El para¨ªso desvanecido
ACASO NO haya en literatura tema que se presta m¨¢s al equ¨ªvoco que la evocaci¨®n de mundos perdidos. Haber vivido en un paisaje en el que, presumiblemente, se dieron condiciones subjetivas de armon¨ªa y placidez, resulta una experiencia de dif¨ªcil recuperaci¨®n, al menos en sus mismas condiciones. El lenguaje, si se usa con precisi¨®n, se dir¨ªa impermeable a la felicidad. Hay casos desconcertantes, y por ello preciosos, como los libros sobre Argentina de W. H. Hudson, editados aqu¨ª por Acantilado: La tierra purp¨²rea -"de los pocos libros felices que hay en la tierra", seg¨²n Borges- y All¨¢ lejos y tiempo atr¨¢s, del que Conrad dijo que estaba escrito "con la misma naturalidad con que crece la hierba". Conrad, para quien la mesura humana era una moment¨¢nea quietud de lo abominable, probablemente hubiera agradecido la lectura de Las diez mil cosas. Maria Dermo?t, con seguridad, s¨ª ley¨® a Conrad, pero su apreciaci¨®n de la vida colonial es m¨¢s intimista que sociol¨®gica. A la Dermo?t no le interesa la culpa o el remordimiento, sino la indignaci¨®n por el atropello de fuerzas oscuras, derivadas del azar o la maldici¨®n. En el did¨¢ctico pr¨®logo que acompa?aba esta edici¨®n, Hans Koning se lamenta de que la experiencia colonial holandesa no haya generado ning¨²n Kipling. Los pocos escritores holandeses que se han ocupado de la Indias Orientales, como Multatuli (cuyo Max H¨¢velaar edit¨® Jos¨¦ Batll¨® en 1975) o Louis Couperus (del que existe Fuerza oculta en una edici¨®n de 1989), fueron decididos detractores de la pol¨ªtica colonial holandesa. Maria Dermo?t prescinde de la visi¨®n colonialista. Sus personajes m¨¢s nobles son nativos, mientras que dedica a los holandeses rasgos caricaturescos. Bien es cierto que, a diferencia de Multatuli (1820-1887) y Couperus (18631923), Dermo?t escribe cuando el proceso descolonizador est¨¢ a punto de concluir, y por tanto registra la decadencia y la soledad a que aboca la p¨¦rdida de los privilegios. Identificar a la autora con Felicia, a quienes todos llaman "la se?ora del Peque?o Jard¨ªn", aunque se trata de una enorme plantaci¨®n de az¨²car, no es una c¨®moda superposici¨®n. Dermo?t ha dotado a su hero¨ªna de sus rasgos esenciales (tambi¨¦n ella perdi¨® un hijo), pero en particular la representa como la fiel custodia del mundo en que transcurri¨® su infancia. Un para¨ªso desvanecido, mezcla de mito y misterio, cuya aflicci¨®n se trasluce en la melancol¨ªa que atraviesa cada una de sus p¨¢ginas.
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