Carlos Sastre, el metr¨®nomo de ?vila, a 15s del podio
Floyd Landis tiene una calculadora por cabeza, un disco duro de ordenador que le repet¨ªa ayer, martille¨¢ndole las sienes durante los 38m 34s de la ascensi¨®n a Alpe d'Huez -un minuto menos que Armstrong en la cronoescalada de hace dos a?os-, que Kloden, el maillot magenta que le abr¨ªa paso entre las masas de holandeses borrachos, hab¨ªa tenido su mal d¨ªa en los Pirineos; que Leipheimer hab¨ªa patinado en la contrarreloj; que Sastre y Evans, dos metr¨®nomos, no han tenido d¨ªas especialmente malos pero que tampoco los tienen superlativamente, temiblemente, buenos; que Menchov, el ruso que trepa y llanea, estaba pas¨¢ndolo mal en esos mismos momentos. Y tambi¨¦n le dec¨ªa que con ese panorama, Kloden no s¨®lo le abr¨ªa camino hacia la meta, tambi¨¦n le abr¨ªa la puerta del Tour, de su Tour.
Sastre, detr¨¢s, tiene piernas largas y regularidad de metr¨®nomo. Pero tambi¨¦n tiene coraz¨®n, sangre en las venas, y ambici¨®n. Tambi¨¦n es consciente de su singularidad, un abulense de la tierra del granito metido en un equipo dan¨¦s. Hubo un momento, al principio de la etapa, en que ayud¨® a su compa?ero Frank Schleck -ciclista nacido en 1980, de la generaci¨®n de Valverde que tambi¨¦n, como el murciano, muestra excepcionales dotes para las cl¨¢sicas y para las pruebas por etapas- a conseguir la dif¨ªcil gesta de dejar su sello en el Tour en un lugar en que ning¨²n otro luxemburgu¨¦s lo hab¨ªa hecho antes, ni Faber ni Frantz, los h¨¦roes de principios de siglo, ni Charly Gaul, el mito de los a?os de Bahamontes: ganar en Alpe d'Huez, una cumbre que inaugur¨® Coppi en 1952. "S¨ª", cuenta Sastre, "ya estaban en la fuga mis compa?eros Voigt y Zabriskie, pero en un repecho le dije a Frank, quien en principio estaba para acompa?arme en la ¨²ltima subida, que se fuera, venga, venga, que aprovechara la oportunidad".
El gesto generoso le vali¨® a Sastre tener que hacer pr¨¢cticamente solo la subida a Alpe d'Huez. A su ritmo. Hubo un momento, en la parte central de la ascensi¨®n, en que parec¨ªa que acabar¨ªa junt¨¢ndose a Kloden y Landis, pero cometi¨® el error de cambiar de ritmo, de sprintar, cuando Kloden aceler¨® a 4,5 kil¨®metros del final. Por metros perdi¨® la rueda. La ruina. "S¨ª", es una pena. "Pero tampoco yo iba para tirar cohetes. Hay pocas diferencias porque todos vamos ya muy justitos, pero para m¨ª es importante saber que lo doy todo y que sigo ah¨ª". Pese a encontrarse a 15 segundos del tercero, en el grupo de cinco, entre el tercero y el s¨¦ptimo, comprimidos en un minuto, Sastre sigue sin hablar de objetivos. S¨®lo dice, buen castellano pegado a la tierra, que cada d¨ªa lo dar¨¢ todo y ya ver¨¢ hasta donde puede llegar con eso.
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