El s¨¢bado es para el hombre
La pr¨®xima visita del Papa a Valencia, en que abordar¨¢ el tema de las familias cristianas, debiera servir para que los cat¨®licos ejercieran su derecho a expresarse p¨²blicamente sobre las nuevas formas de familia presentes en nuestra sociedad. ?stas son un hecho innegable y requieren, tambi¨¦n por parte de la jerarqu¨ªa eclesi¨¢stica, un coraz¨®n humanista, un o¨ªdo atento y una mirada evang¨¦lica. Los problemas no se solucionan con noes que no reflejan el realismo misericordioso del Evangelio. Las nuevas formas de familia reclaman estudio y ordenamiento jur¨ªdico.
Con raz¨®n, hay autores que consideran los a?os 1980 como el comienzo de una transici¨®n demogr¨¢fica en Espa?a, una transici¨®n propia de los pa¨ªses desarrollados. Algunos datos nos dan idea de la magnitud del cambio:
La soluci¨®n no es un inmovilismo ajeno al realismo misericordioso del Evangelio
- En 1975, ocho de cada 1.000 habitantes contraen matrimonio. En 2005, lo contraen cinco de cada 1.000.
- En 1970, un 50% de las mujeres entre los 20 y 29 a?os est¨¢n casadas. De los hombres, un 33%. En 2002, el porcentaje de mujeres de esa edad casadas baja al 25%. El de hombres baja al 12%.
- En 1980, el n¨²mero de bodas civiles es de un 4,5%. En 2002, las bodas civiles son un 24,1%.
- En el a?o 2000, el n¨²mero de matrimonios divorciados en Espa?a es de un 16%, en tanto que en la Uni¨®n Europea es de un 33% y en Suecia de un 55%.
- En 2000, las mujeres son madres en Espa?a, como media, a los 30,73 a?os. En 2002, tienen una media de 1,25 de hijos.
No es dif¨ªcil advertir de que estos cambios afectan profundamente a la sociedad espa?ola, en pleno despliegue econ¨®mico y con una creciente incorporaci¨®n de la mujer al trabajo. Los datos parecen marcar un cambio muy significativo: se cuestiona el modelo del matrimonio tradicional, en el que era evidente el predominio del var¨®n, en contra de los valores hoy en alza de la igualdad, autonom¨ªa y libertad entre los dos sexos; se enaltecen los valores de un predeterminado nivel de vida y bienestar materiales que condicionan el hecho de que las parejas se vean constre?idas a retrasar la boda en un momento de creciente conciencia por amarse y amarse sexualmente, aun sin fecundidad. Los cambios contrastan con una mentalidad eclesi¨¢stica que considera el matrimonio monog¨¢mico e indisoluble como modelo y lo mantiene as¨ª por ley.
?Han entrado en crisis la familia, la pareja y la moral sexual o tan solo un determinado modelo de familia, de pareja y de moral sexual? ?El modelo tradicional, que no pocos a?oran, respetaba los valores fundamentales de una pareja interpersonal, de la igualdad de la mujer y de los hijos, de una sexualidad propiamente humana? Es un hecho la existencia de miles y miles de parejas cat¨®licas divorciadas, en Espa?a y en el mundo entero. Entre esos miles, es innegable que muchos han llegado a una situaci¨®n extrema de conflicto y fracaso, donde el sentido com¨²n y la raz¨®n aconsejan una separaci¨®n o un divorcio. ?Qu¨¦ ocurre con estos miles de parejas que, pese a haber iniciado un proyecto con amor y haber luchado por mantenerlo, llega un momento en que fracasan y su convivencia es del todo imposible?
La soluci¨®n jur¨ªdica que ofrece la Iglesia para estos casos es nula. Deben seguir figurando p¨²blicamente como matrimonio, aunque nunca m¨¢s lo sean. Y si se casan, por lo civil obviamente, ese matrimonio no les es reconocido y se les califica can¨®nicamente como concubinos, pecadores p¨²blicos, indignos de recibir la sagrada comuni¨®n y de ser padrinos en un bautizo.
Esta postura es, en primer lugar, impropia de la tradici¨®n cat¨®lica. La absolutizaci¨®n del valor de la indisolubilidad no siempre fue as¨ª. La indisolubilidad es un valor ideal, que ojal¨¢ todos vivieran como algo propio, desde dentro, un valor que corresponde al plan original de Dios, pero Dios no lo impone a todos, en todo lugar y circunstancia. En casos de fracaso e incapacidad humana, Dios act¨²a con la econom¨ªa de la comprensi¨®n, del perd¨®n y de la misericordia.
En cuanto a las relaciones homosexuales -no hablo de uni¨®n homosexual o de matrimonio homosexual, por una raz¨®n muy simple: porque es in¨²til hablar de uniones homosexuales y querer reconocerlas jur¨ªdicamente si previamente no se reconoce la validez de la homosexualidad-, la batalla se plantea en este terreno: ?se admite o no la homosexualidad como una variante leg¨ªtima de la sexualidad humana, una variante ¨¦ticamente v¨¢lida? Ciertamente, es un progreso recomendar respeto a los homosexuales, con exclusi¨®n de todo lo que sea despectivo o vejatorio. Los homosexuales son personas y como tales merecen el mismo respeto que todos los dem¨¢s.
Pero la inculcaci¨®n de ese respeto carece de base, es aparente, si luego se sigue manteniendo que la homosexualidad y la relaci¨®n entre homosexuales es desordenada, desviada, intr¨ªnsecamente perversa. Si yo mantengo que el homosexual es un desviado y un perverso, en el fondo seguir¨¦ abrigando distancia, temor y desconfianza.
Se trata, por tanto, de averiguar si la homosexualidad, ¨¦ticamente hablando, teol¨®gicamente hablando, es admisible o no.
a) La postura actual de la ciencia. La homosexualidad es un fen¨®meno ligado a la condici¨®n humana. "Los estudios m¨¦dicos, psicol¨®gicos, antropol¨®gicos y sociol¨®gicos apuntan de modo inequ¨ªvoco hacia la descalificaci¨®n de la homosexualidad como enfermedad, desviaci¨®n psicosop¨¢tica o perversi¨®n sexual. La homosexualidad va siendo reconocida como una orientaci¨®n sexual que la naturaleza permiti¨®. En raz¨®n de ello el Consejo de Europa ha instado a los gobiernos de sus pa¨ªses miembros a suprimir cualquier tipo de discriminaci¨®n en raz¨®n de la tendencia sexual" (C. Dom¨ªnguez Morano, La homosexualidad en el sacerdocio y la vida consagrada).
b) La postura de la Iglesia cat¨®lica. Todav¨ªa hoy, dentro de la Iglesia cat¨®lica, se da un firme rechazo a admitir la homosexualidad como un hecho natural de validez ¨¦tica. Existe, sin embargo, en ella una postura abierta y cr¨ªtica que muestra disentimiento y exige cambios hacia el futuro. Pues esta norma, como otras, es deudora de unos presupuestos del pasado que no concuerdan con los nuevos avances de las ciencias. La fidelidad al Evangelio no tiene por qu¨¦ incluir la fidelidad a un modelo cultural heredado, hoy en buena parte sobrepasado. Cito, como muestra de esta postura, las palabras del te¨®logo Schillebeecks: "En lo que respecta a la homosexualidad, no existe una ¨¦tica cristiana. Es un problema humano, que debe ser resuelto de forma humana. No hay normas espec¨ªficamente cristianas para juzgar la homosexualidad" (Soy un te¨®logo feliz).
El cristianismo, sin dejar de lado sus grandes principios, debe elaborar una moral humana junto con los que no son cristianos pero ello no les impide portar un profundo sentido de verdad y justicia. Un tratamiento interdisciplinar com¨²n es imprescindible. El Jes¨²s liberador fue mal visto -y eliminado- por los legalistas de entonces, y me temo que hay legalistas de hoy que hacen lo mismo. Pero debi¨¦ramos recordar que la regla suprema del Nazareno fue: "El s¨¢bado est¨¢ hecho para el hombre y no el hombre para el s¨¢bado".
Benjam¨ªn Forcano es sacerdote y te¨®logo.
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