Melancol¨ªa
La selecci¨®n espa?ola de f¨²tbol ha ca¨ªdo una vez m¨¢s v¨ªctima del estado que le es propio: la melancol¨ªa. Los intentos de utilizar la dimensi¨®n popular y bulliciosa -que no festiva- del f¨²tbol para pregonar la renacionalizaci¨®n de Espa?a se han estrellado, una vez m¨¢s, contra la dura realidad: la futbol¨ªstica y la pol¨ªtica. Como si cierto spleen se transmitiera de generaci¨®n en generaci¨®n, los futbolistas, j¨®venes y mayores, han ido transmutando sus caras alegres y sus entusiastas carreras del primer partido en rostros cada vez m¨¢s cariacontecidos y en una caminar cada vez m¨¢s lento, que s¨®lo pod¨ªa conducir al retorno a casa.
El problema de la selecci¨®n es que tiene menos poder de representaci¨®n simb¨®lica que el Madrid o el Barcelona, con lo cual el ruido que se organiza en torno a ella siempre es muy artificial. Los globos hinchados a golpe de pulm¨®n se funden al primer pinchazo. La estructura del f¨²tbol espa?ol es muy deudora de la dictadura. Fue durante el franquismo que el Madrid y el Barcelona se convirtieron en los dos monstruos que son como v¨ªa para canalizar frustraciones y entretener al personal. En torno a ellos creci¨® el negocio futbol¨ªstico y gracias a la contradicci¨®n que los dos equipos representan la Liga de f¨²tbol se fue convirtiendo en indispensable. Si, como dec¨ªa Manolo V¨¢zquez Montalb¨¢n, Espa?a es fundamentalmente la Guardia Civil y la Liga de f¨²tbol, desde que la Guardia Civil ya no est¨¢ en todas partes, bien se puede decir que ya s¨®lo queda la Liga. El Estado de las autonom¨ªas ha alumbrado alguna competencia -ll¨¢mese Valencia o Depor-. Pero son hechos ef¨ªmeros, vinculados a circunstancias econ¨®micas muy particulares, sin perspectiva de romper el duopolio que el franquismo nos leg¨®. O sea, el f¨²tbol espa?ol est¨¢ condenado a ser el Madrid y el Bar?a m¨¢s alg¨²n equipo revelaci¨®n fruto, por lo general, del pelotazo urban¨ªstico de turno.
La selecci¨®n s¨®lo aporta melancol¨ªa. ?De qu¨¦ sienten a?oranza, quiz¨¢s sin saberlo, los futbolistas que se retiran tristes pero sin l¨¢grimas? ?De qu¨¦ p¨¦rdida elaboran el duelo los aficionados que ya ni siquiera se cabrean porque saben por experiencia que el paso por el Mundial no puede acabar de otra manera? De la Espa?a que quiz¨¢s pudo ser pero que nunca fue ni ser¨¢. El f¨²tbol es el espejo de la realidad social y pol¨ªtica, de un pa¨ªs que felizmente ya no ser¨¢ nunca una unidad cerrada y homog¨¦nea y que ha de aprender a vivir en cierta ambig¨¹edad permanente, que genera melancol¨ªa.
El problema de la ambig¨¹edad es que provoca muchos malentendidos. Y la selecci¨®n espa?ola es v¨ªctima de ellos, porque sus propios jugadores en el fondo no saben por qui¨¦n juegan. La dial¨¦ctica Madrid-Barcelona que articula el espacio futbol¨ªstico funciona como met¨¢fora del conflicto entre centro y cierta periferia que articula a Espa?a. Y al mismo tiempo es extremadamente enga?osa, porque condena a los dem¨¢s a pronunciarse en funci¨®n de este eje, limitando la posibilidad de cada cual de escoger su particular juego de identidades. Pero esta dial¨¦ctica funciona, sobre ella se construy¨® el Estado de las autonom¨ªas y sobre ella se construyen las falsas verdades que permiten, bien que mal, seguir andando juntos.
Dice Pasqual Maragall que en Madrid se comete el error de confundir Catalu?a con el nacionalismo catal¨¢n moderado. Y tiene raz¨®n, del mismo modo que en Madrid confunden a Catalu?a con el Bar?a, a pesar de que en torno a un 40% de los catalanes, seg¨²n las encuestas m¨¢s fiables, no se identifican con este club. Pero es precisamente sobre estos malentendidos -que Maragall no ha podido o no ha sabido combatir- que Espa?a sigue funcionando. Y por eso hay tanta gente empe?ada en no salir de ellos. El d¨ªa en que Espa?a tenga una selecci¨®n capaz de apuntar a grandes empresas futbol¨ªsticas, probablemente, Catalu?a tenga la suya y Euskadi, tambi¨¦n. O sea, que los m¨¢s fan¨¢ticos voceros de la selecci¨®n espa?ola son quiz¨¢s los m¨¢s interesados tambi¨¦n en que siga la melancol¨ªa.
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