a produce que el PSC pueda optar por Montilla es una muestra de lo arraigados que est¨¢n los t¨®picos del nacionalismo y que son adem¨¢s compartidos por todos los nacionalismos. Que a un espa?ol le extra?e que un andaluz pueda ser presidente de Catalu?a s¨®lo quiere decir que tampoco entender¨ªa que un catal¨¢n pueda ser presidente de Espa?a. O sea que las exclusiones por raz¨®n de origen est¨¢n tan bien repartidas como los nacionalismos en la piel de toro.
La candidatura de Montilla -al que fundamentalmente se le critica el envoltorio, es decir, los recursos comunicativos exigibles para funcionar como candidato- abre significativamente el juego en Catalu?a, que es precisamente lo que se esperaba de la gesti¨®n de Maragall. Y podr¨ªa ser una se?al de que la operaci¨®n Estatuto no era tan absurda: ya no hay exclusiones impl¨ªcitas. Por primera vez, el PSC ir¨¢ a las auton¨®micas con un candidato que no proviene de los sectores nacionalistas del partido. En vigilia de las elecciones del 99, tuve ocasi¨®n de asistir a un almuerzo en el que, tres d¨ªas antes de la votaci¨®n, Felipe Gonz¨¢lez dijo a la c¨²pula del PSC de entonces que era imposible que ganaran porque, para "su gente", Pujol y Maragall eran lo mismo. Montilla no se parece en nada ni a Pujol ni a Maragall. Y, sin embargo, en las formas se parece algo a Artur Mas: los dos son fr¨ªos, cerebrales y poco dados a expresar pasiones o estados de ¨¢nimo. El PSC hace, con retraso respecto a todos los dem¨¢s partidos, el cambio generacional. Y Mas har¨¢ su primera campa?a sin la sombra de Pujol. De modo que el debate electoral ya no ser¨¢ entre dos discursos de la Catalu?a m¨ªtica, sino entre un nacionalista con acentos liberales y un socialdem¨®crata de vocaci¨®n federal. El mapa del refer¨¦ndum se?ala que Montilla tendr¨¢ que trabajar a fondo para demostrar que con otro tipo de candidato el PSC puede arrastrar a las urnas a su amplia bolsa de abstencionistas.
Aunque cuando la temperatura de las campa?as suba cualquier disparate es posible, es de esperar que desde el nacionalismo no se recurra a la infamia de desacreditar a Montilla por su origen. Ser¨ªa probablemente un bumer¨¢n para el que se atreviera. Pero ya se ha empezado a o¨ªr el discurso del sucursalismo, la dependencia de Zapatero. Me permito una consideraci¨®n: la consolidaci¨®n de Artur Mas ha venido a partir de su pacto con Zapatero que es, en sentido estricto, un acto de sucursalismo: la aceptaci¨®n de la realidad de las relaciones de fuerza entre Espa?a y Catalu?a. Y ha tenido premio.
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