Sobre la escultura de Serra

Comprendo muy bien c¨®mo deben de sentirse en el Reina Sof¨ªa con el asunto de la escultura de Serra, pues mi mujer y yo hemos pasado por una situaci¨®n muy parecida. Mi t¨ªa Eulalia nos regal¨®, cuando nos casamos, un jarr¨®n de bronce de gran tama?o. Como el trasto ocupaba demasiado espacio en el sal¨®n, lo guardamos en un armario; luego, en la despensa; por ¨²ltimo, en un rinc¨®n del garaje. Mientras tanto, tuvimos dos hijos y nos cambiamos a una casa m¨¢s grande. Durante la mudanza se extravi¨® la caja que conten¨ªa el jarr¨®n. Al enterarnos, sentimos un inmenso alivio.

Cuando mi t¨ªa vino a conocer la nueva casa, pregunt¨® por el jarr¨®n. Nosotros, hechos unos hip¨®critas, le dijimos lo mucho que nos hab¨ªa entristecido la p¨¦rdida de su regalo. Un mes m¨¢s tarde, mi t¨ªa nos llam¨® para informarnos de que hab¨ªa localizado en una tienda un jarr¨®n exacto al desaparecido. Nos apremi¨® a que lo compr¨¢semos. No nos qued¨® m¨¢s remedio que cargar con el nuevo jarr¨®n y colocarlo en un sitio preferente del sal¨®n de la nueva casa. As¨ª sigue. Ya nos hemos hecho a la idea de que as¨ª seguir¨¢ para siempre. Mi mujer dice que la culpa es m¨ªa, por invitar a mi t¨ªa a la boda.