La siguiriya 'euskalduna'
Es que no hay manera. Se pone a una celebridad del jazz a componer una pieza inspirada en la capital de la comunidad aut¨®noma vasca y termina sali¨¦ndose por siguiriyas, sole¨¢s o buler¨ªas; con ello que la resultante resulta tan vasca como la torre de La Giralda. Despistes geogr¨¢ficos aparte, la noticia del estreno de la suite Vitoria, obra de Wynton Marsalis, magno impulsor de la internacional conservadora en jazz y m¨²sico muy discutido y muy discutible, confirma el deseo del susodicho de trasladar su peculiar filosof¨ªa musical al papel pautado; cosa que viene de antiguo y parece que va a m¨¢s, por lo mucho que el jazzista se prodiga en este campo ¨²ltimamente.
Puestos a definir, Vitoria ser¨ªa una suite para big band sobre ritmos flamencos. Su contenido se reparte en 11 movimientos, que acaso sean m¨¢s en el futuro, seg¨²n adelant¨® su autor. Los t¨ªtulos de los mismos llaman la atenci¨®n: Grande doce (sic), Buler¨ªas, Suave en la noche, I?aki's decission (dedicada al director del festival), Jason y Yasone (por la hija del mismo y el hermano menor del trompetista, tambi¨¦n m¨²sico), Sole¨¢, Euzkadi... Nota al margen: el autor de la obra y director nominal del ensemble apareci¨® en escena ocupando el lugar del primer trompeta, lugar que en ning¨²n momento abandon¨®.
Ron Carter Trio / Wynton Marsalis & The Jazz at the Lincoln Center Orchestra
Ron Carter, bajo; Mulgrew Miller, piano; Russell Malone, guitarra; The Jazz at the Lincoln Center Orchestra con Wynton Marsalis (director y trompeta). Polideportivo de Mendizorroza. Vitoria, 11 de julio.
Despu¨¦s de lo mucho que se hab¨ªa especulado sobre su contenido, lo cierto es que, en su premi¨¨re mundial, Vitoria funcion¨® s¨®lo a medias. Musicalmente correcta, por alguna raz¨®n, la obra no termina de conectar con la audiencia. No lo hizo en su noche de estreno, bien que ¨¦ste estuvo condicionado por la duraci¨®n de la (excelente) actuaci¨®n precedente, a cargo del tr¨ªo del contrabajista Ron Carter.
Contenido difuso
Explicaci¨®n a?adida a la frialdad con que la m¨²sica de Marsalis fue acogida por el respetable es la ausencia de una l¨ªnea argumental clara, de suerte que cada pieza parece campar por sus respetos y sin ninguna relaci¨®n con las restantes. As¨ª las cosas, el contenido de Vitoria resulta un tanto difuso y desigual, con segmentos magn¨ªficos desde el punto de vista de lo jazz¨ªstico y otros que no lo son tanto y alargan innecesariamente la ejecuci¨®n.
Lo que no hay es un sentido de unidad. Acaso el esfuerzo haya sido excesivo para un m¨²sico que mantiene tantos frentes abiertos (como compositor, int¨¦rprete de jazz y cl¨¢sico, director art¨ªstico de Jazz at Lincoln Center...) y a¨²n procura cumplir con las obligaciones a que le lleva su papel de guardi¨¢n de la fe jazz¨ªstica.
Lo cierto es que a Marsalis le visitan con demasiada frecuencia los fantasmas del pasado atenaz¨¢ndole de pies y manos. Su personalidad como creador, que lleg¨® a vislumbrarse en determinados pasajes de aut¨¦ntico genio, termina por diluirse en su impaciente b¨²squeda de referencias hist¨®ricas que podr¨ªan ser tanto Duke Ellington como el primer Gil Evans; s¨®lo que el jazz, nos guste o no, se resiste a ser reinterpretado, incluso cuando quien lo hace posee el conocimiento y los recursos de Wynton Marsalis.
Si el trompetista, y ahora compositor, emplea con innegable oficio materiales a?ejos, se empe?a en hablar por boca de otros. El buen aficionado -una rareza- no puede sino agradecer al joven creador sus esfuerzos por recordarnos a quienes fueron y ya no est¨¢n para nosotros. S¨®lo que con eso no basta. El jazz languidece en manos de quienes programan festivales donde se escucha de todo menos jazz, pero recurrir a modelos del pasado lejano no parece ser el mejor modo de devolverlo a la vida. Deber¨ªa pens¨¢rselo.
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