El Derby de Pimpinela
Se me acerc¨® en la Zarzuela por fin reconquistada uno de esos amigos de toda la vida a los que jam¨¢s hemos visto fuera del hip¨®dromo (hay amigos de hip¨®dromo, como los hay de trabajo, de aperitivo o supongo que de novena, y todos son buenos, porque siempre es buena cosa la amistad): "Oye, no ser¨¢ verdad eso de que no vas a volver al Derby". "Pues ya ves...". Insisti¨®: "?No fastidies! Si nunca me pierdo tu cr¨®nica...". Le mir¨¦ despacio, mientras sacaba del bolsillo un papelito: "?Debo entender que, a pesar de mi resoluci¨®n en contra, me pides que vuelva a Epsom?". Se acobard¨® un poco: "Bueno, a m¨ª me parece...". No le dej¨¦ que se fuera por las ramas y le exig¨ª que firmara en la l¨ªnea de puntos, lo que hizo con mano temblorosa. Suspir¨¦ aliviado. Una decisi¨®n irrevocable puede ser revocada por otra, siempre que sea no menos irrevocable. Hace un a?o decid¨ª no volver al Derby, pues ten¨ªa establecido que me bastaba con los treinta ya vistos; pero a?ad¨ª un codicilo a mi acuerdo conmigo mismo: volver¨ªa a Epsom si diez personas neutrales y desinteresadas (los diez justos que salvar¨¢n al mundo, etc.) me lo ped¨ªan formalmente. Este amigo completaba la lista cuando ya conclu¨ªa el plazo imprescindible para encargar a tiempo el billete de avi¨®n. De modo que ?all¨¢ vamos, otra vez!
Desde luego, admito que hay algo de injusto en que los aficionados al deporte duremos tanto y los grandes campeones tan poco. Aunque a veces su retiro puede ser literalmente regio. Es el caso del ganador del Derby del a?o pasado, Motivator. A finales de temporada tuvo que ser jubilado de las pistas por lesi¨®n y fue nada menos que la Reina quien lo compr¨® para incorporarlo al establo real. All¨ª, en Sandringham, cumplir¨¢ sus apacibles y apasionados deberes como semental. Sin duda cada d¨ªa ver¨¢ la estatua de su antecesor Persimmon, que tambi¨¦n gan¨® el Derby y el St. Leger hace ahora ciento diez a?os y tuvo una progenie verdaderamente excepcional. A Persimmon lo hab¨ªa criado el Pr¨ªncipe de Gales, que luego fue Eduardo VII. Ya coronado, visitaba frecuentemente Sandringham y es fama que cuando pasaba junto al cercado de Persimmon ordenaba al ch¨®fer de su petardeante coche modelo 1900 rodar despacio, casi en punto muerto, para no perturbar el ocio gen¨¦sico del gran semental. Cortes¨ªa entre pr¨ªncipes...
La vida de competici¨®n de un purasangre suele ser en conjunto tan breve que quienes los amamos vivimos fundamentalmente de recuerdos. Aquellos a quienes tanto admiramos han estado frente a nosotros en acci¨®n cinco o diez minutos (una buena carrera dura poco m¨¢s de dos), y eso basta para que nos impongamos el deber de no olvidarles jam¨¢s. Rememorar sus gestas puede ser un nost¨¢lgico placer, aunque rara vez -salvo que participemos en un concurso o algo parecido- nos ofrecer¨¢ posibilidades tan rentables como aquellas de las que disfrut¨® el protagonista de Replay, un cuento del escritor norteamericano Ken Grinwood. La historia trata de un cuarent¨®n arruinado que muere de infarto en 1988 y renace maravillosamente en 1963. Buena noticia: vuelve a tener dieciocho a?os; mala noticia: s¨®lo guarda unos pocos d¨®lares en el bolsillo y no sabe c¨®mo multiplicarlos. ?Ah, pero estamos a finales de abril! Faltan pocos d¨ªas para que se corra el Derby de Kentucky. El renacido, que es -?o fue!- aficionado al turf, intenta recordar qui¨¦n gan¨® ese a?o la prueba. Repasa la lista de los participantes: No Robbery, Lemon Twist, Wild Card...Ninguno le convence. Un nombre se le hace muy conocido: ?Never Bend! Pero no, le suena porque a?os despu¨¦s fue el padre del gran Mill Reef, no como ganador de ese Derby del 63. Sigue buscando y finalmente aparece... Chateangay. ?Once a uno! No hay duda, es ¨¦l. Mejor dicho: fue ¨¦l... Le apuesta, asiste otra vez a la carrera brumosa en su memoria, gana su buen dividendo y con lo habido empieza una segunda vida. Ojal¨¢ tuvi¨¦ramos la misma posibilidad t¨² y yo, lector.
Pero ahora no toca obsesionarse con los derbis del pasado, sino disfrutar del ya inminente. Este a?o, el gran favorito para Epsom viene del otro lado del canal: es Visindar, un potro del Aga Khan entrenado en Francia que hasta ahora siempre ha ganado y hasta con ofensiva facilidad todos sus compromisos. Los que han asistido a sus sucesivas victorias y, a¨²n m¨¢s, quienes vieron sus galopes preparatorios aseguran que no puede perder. Contra este avasallador asalto franc¨¦s, los ingleses conf¨ªan en el h¨¦roe que siempre les asiste en estos peligros: Horatio Nelson. Cierto que este Nelson cuadr¨²pedo en realidad es irland¨¦s y est¨¢ entrenado en la hermosa isla por Adrian O'Brien, pero ha corrido habitualmente en Inglaterra y, adem¨¢s, un Nelson siempre suena a lo que tiene que sonar en o¨ªdos brit¨¢nicos. Los propietarios de Horatio Nelson, se?ores Magnier y Tabor junto con diversos asocia
dos, se han hecho ¨²ltimamente partidarios de bautizar antropom¨®rficamente a sus corceles: el pasado a?o ganaron el Coronation con Yeats, en ¨¦ste conquistaron las Dos Mil Guineas con George Washington, tienen por ah¨ª circulando a un James Joyce junto a un Ivan Denisovitch, y en el presente Derby -adem¨¢s del ilustre almirante- corren como segunda baza nada menos que a Dylan Thomas...
Tambi¨¦n otro de los participantes tiene un nombre human¨ªsimo y literario, aunque no pertenece a la escuadra de O'Brien. Me refiero a Sir Percy, ¨¦ste s¨ª ingl¨¦s de pura cepa (criado en Old Suffolk y entrenado en Lambourn), que el a?o pasado logr¨® derrotar por muy poco a Horatio Nelson y esta temporada lleg¨® segundo en las Guineas detr¨¢s de Washington. Digo que su nombre es literario y me dar¨¢n la raz¨®n -los aficionados a la literatura, claro est¨¢, los dem¨¢s poca raz¨®n pueden dar o quitar a nadie- cuando les revele que su abuelo materno fue Blakeney, ganador del Derby de 1969. En el mundo de la imaginaci¨®n aventurera, el aparentemente l¨¢nguido arist¨®crata ingl¨¦s Sir Percy Blakeney ennobleci¨® un seud¨®nimo inmortal: ?Pimpinela Escarlata! Con un pu?ado de compa?eros, rescat¨® de las garras del terror jacobino a una serie de v¨ªctimas de buena familia convenientemente inocentes en perpetua lucha con el malvado Chauvelin, a lo largo de nueve novelas que figuran entre lo m¨¢s divertido e ingenioso que nunca se ha escrito en el g¨¦nero popular. Quien no las conozca se ha privado tontamente de una de las alegr¨ªas de esta perra vida. La autora de Pimpinela fue Emma Magdalena Rosal¨ªa Maria Josefa B¨¢rbara Orczy (1865-1947), una baronesa h¨²ngara educada en Bruselas, Par¨ªs y Londres, que estudi¨® arte, se cas¨® con un pintor ingl¨¦s y decidi¨® aumentar los ingresos de su bohemia familia escribiendo relatos polic¨ªacos que compitieran con el abrumador Sherlock Holmes. Los protagonizaba Bill Owen, "el viejo en el rinc¨®n", un personaje genial que escuchaba los misterios narrados por los dem¨¢s y los resolv¨ªa sin moverse de su asiento. Despu¨¦s, la Baronesa Orczy invent¨® a lady Molly Robertson Kirk, jefa del departamento femenino de Scotland Yard (?) y la primera se?ora detective de que hay registro, dedicada a probar la inocencia de su marido (lo que nunca es f¨¢cil). Pero en 1905 pone en escena (literalmente: su primera aparici¨®n fue en una obra teatral) a sir Percy Blakeney, "Pimpinela escarlata". El ¨¦xito inmediato del personaje aument¨® con sus novelas y, m¨¢s tarde, con sus apariciones cinematogr¨¢ficas: antes que el hijo de Mark of Esteem y Percy'Lass ahora contendiente en el Derby, fueron tambi¨¦n "Sir Percy" nada menos que Leslie Howard, James Mason y David Niven...
Mientras cruzan la venerable pista de Epsom camino de la salida, dos cosas destacan en los participantes de la carrera m¨¢xima: la apostura rubia y delicadamente en¨¦rgica de Visindar junto al aire preocupado de Kieren Fallon, el jinete de Horatio Nelson. Algo no va bien con el tocayo del almirante, presiente oscuramente el jockey: pero el entrenador y el veterinario, desplazados hasta la salida, no observan nada concluyente y le dan el visto bueno. ?Caramba, se trata del Derby! Por fin se abren los cajones y todos se lanzan a correr: ayer ya se perdi¨®, ma?ana no importa, es ahora, ahora, cuando hay que demostrarlo todo... Los poetas primero: Dylan Thomas marca el paso durante pr¨¢cticamente todo el recorrido. Visindar y Horatio Nelson galopan juntos, bien situados en el centro del grupo. Ya en la recta final, el franc¨¦s comienza su ataque; Horatio Nelson intenta seguirle pero de pronto da un respingo espectacular y se desploma con la mano derecha fracturada... ?S¨ª, algo iba mal, muy mal! Sin embargo, tampoco ser¨¢ Visindar quien se imponga, porque al hermoso potro del Aga Khan le pesan demasiado los ¨²ltimos doscientos metros. Parece que el propio Dylan Thomas lograr¨¢ completar triunfador su recorrido en cabeza; le acosa de cerca Hala Bek, pero cuando se dir¨ªa que va a rebasarle da un bandazo hacia fuera y pierde un par de metros preciosos; entonces es Dragon Dancer, que nunca ha ganado en toda su vida, sorpresa absoluta, quien asoma rematando incontenible... Luchan los tres cabeza con cabeza y resulta imposible aventurar pron¨®stico: faltan cincuenta metros. Entonces, por los palos, se cuela Sir Percy estir¨¢ndose y peleando como un aut¨¦ntico le¨®n... ?Como aquella otra Pimpinela elusiva y fiera! Cruzan los cuatro la meta en lo que los ingleses llaman a blanket y los aficionados espa?oles, m¨¢s exagerados, llamamos "un pa?uelo". Al pronto no se sabe, pero pronto se sabe: ha ganado Sir Percy. Y yo he tenido que esperar treinta y un a?os para ver una llegada cerrada de cuatro caballos en el Derby... A lo lejos, en la pista ya vac¨ªa, queda Horatio Nelson vacilando sobre tres patas, sostenido por Fallon a quien mira con melancol¨ªa desesperada, como si estuviese en la cubierta gloriosa del "Victory" y quisiera decirle: "Kiss me!". Fue sacrificado menos de una hora despu¨¦s.
De modo que he vuelto a Epsom, a fin de cuentas. ?Por qu¨¦? Hannah Arendt escribi¨® que "el hombre, aunque ha de morir, no viene al mundo para morir sino para comenzar". ?Ser¨¢ eso? ?Ser¨¢ de veras otro comienzo?
Fernando Savater es catedr¨¢tico de Filosof¨ªa de la Universidad Complutense de Madrid.
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