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Uno. Del mismo modo que Jos¨¦ Mar¨ªa Pou, eje de la entregad¨ªsima compa?¨ªa del Romea, sosten¨ªa sobre sus espaldas el Lear de Calixto Bieito, Joel Joan es la turbina de irradiaci¨®n energ¨¦tica de su nueva entrega, este Peer Gynt que, a juzgar por los ecos de su estreno en el Festival de Bergen, daba bastante miedito: las cr¨®nicas refer¨ªan la entusiasta acogida del p¨²blico y enumeraban, ay, una serie de "figuras de estilo" (sadomaso, guarrer¨ªas varias, gansterismo cutrelux) que hac¨ªan temer un m¨¢s de lo mismo. El caso es que fui a la inauguraci¨®n del Grec con los congojos en la tr¨¢quea y sal¨ª requeteconvencido y con escasas pegas. Aunque Bieito se ha labrado a pulso que el follaje, con perd¨®n, no deje ver el entrelazamiento de sus ramas, aqu¨ª hay poco petardeo y mucha alquimia. De entrada, el espect¨¢culo da un paso m¨¢s all¨¢ en la l¨ªnea de contenci¨®n que reinici¨® Lear, un ¨®rdago a la grande pese a sus desajustes. Ya s¨¦ que mentar la contenci¨®n hablando de Bieito es como sentar a Hannibal Lecter frente a un plato de lechuga, y que la gratuidad y el desparrame nunca desaparecen del todo en sus montajes pero esta vez ha logrado destilar la esencia de un texto que es pura met¨¢stasis formal, una absoluta mezcla de estilos y tonos: poema dram¨¢tico, leyenda popular, gran slalom metaf¨ªsico. Peer Gynt es a Ibsen lo que Camino de Damasco es a Strindberg: una pieza desbordante y desbordada por definici¨®n, por puro anhelo de b¨²squeda. Se me ocurren otros puentes: no estamos lejos, pienso, de los toboganes espirituales de Hesse (el expresionismo alucinado de Demian y El lobo estepario) o incluso, en sus pasajes m¨¢s on¨ªricos y alucinados, del Lorca del Teatro bajo la Arena (As¨ª que pasen cinco a?os, sin ir m¨¢s lejos).
Dos. Peer es un tarambana eg¨®latra y fabulador, entre Baal y Cristy Mahon; una bestia parda ingenua y amoral que busca "llegar a ser" (el "moi-m¨ºme, mais reussi", de Montherlant) y, de paso, comerse el mundo a bocados. Qu¨¦ digo el mundo: todos los mundos posibles. Joel Joan, un atleta teatral como hay pocos, un joven mattatore, es la elecci¨®n perfecta para el personaje: m¨¢s chulo que un ocho, conmovedoramente peterpanesco y al mismo tiempo con el peligro de Tom Cruise en Magnolia. La primera parte, un tanto balbuceante y con alguna que otra arritmia, est¨¢ empapada en salsa Fassbinder: Peer tropieza en todas las esquinas de la jungla de las ciudades, mete y se mete, le brean los malos (vestidos, una vez m¨¢s, en el Cortefiel de Bulgaria), y acaba, tras quincocientas cervezas, pasando al otro lado del espejo, donde habitan unos trolls a caballo entre los travestorros del Rocky Horror Show y la banda de Dennis Hopper en Blue Velvet: el puro infierno del imperativo de goce, que dir¨ªa pap¨¢ Lacan. Vender el coraz¨®n al Super Yo tir¨¢nico tiene sus r¨¦ditos ("?Mam¨¢, mam¨¢, estoy en la cima del mundo!") y el riesgo cierto de dejar el alma en un almario muy, muy profundo. Tras ese encuentro goyesco con el rey de Dovre (Boris Ruiz, m¨¢s inquietante que nunca) y su hija bisexual (Llu¨ªs Villanueva, ¨ªdem de lienzo), muere la madre de Peer. Mont Plans es una Aase formidable, pero en la preciosa escena de su viaje final hay en Joel Joan una cierta sobreactuaci¨®n melodram¨¢tica, que comienza a esfumarse cuando Solveig, su nueva ancla terrena le jura amor eterno: Roser Cam¨ª (vestida ¨¤ la Bjork en Dancing in the Dark) ofrece una composici¨®n pur¨ªsima, sin la menor distorsi¨®n, instant¨¢neamente convincente. Y tentacular, porque cuando no interpreta a la paciente amada de Peer le atiza a la bater¨ªa y hasta se marca, con id¨¦ntico poder¨ªo, un temazo de P. J. Harvey. Tambi¨¦n se luce en ese negociado el argentino Javi Gamazo, rasgueando una guitarra casi heavy y emulando a Tom Waits. En el intermedio, tras la tombolera y adecuad¨ªsima versi¨®n de Something Stupid a cargo de Vict¨°ria Pag¨¦s, Peer (m¨¢s Cruise que nunca: faceta cienciol¨®gica) se tutea con los amos del mundo (Carles Canut, Boris Ruiz, Miquel Gelabert, y Miquel Galindo en el rol de traductor fool): una escena divertid¨ªsima y feroz que parece dise?ada por el Savary del Magic Circus, y en la que Bieito consigue que el v¨ªnculo morcillero entre la guerra ¨¢rabe-israel¨ª y el himno del Bar?a no se quede, por un pelo, en mera patilla.
Tres. La segunda parte me dej¨® a cuadros por el absoluto dominio de los cambios de registro. Resumo: a) Pope Peer en plan estrella de musical, prometiendo a sus fieles el para¨ªso en la tierra a los sones del Hallelujah de Cohen (coro: toda la compa?¨ªa). b) Megal¨²brica danza de Anitra (Ana Salazar), convertida en put¨®n de Entrev¨ªas que despluma literalmente al mozo tras un zapateado taladrador. c) Visi¨®n casi cabal¨ªstica de la escena de la Esfinge, con un andamiaje met¨¢lico dividido en tres niveles, con cabriolas literales al borde del abismo y la estructura de una pesadilla de Lynch: Bieito jam¨¢s hab¨ªa jugado (y ganado) as¨ª en el territorio de la abstracci¨®n pura. (A destacar el terrible y sangriento colof¨®n a cargo de Miquel Gelabert). d) Tras ese ascensor al cadalso del vac¨ªo, se apagan los fluorescentes helados y Amparo Moreno canta las exequias del labrador que se cort¨® un dedo para no ir a la guerra. Precioso mon¨®logo pacifista, muy brechtiano, lastrado por la traducci¨®n incomprensiblemente viejuna de Joan Sellent, que contamina la interpretaci¨®n de la dama. (Hay que apretarle las tuercas a esa escena. Y a esa traducci¨®n). e) Grand finale: tempestad de nieve con chorros de espuma de jab¨®n, Canci¨®n de la monta?a en orquestaci¨®n de Hollywood, fantasmas plastificados, un Pap¨¢ Noel que trae la nada muy bien envuelta (como suele suceder) y encuentro imposible entre Peer y Solveig. Otra virguer¨ªa de la imaginaci¨®n al servicio de la puesta en escena. Miro el reloj: han pasado casi cuatro horas y ni me he dado cuenta. Me pongo en pie, como mandan los c¨¢nones, para aplaudir como un cosaco a Joel Joan, a Bieito y a toda la compa?¨ªa. Pedazo de trabajo, se?oras y se?ores. Que gire, y mucho.
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