Cuidado, no diga Ulysses
Una acad¨¦mica estadounidense demanda al heredero de James Joyce por abuso de derechos de autor

Carol Loeb Shloss contra Stephen Joyce. Una profesora de literatura de la Universidad de Stanford contra el nieto y ¨²nico heredero de James Joyce, el gran escritor irland¨¦s muerto en Z¨²rich en 1941: las dos partes de un caso -actualmente sobre la mesa del tribunal civil del Distrito Norte de California- que mantiene en vilo a toda la comunidad de estudiosos de la obra del genio dublin¨¦s. Y cuya definici¨®n podr¨ªa revolucionar el concepto de derecho de autor en manos de un heredero. ?Hasta d¨®nde es posible utilizar ese derecho -y el derecho a la intimidad- para obstaculizar investigaciones acad¨¦micas? ?sa es la cuesti¨®n sobre la mesa. Su soluci¨®n tiene un inter¨¦s universal, que trasciende el caso.
El conflicto viene de lejos. Carol Shloss empez¨® a investigar sobre Lucia Joyce, hija de James y t¨ªa de Stephen, en 1988. Shloss estaba convencida de que "Lucia tuvo una gran influencia en la escritura del padre, y especialmente en la redacci¨®n de Finnegans Wake, su ¨²ltima obra", seg¨²n explica en una conversaci¨®n telef¨®nica desde EE UU. Shloss sospechaba que Lucia -pese a los muchos a?os de internamiento en institutos psiqui¨¢tricos- no era esquizofr¨¦nica sino, sencillamente, una persona con escaso equilibrio pero dotada de un enorme talento. Talento del que el padre trajo inspiraci¨®n y que plasm¨® sobre el papel, durante largas sesiones en las que, en el mismo cuarto, "ella bailaba y ¨¦l escrib¨ªa".
Ese mismo a?o, 1988, Stephen Joyce anunci¨® p¨²blicamente la destrucci¨®n de cartas que Lucia les hab¨ªa enviado a ¨¦l y a su mujer. Stephen, que hoy tiene 74 a?os y que no quiso hablar con este diario para este reportaje, tambi¨¦n destruy¨® tres postales enviadas a Lucia por Samuel Beckett, atendiendo el deseo de ¨¦ste. "No he destruido ning¨²n papel o carta en manos de mi abuelo, todav¨ªa", aclar¨® Stephen al a?o siguiente en una carta a The New York Times.
"Yo creo firmemente que hay una parte de la vida de cada ser humano que, independientemente de lo famoso que sea, deber¨ªa permanecer privada", prosegu¨ªa Stephen en esa carta. "Adem¨¢s, creo que la privacidad de la familia Joyce ha sido invadida m¨¢s que la de cualquier otro autor en este siglo". "Si mi mujer o yo encontr¨¢ramos m¨¢s cartas as¨ª de ¨ªntimas [como las de 1909, escritas por James Joyce a su mujer Nora con un alto contenido er¨®tico, y publicadas despu¨¦s de la muerte del autor], las destruir¨ªamos enseguida", advert¨ªa, pregunt¨¢ndose: "?C¨®mo se sentir¨ªan James y Nora ante esa escandalosa intrusi¨®n en la parte m¨¢s ¨ªntima de sus vidas?".
Ante semejante anuncio, Micheal Yeats, hijo de William Butler Yeats, manifest¨® su desacuerdo con Stephen, alegando que "el material relacionado con autores como Joyce y Yeats pertenece al mundo, no a la familia". Los investigadores joyceanos subrayan adem¨¢s que "debido al fuerte componente autobiogr¨¢fico de la obra del autor, es de suma importancia la investigaci¨®n sobre su vida y la de las personas que le rodearon".
Los hechos de 1988-1989 fueron el espectacular arranque de la tempestuosa relaci¨®n entre Stephen y el mundo acad¨¦mico. Shloss no es la ¨²nica destinataria de la r¨ªgida actitud del heredero, que en las ¨²ltimas dos d¨¦cadas ha negado casi sistem¨¢ticamente el acceso a los documentos que tiene en su resguardo y con mucha frecuencia la posibilidad de citar la obra de su abuelo, que permanecer¨¢ bajo derecho de autor hasta 2012, cuando habr¨¢n transcurrido 70 a?os de la muerte.
Fritz Senn, de la Fundaci¨®n James Joyce de Z¨²rich, no duda en calificar de "dictatorial" la actitud de Stephen. "Todos los estudiosos estamos sufriendo la misma situaci¨®n, la misma actitud absoluta e injustificadamente restrictiva".
Luca Crispi, el investigador joyceano de la Biblioteca Nacional Irlandesa, comparte la opini¨®n. "La gesti¨®n es demasiado restrictiva y, adem¨¢s, no depende de ning¨²n criterio objetivo fijado. Todo es arbitrario". Crispi se?ala que se siente obligado a "advertir a los j¨®venes investigadores que se interesan por Joyce de lo que hay" y a desaconsejarles ir adelante. "No me gusta que sea ¨¦l el juez, el que decida si un acad¨¦mico puede utilizar cierto material o no. Pero tiene los derechos", comenta Crispi.
Es ¨¦se el punto sobre el que quiere incidir el equipo de abogados de Stanford que han decidido representar a Shloss. David Olson, uno de ellos, dice: "El derecho de autor fue dise?ado para proteger a los creadores, no para dar a los herederos el poder de bloquear a los acad¨¦micos. Con el tiempo, sin embargo, se han ido imponiendo con ¨¦xito pr¨¢cticas intimidatorias por parte de los herederos".
Lo que quieren demostrar es que Stephen ha "abusado de su derecho de propiedad intelectual, que lo ha utilizado ileg¨ªtimamente para extender su poder, silenciar el debate, dificultar el acceso a material p¨²blico y afirmar el derecho a la intimidad de su familia de forma m¨¢s amplia de lo legal", seg¨²n apunta Robert Spoo, otro abogado del equipo y, antes, editor durante 10 a?os del James Joyce Quarterly ("la" publicaci¨®n del sector, seg¨²n Crispi).
"Las amenazas y demandas han creado alarma y confusi¨®n", prosigue Spoo. La cita de extractos de obras bajo copyright es libre si es breve y con fines acad¨¦micos. El problema es que la ley no define las dimensiones que puede tener. La actitud de Stephen, por tanto, ha llevado a los estudiosos y a los editores a dudar de la legitimidad de cualquier cita y a temer las demandas, seg¨²n Spoo, causando un serio freno a la actividad acad¨¦mica sobre Joyce. "Nuestra denuncia quiere entrar en esta situaci¨®n y aclarar las cosas. Definir bien que, si el heredero tiene derechos, la colectividad tambi¨¦n los tiene", concluye Spoo.
"Esta causa es una cuesti¨®n de principio. No se puede trabajar bajo constantes amenazas", dice Shloss. Su libro sobre Lucia Joyce se public¨® en 2003. Pero con duros recortes. Stephen neg¨® el permiso a publicar numerosos extractos recolectados por la profesora en 15 a?os de trabajo. La editorial, para evitar riesgos de demanda, acept¨® cortar. "Pero esas citas no violaban el derecho a la intimidad", alega Olson, ya que "todos los documentos en cuesti¨®n son de p¨²blico acceso".
La lucha de Stephen, cuyo segundo nombre es James, tambi¨¦n es de principios. Al restringir la utilizaci¨®n del material, renuncia a los ingresos correspondientes.

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