La costa, antes del cemento
La imagen de esta playa recuerda la de San Sebasti¨¢n, escrib¨ªa un cronista en julio de 1899. El puerto natural semicircular, con el islote monta?oso a su entrada, pod¨ªa evocar modestamente la c¨¦lebre Concha donostiarra que ya era el escenario concurrido del veraneo de la corte. Este rinc¨®n de la otra punta del Pirineo era mucho m¨¢s tranquilo. Hab¨ªa un grupo de casas de pescadores y un par de tiendas donde se pod¨ªa hallar de todo y los hombres se reun¨ªan a escuchar la lectura del peri¨®dico en voz alta y a comentar las noticias, mientras tomaban un caf¨¦ con gotas de licor de ca?a.
En el espacioso arco de arena, algunas casetas de madera delataban la nueva costumbre del ba?o de mar entre las familias que comenzaban a frecuentarla. Llegaban cada verano de Barcelona, Girona, Olot y Figueres, la ciudad m¨¢s cercana. El cronista habitaba una casa "blanca como la nieve, fresca como una ma?ana de primavera, limpia y aseada como las mujeres del pa¨ªs". "Es mi palacio", a?ad¨ªa, e invitaba a sus lectores a combatir en esta playa los rigores de la can¨ªcula, al menos por unas horas. El tren ya pon¨ªa al alcance de los trabajadores la posibilidad de una excursi¨®n dominical al mar.
La fotograf¨ªa fue tomada 10 a?os antes, en invierno. En la temporada de ba?os, habr¨ªa ni?os en la arena y caballeros fumando o tirando la ca?a. Pero el espect¨¢culo y la emoci¨®n se produc¨ªan por la tarde, cuando los pescadores sal¨ªan con las barcas hasta los bancos de sardina m¨¢s pr¨®ximos. Si hab¨ªa suerte, todo el pueblo sal¨ªa a cenar junto a las fogatas, donde se asaban los peces reci¨¦n ganados al mar. Si no, s¨®lo hab¨ªa silencio. Y por la noche, los hombres sal¨ªan de nuevo a faenar, m¨¢s all¨¢ del horizonte.
Se trata de Llan?¨¤. El cronista era Juan Mar¨ªa Bofill, director del peri¨®dico El Ampurdan¨¦s y alcalde de Figueres, republicano federal de 1868. El fot¨®grafo era Jos¨¦ Mar¨ªa Ca?ellas, nacido en Reus e instalado en Par¨ªs, dedicado al retrato de artistas y de la buena sociedad. Durante el oto?o e invierno de 1888-1889, recorri¨® con su c¨¢mara y equipaje todos y cada uno de los pueblos del Alt Empord¨¤, cumpliendo el encargo de Jos¨¦ Rubaudonadeu, nacido en Figueres, candidato a diputado por Sant Feliu de Llobregat y residente en Madrid y Par¨ªs, dedicado con ¨¦xito a los negocios tras el fracaso de la I Rep¨²blica. Al legado ya conocido del mecenas republicano -con una colecci¨®n de arte que est¨¢ en el origen del Museo del Empord¨¤- se a?ade la cr¨®nica gr¨¢fica del fot¨®grafo mundano, que el museo comarcal recuper¨® hace unos meses con la exposici¨®n Photographie des artistes, de la que resta un excelente cat¨¢logo.
Ca?ellas fotografi¨® esta costa con el ¨²nico cemento nuevo de la estaci¨®n y el pueblo de Portbou, construidos con el ferrocarril inaugurado en 1870. T¨²neles y viaductos creaban una ilusi¨®n de modernidad que hasta este verano de 2006 no se ha consumado del todo en la carretera. Los caminos eran precarios en esta costa que apenas empezaba a llamarse brava, cuando otro cronista -Leandre Tarrag¨®, El Ampurdan¨¦s, enero de 1909, ya en catal¨¢n- cantaba el agreste paisaje de El Port de la Selva, pero se quejaba de la carretera a¨²n por terminar. La plaga de la filoxera hab¨ªa arrasado los vi?edos y arruinado la vida de estos pueblos.
La foto del puerto de Llan?¨¤ hoy es irreconocible. En los primeros a?os sesenta, la gran roca del Castellar a¨²n no hab¨ªa sido unida a tierra. Los escolares, llevados en excursi¨®n hasta el mirador de su cima, descubr¨ªan nuevas especies entre los peces de desecho que flotaban inertes en la orilla. El dique y la d¨¢rsena del puerto deportivo han achicado el espacio y han cerrado el horizonte visual, a la manera de una laguna arenosa. El semic¨ªrculo monta?oso, que cierra la bah¨ªa, ha sido invadido por una ret¨ªcula espesa e irregular de chalets y apartamentos, que llega hasta El Port de la Selva y no deja de avanzar por el norte hacia Colera. Aun as¨ª, Llan?¨¤ conserva un aire tranquilo de turismo familiar, al gusto de los tataranietos de los cronistas de anta?o.
En otros casos, las fotograf¨ªas de Ca?ellas muestran pobreza y suciedad en pueblos contrahechos, de las que Manuel Brunet y Jos¨¦ Pla segu¨ªan doli¨¦ndose cuando el turismo empezaba, por fin, a redimir la econom¨ªa de la costa. A llenarla del cemento que hoy todos los informes reputan excesivo.
La costa y los pueblos han cambiado mucho en el ¨²ltimo medio siglo. Ese contraste es uno de los atractivos que ofrece el ?lbum 1888-2005. Dues visions de l'Alt Empord¨¤, editado por el Colegio de Arquitectos, con el estudio hist¨®rico, t¨¦cnico y estil¨ªstico de un reportaje gr¨¢fico sin precedentes en la Catalu?a de fines del XIX. El libro reserva todav¨ªa una peque?a sorpresa: siete dibujos de Esteban Trayter, el maestro de escuela de Salvador Dal¨ª, s¨®lo conocido por sus referencias pintorescas. Para ilustrar los municipios que no formaban parte del partido judicial de Figueres, los editores han rescatado un cuaderno de campo, in¨¦dito, de sus andanzas por la comarca, l¨¢piz en ristre. Suyo es, entre otros, el perfil antiguo de L'Escala, antes de la invasi¨®n del cemento.
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