El fin del 'quid pro quo'
?Qu¨¦ es el G-8? ?El lugar de encuentro de las mayores potencias econ¨®micas del planeta? Por supuesto que no, ya que China y otros quedan excluidos del lote. ?El lugar de encuentro de los pa¨ªses emblem¨¢ticos de la democracia? Pero entonces, ?por qu¨¦ Rusia s¨ª e India no? En Mosc¨² sugieren que se trata de un directorio euroatl¨¢ntico de naciones cristianas, aunque se olvidan de que Jap¨®n es miembro fundador. Evitemos estas sandeces y coartadas que ocultan de mala manera la apuesta perdida de la posguerra fr¨ªa. La Rusia de Bor¨ªs Yeltsin fue invitada y luego cooptada en 1998 para darle ¨¢nimos. Nos precipitamos pensando en el d¨ªa glorioso en el que, ya plenamente democr¨¢tica y pr¨®spera, se unir¨ªa al pelot¨®n de las democracias occidentales. Presupon¨ªamos que, una vez rechazada la ideolog¨ªa comunista, ning¨²n otro camino se abrir¨ªa a la sociedad rusa. Cont¨¢bamos con que la sacro santa providencia econ¨®mica llevar¨ªa ineluctablemente de la abolici¨®n de la propiedad colectiva y la liberaci¨®n del mercado a una aut¨¦ntica democracia pol¨ªtica. Los Grandes reunidos en Mosc¨² bajo la batuta de Vlad¨ªmir Putin tienen que escoger: o retrasan post mortem un grandioso quid pro quo o lo entierran con lucidez.
Los vapores id¨ªlicos de la posguerra fr¨ªa se est¨¢n disipando. George Bush ya no ve en los ojos azules de Putin el alma pura del good guy. Deja que su vicepresidente se lamente, en voz alta e inteligible, de la deriva antidemocr¨¢tica del Kremlin. En Rusia todos los oficiales aclaman a su jefe cuando increpa al "camarada lobo" (Estados Unidos) "que sabe devorar a quien quiere devorar sin dar explicaciones, y la masa asiente". ?Vuelta a la guerra fr¨ªa? Para nada: entrada en la pos posguerra fr¨ªa.
Bien es verdad que el estallido del imperio de los s¨®viets es un hecho, aunque las conclusiones que sacan los occidentales no se parecen a las de Mosc¨²: "La disoluci¨®n de la Uni¨®n Sovi¨¦tica (1991) es la mayor cat¨¢strofe del siglo", se atreve a decir el maestro de ceremonias de San Petersburgo, como si las decenas de millones de muertos provocados por la aventura hitleriana o las que se cuentan en gulags y otras fosas comunes de la checa contaran menos que la "cat¨¢strofe" de la hegemon¨ªa perdida de Breznev o Andropov, sobre Riga, Vilnus, Kiev o T¨ªflis. ?Qui¨¦n profiere gritos de horror? Una comparaci¨®n no demuestra nada, pero imaginad por un momento que la se?ora Merkel se pusiera a lloriquear por la ca¨ªda del III Reich: es imposible. Y, sin embargo, en Mosc¨² dicen todas estas frases en serio.
Vlad¨ªmir Putin, con todos estos esfuerzos, pretende restablecer dentro del pa¨ªs como en otros pa¨ªses cercanos un "poder vertical", prudente eufemismo que no logra ocultar una vuelta a la salvaje tradici¨®n autocr¨¢tica del r¨¦gimen zarista, radicalizada hasta el extremo por los bolcheviques. Pretende seguir la guerra inhumana contra los civiles en Chechenia, suprimir las libertades p¨²blicas, volver a estatalizar de manera directa o indirecta los grandes sectores econ¨®micos, redistribuir la riqueza entre manos amigas, est¨¢ dispuesto a fulminar a los recalcitrantes como Jodorkovski, y a utilizar el gas y el petr¨®leo como armas para restablecer la autoridad rusa en las capitales vecinas. ?Quit¨¦monos la venda de los ojos! Los siete del G-8 saben que su hu¨¦sped ya no cree necesario fingir sus ambiciones y su arrogancia.
Para recuperar el estatus de l¨ªder mundial, los realistas del Kremlin han cambiado el arma de la utop¨ªa ideol¨®gica por aquella m¨¢s prosaica, aunque m¨¢s eficaz del gas y del petr¨®leo. S¨®lo empezar, el chantaje de la energ¨ªa ya les funciona. La Uni¨®n Europea, lejos de encontrar una respuesta com¨²n, est¨¢ dividida. Cada naci¨®n europea se apresura en solitario a negociar con Mosc¨² el precio de su debilidad. Gazprom es ¨¢gil, corrompe a diestro y siniestro, compra a todo el mundo, hasta a un canciller al que paga por los eficientes y leales servicios prestados pocos d¨ªas despu¨¦s de haber perdido su puesto de trabajo. El negocio del se?or Schr?der va viento en popa. ?Por qu¨¦ molestarse? ?No cedi¨® amablemente el turno de Alemania para que Putin pudiera presidir el G-8 este verano? ?No firm¨® a toda prisa, los ¨²ltimos diez d¨ªas de su mandato, el contrato del gasoducto del mar B¨¢ltico para sortear con grandes costes a Ucrania, Polonia y los pa¨ªses b¨¢lticos? Empieza el espect¨¢culo: Gazprom, brazo armado de la reconquista, firma acuerdos con la Sonatrach argelina y la Venezuela de Ch¨¢vez, protege a Ir¨¢n y el Sud¨¢n, intenta restablecer acuerdos con las petromonarqu¨ªas ¨¢rabes y dirige la ofensiva en Asia central. La nueva gran potencia energ¨¦tica atenaza a la Uni¨®n Europea y amenaza con acabar de desecar Occidente. El economista "liberal" de Putin, H. Gref, acaba de declarar: "?Qu¨¦ es Davos sino un pueblecito helv¨¦tico? ?San Petersburgo, en cambio, es la ciudad m¨¢s bella del universo!" ?A buen entendedor...! Este hombre es un esteta. Mientras sobrevolaba las ruinas de Grozny en helic¨®ptero en compa?¨ªa de su jefe, exclamaba: "Parece un decorado de Hollywood para una pel¨ªcula de la Segunda Guerra Mundial".
Las democracias occidentales no est¨¢n obligadas a coronar sin rechistar al petro-zar. Lo ¨²nico que aguanta a la econom¨ªa rusa es el precio del barril, la industria envejece y se estanca a diferencia del desarrollo en China y la balanza comercial -a excepci¨®n de las materias primas y del armamento- es lamentable. Salvo en Mosc¨² y en San Petersburgo, en todas partes reina la miseria; todo esto mientras crece la hidra burocr¨¢tica, la corrupci¨®n campa a sus anchas con s¨¦quitos de mafiosos que ajustan cuentas. La russian way of life tiene que importar todas las comodidades de la sociedad de consumo, desde el Big Mac hasta el ordenador. La nueva potencia rusa es muy perjudicial, es capaz de provocar y aumentar el caos mundial, aunque no puede prescindir de los cr¨¦ditos y de las inversiones de las econom¨ªas desarrolladas. ?Hay que ceder a sus exigencias, so pretexto de "no humillar" al Kremlin, concederle el derecho de encargarse del "extranjero cercano" y de hacer chantaje a la Uni¨®n Europea? O bien, como pide Gari Kasp¨¢rov y la nueva disidencia rusa, "la otra Rusia", ?no hay que ser exigentes con los derechos humanos, nuestras libertades y las de ellos?
No hay una nueva guerra fr¨ªa. Putin no es Stalin. No tiene a su disposici¨®n a media Europa como su maestro, Andropov, al que tanto admira. El desaf¨ªo de Putin s¨®lo es espantoso si lo comparamos con nuestra desuni¨®n, nuestras miopes rivalidades y nuestra debilidad mental.
Andr¨¦ Glucksmann es fil¨®sofo franc¨¦s. Traducci¨®n de Mart¨ª Sampons.
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