La lecci¨®n de la monta?a
Escuch¨¦ en la radio que en los ex¨¢menes de Selectividad hab¨ªan ofrecido a los estudiantes la posibilidad de comentar un texto sobre Rilke, y que esto constitu¨ªa un acontecimiento, pero como, a continuaci¨®n, me llamaron por tel¨¦fono no pude descifrar por qu¨¦ se hab¨ªa convertido en acontecimiento algo que en principio deber¨ªa ser normal. Incluso me parec¨ªa una buena noticia que Rainer Maria Rilke fuera objeto de comentario en un examen de literatura en estos tiempos tan poco sofisticados literariamente. Pero a los pocos d¨ªas le¨ª en un peri¨®dico la carta de un socio del R. C. D. Espanyol en la que se quejaba del sectarismo de unas pruebas en las que se hac¨ªa la ex¨¦gesis del entrenador del F. C. Barcelona sin dar acogida a las reflexiones apasionadas de los seguidores de otros clubes.
Entonces me apercib¨ª de mis dos errores, uno de audici¨®n radiof¨®nica y otro de apreciaci¨®n espiritual. No era, por tanto, Rilke sino Rijkaard el tema literario que deb¨ªan abordar los estudiantes. Si hubiera aguzado m¨¢s el o¨ªdo o no hubiera sonado el tel¨¦fono habr¨ªa acertado a la primera. El segundo error era todav¨ªa m¨¢s importante puesto que, insensible a las demandas de mi ¨¦poca, yo me hab¨ªa sorprendido de que Rilke fuera Rijkaard en lugar de sorprenderme por el sectarismo de privilegios a un club.
Para ser justos, en el pr¨®ximo examen de literatura habr¨ªa que repartir las cuotas de los comentarios sobre distintos entrenadores procurando que los diferentes equipos est¨¦n equitativamente representados. Aunque la verdad, para ser m¨¢s justos todav¨ªa, lo adecuado es que todo lo concerniente al f¨²tbol fuera tomado como asunto religioso -como, de hecho, lo es a todos los efectos, y a escala universal- y, en consecuencia, cesara la controversia sobre qu¨¦ asignatura impartir, si ¨¦tica o religi¨®n, pudiendo sintetizar lo espiritual y lo c¨ªvico en la materia f¨²tbol.
Esta extraordinaria aportaci¨®n del f¨²tbol puede que haya hecho olvidar estos d¨ªas otras aportaciones m¨¢s minoritarias, pero igualmente representativas de nuestra ¨¦poca. Quiz¨¢ ustedes, entre tantas noticias interesantes del Campeonato Mundial de Alemania -donde se juega el honor y el patriotismo de los pueblos-, no hayan reparado en una informaci¨®n que tambi¨¦n tiene que ver con nuestro culto al deporte.
Sucedi¨® hace unas semanas en el Everest: el alpinista brit¨¢nico David Sharp muri¨® a 300 metros de la cima sin que, de acuerdo con la informaci¨®n, ninguno de los m¨¢s de 30 escaladores que pasaron junto a su cuerpo agonizante tuvieran ganas o tiempo de ayudarle. Pens¨¦ irremediablemente en la vieja fotograf¨ªa de Edmund Hillary y el sherpa Tenzing, exhaustos y sonrientes, tras haber llegado por primera vez a la cumbre en 1953.
?Qu¨¦ hab¨ªa ocurrido 50 a?os despu¨¦s en aquel mismo lugar? Varios alpinistas que hab¨ªan coronado el Everest ofrec¨ªan sus interpretaciones. Para todos era inaceptable que la conquista de la monta?a hubiera sido m¨¢s importante que la vida de David Sharp. Pero m¨¢s exactamente, ?qu¨¦ hab¨ªa ocurrido en estos ¨²ltimos 300 metros para explicar la indiferencia con que fue tratado el agonizante? Unos, sin justificar el hecho, hablaban de la flaqueza de fuerzas al final de un ascenso, y otros, por el contrario, de la euforia que este hecho comporta.
Sin embargo, la mayor¨ªa de estos expertos alpinistas alud¨ªa a un hecho inquietante y en cierto sentido aterrador: el Everest era un reflejo de nuestra sociedad. A continuaci¨®n entraban en detalles de la progresiva degradaci¨®n que rodeaba la conquista de la monta?a desde la lejana andadura de Hillary y Tenzing: el mercantilismo, la competencia feroz, el deterioro ecol¨®gico, el exhibicionismo del r¨¦cord, la feria de las vanidades. Nada, o muy poco, quedaba de aquel esp¨ªritu pionero inicial.
La contundencia de las respuestas me obligaba a una pregunta: ?todo esto en tan s¨®lo 50 a?os? Una vida para m¨ª. Junto a la de Yuri Gagarin, con su viaje alrededor de la Tierra, la de Hillary y Tenzing hab¨ªa sido la mayor epopeya de mi infancia. Ten¨ªa una idea de la cima del Everest que, imagino, compart¨ªa con muchos ni?os de la ¨¦poca: un lugar puro, un trozo de cielo casi inaccesible a no ser que se llegara a ¨¦l con esfuerzos y audacia como hab¨ªan hecho sus primeros conquistadores. Ahora, a juzgar por lo que ha ocurrido con David Sharp, hemos domesticado el Everest hasta transformarlo en un arrabal m¨¢s de nuestra ciudad de la codicia y del espect¨¢culo. En s¨®lo 50 a?os.
Pero visto desde nuestra cotidianidad, esta inversi¨®n de la imagen del Everest tampoco tiene nada de excepcional. Si hemos convertido la comida en fast-food, si creemos que la solidez espiritual reside en los manuales de autoayuda, si nos hemos convencido de que realmente viajamos a trav¨¦s de los viajes organizados, si tenemos convicciones tan arraigadas sobre fundamentos tan vol¨¢tiles, ?por qu¨¦ no deber¨ªamos tener tambi¨¦n un Everest pr¨ºt-¨¤-porter? Al fin y al cabo el libro ¨¦pico de nuestros d¨ªas es el Libro Guinness de R¨¦cords, en el que se encuentran democr¨¢ticamente igualadas las mayores ocurrencias y las mayores estupideces. Por ejemplo: por primera vez m¨¢s de 30 escaladores pasaron, indiferentes, junto al cuerpo de un compa?ero que agonizaba a 300 metros de la cima del viejo y pobre Everest.
Me temo, no obstante, que esta lecci¨®n de la monta?a haya pasado desapercibida ante el alud de estad¨ªsticas futbol¨ªsticas de estas semanas. Por cierto que el Libro Guinness deber¨ªa acoger la cifra de espectadores que han proporcionado los entusiastas organizadores del Campeonato Mundial: treinta mil millones (imagino que alguno ha repetido partido porque de lo contrario nos faltan terr¨ªcolas). Una cifra c¨®smica de esas que producen en nuestros escolares la temida angustia de las matem¨¢ticas, pero que llenan de orgullo patri¨®tico a las sociedades.
Y en efecto, ?para qu¨¦ Rilke teniendo a mano al bueno de Rijkaard?
Rafael Argullol es escritor.
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