El ni?o aprendiz
Esper¨¢bamos expectantes la nueva novela del escritor vasco (en euskera) Unai Elorriaga. Lo esper¨¢bamos porque en la anterior, El pelo de Van't Off, se compromet¨ªa con una f¨®rmula narrativa que le dejaba pocas salidas para continuar en la l¨ªnea de esperanza que hab¨ªa trazado su primera novela Un tranv¨ªa en SP. En aqu¨¦lla, el fragmento puro (no hablo de literatura fragmentaria), el juego ling¨¹¨ªstico en la tradici¨®n de las greguer¨ªas, lastraba la necesidad que tiene cualquier lector de leer una novela con cara y ojos. El que esto escribe afirmaba que est¨¢bamos ante una novela de costuras cuyo hilo era G¨®mez de la Serna. Abusar de este m¨¦todo no deja salidas claras, salvo que te repitas. Por eso esper¨¢bamos el nuevo libro de Elorriaga. Hab¨ªa que ver c¨®mo se las arreglaba para acotar su inmensa facilidad para la ocurrencia verbal. Tambi¨¦n quer¨ªamos averiguar hasta qu¨¦ punto su inventiva era capaz de trascender el cors¨¦ de la frase brillante y apuntar a una emoci¨®n literaria de mayor fuste.
VREDAMAN
Unai Elorriaga
Traducci¨®n del mismo autor
Alfaguara. Madrid, 2006
188 p¨¢ginas. 17,50 euros
Vredaman es una historia de aprendizaje. Incluso a veces contra el autor mismo, empecinado en mostrarnos el mundo a trav¨¦s de los ojos de ni?os muy ufanos de su sabidur¨ªa infantil, y m¨¢s ufanos todav¨ªa de endilg¨¢rnoslas a los adultos. En esta novela se cruzan cuatro historias narradas desde puntos de vistas diferentes. Se alternan la primera persona, cuando un ni?o nos cuenta la importancia que tiene en su vida cazar una lib¨¦lula azul, y la omnisciente, cuando se narran las tres historias restantes (la construcci¨®n surrealista de un campo de rugby en un campo de golf, hallar las razones de que una pareja no se hubiera casado y saber, por fin, qui¨¦n gan¨® un concurso europeo de ebanister¨ªa). Pero volvamos a la historia de aprendizaje. En ¨¦stas hay un progreso psicol¨®gico, una ruta de paso, un salto doloroso hacia un conocimiento crucial. En Vredaman ese salto se da hacia el final, lo que ayuda a levantar vuelo al relato, que hasta entonces se hab¨ªa mantenido gozoso en dos circunstancias que Elorriaga maneja muy bien pero que novel¨ªsticamente pueden llegar a hartar por su improductividad: el lenguaje inocente-brillante-pretendidamente-l¨²cido del ni?o que narra y la proliferaci¨®n de historias secundarias que nunca garantizan unidad y mucho menos la sensaci¨®n de que leemos una novela. La cuesti¨®n del punto de vista evidencia lo que suele ser habitual en muchos autores espa?oles. Elorriaga no justifica los cambios de perspectiva. Lo sabemos cuando ello ocurre en Faulkner, pero no en Elorriaga que se salta la ley del punto de vista de manera arbitraria y sin justificaci¨®n. (He le¨ªdo a Juan Villoro comentar c¨®mo una vez le oy¨® decir a Rafael H. Moreno-Dur¨¢n, autor colombiano recientemente fallecido, que no entend¨ªa la raz¨®n por la cual Lampedusa alterara el punto de vista en su c¨¦lebre El gatopardo con una historia que no ven¨ªa a cuento). Tomas, el ni?o que narra en Vredaman, tiene una oportunidad de oro para dar el salto definitivo a la madurez. Su padre dolorosamente se la pone en bandeja, pero Elorriaga tarda demasiadas p¨¢ginas en mostrarnos a Tomas en esa circunstancia capital de su vida y del libro.
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