Yonquis del recuerdo
Otra posibilidad considerablemente sincera y no menos dram¨¢tica de titular este art¨ªculo era "?Ay¨²denme, me estoy haciendo mayor!", pero algo me ha dicho que debo preservar algo de dignidad antes de que desaparezca totalmente. Ayer fui a ver Superman Returns como tantos otros padres, intentando encauzar los deseos de mis hijas hacia alg¨²n tipo de visionado que no se centre exclusivamente en Clifford, el perro rojo gigante.
Lo cierto es que era yo el que quer¨ªa ir y utilizaba a mis hijas como d¨¦bil argumentaci¨®n de apoyo, dif¨ªcilmente justificable. La peque?a empez¨® a llorar nada m¨¢s comenzar y mi mujer entraba y sal¨ªa del cine con ella en brazos de manera intermitente. Lo terrible atrae y fascina. Mientras, intentaba explicar a la de cuatro a?os qu¨¦ estaba pasando en la pantalla, sin demasiado ¨¦xito. ?Ya la has visto? Me preguntaba. Yo le dec¨ªa que no. ?Y por qu¨¦ te la sabes? ?Por qu¨¦ me la s¨¦? Porque esto es un remake. ?Un qu¨¦? Un... Eh... Es una pel¨ªcula que la hacen dos veces. ?Por qu¨¦? Si ya est¨¢ hecha, ?por qu¨¦ la vuelven a hacer? Aqu¨ª ya, directamente, pas¨¦ de responder.
Se ha querido resucitar a Christopher Reeve con magia negra, y el resultado es un zombi
Ni yo mismo soy capaz de entender este enigma dif¨ªcil de explicar. Tengo alg¨²n tipo de confusa intuici¨®n, pero avanzar en este terreno sin una vestimenta adecuada, sin guantes ni katiuskas, puede terminar salpic¨¢ndome. Lo primero que evidentemente surge como obvio en mi maltrecho cerebro es que no hay nada nuevo bajo el sol, ni siquiera por encima de ¨¦l. Conocer es recordar, el futuro es tan s¨®lo un pret¨¦rito maquillado, maquillado digitalmente. Nosotros no queremos descubrir, queremos volver a un lugar en el que tan s¨®lo parezca que no hemos estado. La misma m¨²sica, casi el mismo actor, la misma historia, el mismo mapa, el mismo problema de terrenos... Eso s¨ª, todo con mucha menos gracia. El humor no se lleva. Ha sido extirpado como un tumor del celuloide.
Kevin Spacey no consigue hacernos re¨ªr como Gene Hackman. No consigue ni ser simp¨¢tico, ni darnos miedo. ?Se han fijado en el careto de Superman en el p¨®ster? Imagino un centenar de ejecutivos de los estudios discutiendo cada poro de la piel de esa foto para que no moleste a nadie, hasta convertirlo en un polvor¨®n inexpresivo, una especie de torta de mazap¨¢n caliente. Nuestra mente transforma r¨¢pidamente la pel¨ªcula de Richard Donner en un cl¨¢sico, en una joya de la cinematograf¨ªa, y a Christopher Reeve en el mejor de los actores cuando vemos esta irreprochable y demencial caricatura con resonancias cristol¨®gicas.
Se ha querido resucitar a Christopher Reeve con magia negra, y el resultado es un zombi. Superman vuela sin ganas, no se lo cree, sabe que est¨¢ colgado de un cable delante de un croma verde. Por muy alto que vuele el bueno de Brandon Routh, le veo el cable. Y si disfrut¨¢bamos de la timidez de Clark Kent, ahora su actitud resulta bochornosamente lamentable. No s¨®lo la gracia, el color tambi¨¦n tiende a desaparecer. Las botas de Superman no son rojas, son granates. Todo es un poco dark, se le ha adherido el look oscuro de Batman, para recubrir el conjunto con un barniz m¨¢s maduro y aburrido. El Daily Planet tambien ha ca¨ªdo infectado por el peligroso virus g¨®tico. S¨ª, hay que fijarse hasta en la licra del traje, que ahora tiene una extra?a textura, para asemejarse al tristemente nuevo traje de Spiderman.
Los ejecutivos de los estudios son alquimistas, chamanes de la superproducci¨®n, elaborando minuciosamente un bebedizo que nos arrastre al cine. Pon un barco hundi¨¦ndose, como en Titanic. ?chale un poco de E.T. al final. Superman muere y resucita como en E.T. Recordamos la pasi¨®n b¨ªblica de Encuentros en la tercera fase, hasta repetimos los di¨¢logos del extraterrestre: estar¨¦ aqu¨ª, siempre. Lois Lane tiene tan pocas ganas de hac¨¦rselo con Superman como con el mu?eco de Carlo Rambaldi. No es de extra?ar, porque, como le pasa a Spiderman, en varias tomas advertimos claramente que se trata tan s¨®lo un mu?eco inform¨¢tico. A?oro, oh Dios, perd¨®name por decir esta ignominia, a?oro el efecto ¨®ptico. Me gustaba tanto la superposici¨®n ¨®ptica... La qu¨ªmica, el laboratorio. Me gustaba el mundo anal¨®gico... ?Dios, la moviola! Me volv¨ªa loco la moviola.
Yo antes no era as¨ª, antes me re¨ªa del que reivindicaba a Burt Lancaster y a Tourneur para desprestigiar a Indiana Jones y a Spielberg. Con la edad yo hago lo mismo... Soy un viejo, un yonqui del recuerdo. Soy como el gran Garci, cuando enumeraba la lista de futbolistas: Zarra, Panizo, Ga¨ªnza... Dios nos perdone. Ellos, los ejecutivos de los estudios, han hecho esa maldita pel¨ªcula para m¨ª, para que lleve a las ni?as. Les da igual que luego no me guste, porque ya he llevado a las ni?as. He ca¨ªdo en su trampa mortal. He inoculado el veneno en mis hijas.
Amigo Reeve, t¨² que eres santo, t¨² que s¨ª ascendiste a los cielos, ay¨²dame a olvidar mi enfermedad, ay¨²dame a olvidar que s¨®lo deseo recordar. Pero ya es tarde. Hemos perdido. Dej¨¦monos arrastrar por el maelstrom (remolino). Repit¨¢moslo todo, una y otra vez. Batman comenzar¨¢ y comenzar¨¢, y el Poseid¨®n se volver¨¢ a hundir, como en un eterno retorno de lo mismo, pero diferenciado digitalmente. Y nosotros bailaremos en ese c¨ªrculo ominoso una danza sin fin, como mu?ecos digitales, al son de un Dios ciego e idiota, que blasfema y farfulla en el centro de toda infinitud. El gran ejecutivo, el abogado diab¨®lico que maneja el mundo desde el principio de los tiempos, absorber¨¢ nuestras almas, y como marionetas, acudiremos al cine sonriendo con nuestra alegre jeta de madera. Prisioneros en el fondo de la cueva, veremos pasar las sombras de unos mu?ecos delante de nosotros, y creeremos que eso es la realidad, encadenados para siempre.
Babelia
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