La memoria no reside en la pol¨ªtica
Elie Wiesel escribi¨® que su mayor preocupaci¨®n era el reino de la memoria. "Quiero proteger y enriquecer ese reino, glorificarlo y servirlo". Otro jud¨ªo, Walter Benjamin, lo vio de otra manera: la memoria no es un instrumento para explorar el pasado, sino el medio en el que se encuentra la experiencia. La memoria hist¨®rica no existe; es la historia la que hace la memoria. La memoria no se defiende con una ley, sino con el conocimiento, y lo realmente importante de ella no ser¨¢ nunca lo que establezca un dictamen jur¨ªdico sino su cultivo como fuente de la experiencia. ?De qu¨¦ le puede valer hoy la memoria a los habitantes de Israel si no es para saber lo que significa la humillaci¨®n de un ser humano, la crueldad con que unos hombres son capaces de tratar a otros cuando se creen en posesi¨®n del derecho, la verdad y la fuerza, e ignoran que nada, absolutamente nada, justifica la deshumanizaci¨®n del contrario? ?De qu¨¦ nos vale a los espa?oles la memoria si no la utilizamos como el guardi¨¢n del cerebro, el germen de la reflexi¨®n y del entendimiento?
Nadie sabe todav¨ªa en qu¨¦ consiste exactamente la anunciada Ley de la Memoria Hist¨®rica que prepara Rodr¨ªguez Zapatero y posiblemente es esa falta de concreci¨®n lo que est¨¢ originando una mayor confusi¨®n e inquietud. ?Se trata de fijar indemnizaciones y reparaciones legales para las v¨ªctimas del franquismo? ?Permite la revisi¨®n y anulaci¨®n de los consejos de guerra posteriores a 1939? ?Comprende tambi¨¦n los tres a?os de guerra civil? La barah¨²nda que rodea toda la iniciativa de Presidencia de Gobierno est¨¢ permitiendo que el debate sobre la memoria se instale en el terreno de la pol¨ªtica, una idea francamente muy poco sensata.
La agenda pol¨ªtica de un Gobierno no tiene nada que ver con todo esto. La memoria es como el honor: no reside en un ministerio ni en una direcci¨®n general. Se encuentra s¨®lo en las personas. Es la sociedad civil quien debe cultivar la memoria. Somos las personas las que debemos honrar a los muertos. Somos nosotros quienes debemos procurar que la memoria de cada uno de nosotros no sea "el cementerio abandonado en el que yacen, sin cantos ni honores, los muertos que hemos dejado de apreciar". Por supuesto que hay que encontrar los restos de quienes fueron asesinados en las cunetas y las tapias de los cementerios. Por supuesto que el Gobierno debe financiar a las asociaciones que realizan ese trabajo. Por supuesto que deben desaparecer los nombres de las calles que a¨²n ensalzan a los golpistas. Por supuesto que Franco y Jos¨¦ Antonio deber¨ªan descansar en cementerios locales.
Pero somos nosotros, y no el Gobierno, ni una ley, quienes debemos avivar la memoria para alimentar la experiencia. Despertar la memoria, por ejemplo, para homenajear a un periodista que se llam¨® Eduardo de Guzm¨¢n. No hace falta una ley para eso. Se trata ¨²nicamente de recordar que en este pa¨ªs, durante muchos a?os, se ensalz¨® a periodistas como Emilio Romero como "espejos" en los que se deb¨ªan mirar los nuevos profesionales. Y que s¨®lo unos pocos tuvieron la fortuna de aprender, en sus casas o en la clandestinidad, que exist¨ªan otros maestros, que hab¨ªan sido aplastados y expulsados, y que representaban mucho mejor el modelo del oficio. Que tuvieron la suerte de conocer a un pu?ado de periodistas republicanos, de izquierda, anarquistas o simplemente dem¨®cratas, como Chaves Nogales, que intentaron siempre comportarse con dignidad y hacer su trabajo con decencia.
Despertar la memoria no consiste en llevarla al debate pol¨ªtico, sino en recuperar a Eduardo de Guzm¨¢n como referencia profesional. Y sobre todo en recuperar sus ense?anzas: se debe huir del periodismo que capitaliza el odio o la paranoia, del periodismo que miente y desquicia anunciando el fin del mundo, de los carro?eros del odio que dan informaci¨®n falsa a sabiendas y se refugian en el patriotismo, la pseudo ciencia y la superstici¨®n. En eso consiste todo. Honrar la memoria es denunciar a quienes hoy llevan a la humillaci¨®n a pueblos enteros y a quienes se regodean en los s¨ªmbolos del odio. solg@elpais.es
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