La mala fama del buen humor
El hombre es el ¨²nico animal que r¨ªe dijo Arist¨®teles tras serias y profundas reflexiones, visto as¨ª el sentido del humor ser¨ªa ese sexto sentido que distingue al homo sapiens, homo ridens, de las restantes especies zool¨®gicas que se conforman con cinco. El sentido del humor, el humor, es inequ¨ªvoca y fieramente humano, y profano. La risa ol¨ªmpica de los dioses grecolatinos se entiende en cuanto los habitantes del Olimpo son algo m¨¢s que divinidades antropom¨®rficas y et¨¦reas, suyas son todas las pasiones humanas aunque exacerbadas hasta el paroxismo. Dioses promiscuos y proteicos, h¨¢biles en el disfraz y en el enga?o que gustan de la carne mortal y de los placeres terrenales. Los dioses bromean pero m¨¢s vale no hacer bromas con los dioses que prefieren ser contemplados e invocados en su faceta m¨¢s seria e imponente. La tragedia es su g¨¦nero favorito, por ejemplar y edificante, la tragedia que les presenta como due?os absolutos de los destinos de los hombres, jueces terribles e inapelables, severos, aunque ingeniosos en la aplicaci¨®n de las penas. La tragedia es aristocr¨¢tica y piadosa, la nobleza y el clero la apoyan porque difunde su visi¨®n del mundo y consolida su papel de intermediarios e int¨¦rpretes entre los dioses y los hombres. La comedia es popular, irreverente y blasfema, y por lo tanto subversiva, no niega la existencia de las deidades, ni siquiera sus buenas intenciones, pero pone en solfa muchas de sus desafortunadas intervenciones en los asuntos humanos y a los humanos que les representan.
"Lo divertido no es lo contrario de lo serio, sino de lo aburrido"
La mala fama del buen humor,
que se ha propagado desde los tiempos de Arist¨®fanes, es un prejuicio aristocr¨¢tico y religioso que sigue gozando de buena salud en nuestros d¨ªas. En la secci¨®n de humor de las grandes librer¨ªas son tan escasas como previsibles las obras de escritores de cierto renombre, calificar de obra humor¨ªstica el libro, por hilarante que resulte su lectura, de un autor conocido que no se defina a s¨ª mismo como humorista, es una velada descalificaci¨®n que adscribe el texto a un subg¨¦nero literario de segunda clase. La frase de G. K. Chesterton, humorista brit¨¢nico, que no figura en la letra H de las librer¨ªas: "Lo divertido no es lo contrario de lo serio, sino de lo aburrido" se ha quedado en eso, en una de esas frases ingeniosas propias de la literatura humor¨ªstica.
En un programa de TVE de los a?os setenta, el presentador, Jos¨¦ Mar¨ªa ??igo, que entrevistaba a Mario Vargas Llosa con motivo de la publicaci¨®n de Pantale¨®n y las visitadoras, le espet¨®, tras el inevitable pre¨¢mbulo laudatorio: "Este libro suyo es una obra menor dentro de su producci¨®n, ?no cree?". A lo que respondi¨® el entrevistado: "Eso lo dice usted porque se ha re¨ªdo mucho al leerla". Desde esa ¨®ptica reductora y corta de miras, hablar de literatura humor¨ªstica, con referencias al Quijote de Cervantes y al Ulises de Joyce y destacar sus aspectos ir¨®nicos, sat¨ªricos y par¨®dicos constituye una profanaci¨®n, una provocaci¨®n blasfema. "El humor", escribe Vlad¨ªmir Jank¨¦l¨¦vitch en un ensayo dedicado a la iron¨ªa, "nos libra de nuestros terrores o nos priva de nuestras creencias", dos riesgos que ya advirtieron los tiranos y los sacerdotes de la Antig¨¹edad cl¨¢sica. Una sociedad sin terrores y sin creencias, sin temor de Dios ni del Estado desembocar¨ªa inevitablemente en la anarqu¨ªa. La iron¨ªa le cost¨® la cicuta a S¨®crates y tiene sobre sus espaldas una larga n¨®mina de asesinatos, c¨¢rceles y destierros. La iron¨ªa es lo contrario de la hipocres¨ªa, porque la iron¨ªa, volvemos a Jank¨¦l¨¦vitch, es una mentira que se autodestruye al proferirse.
El dios creador que comparten jud¨ªos, musulmanes y cristianos, estos ¨²ltimos por partida triple, nunca estuvo para bromas, aunque algunos comentaristas heterodoxos interpreten como un rasgo de humor la encerrona que le tendi¨® a su fiel Abraham cuando le exigi¨® el holocausto de su hijo unig¨¦nito; tal vez, al ver que se lo tomaban tan en serio, decidi¨® no reincidir. En el cristian¨ªsimo reino de Espa?a, pese a los santos y persistentes oficios de inquisidores y censores, siempre se dio bien el humor, del buen amor del Arcipreste de Hita, al c¨¢ustico humorismo de Quevedo, el ¨²nico que figura en la secci¨®n H de las librer¨ªas, aunque s¨®lo con sus obras m¨¢s escatol¨®gicas, de las ingeniosas y jocosas peripecias de la novela picaresca, novela de novelas y matriz de narrativas a la virulenta s¨¢tira pol¨ªtica decimon¨®nica, pasando por los poetas festivos y cortesanos del XVIII.
De tan pr¨®diga cosecha nacio
nal, no recoge el poeta Andr¨¦ Breton ni un solo ejemplo en su diccionario del Humor Negro, una omisi¨®n que bordea la amnesia surrealista, una omisi¨®n m¨¢s ofensiva por venir de un pa¨ªs culto que rinde merecido homenaje y reconocimiento a Rabelais, y a Moli¨¨re, y es la patria de Voltaire, de Jarry, de Pr¨¦vert, de Boris Vian o de Raymond Queneau. El humor en Europa es ingl¨¦s, del quijotesco Lawrence Sterne y del implacable Jonathan Swift, de Fielding, Thomas de Quincey, de Saki y de Woodehouse, Evelyn Waugh, David Lodge o Tom Sharpe. Humor fr¨ªo, ir¨®nico y distante que habla con seriedad de las cosas peque?as y bromea acerca de las grandes, otra vez Jank¨¦l¨¦vitch.
Si entre la realidad y nuestros ideales no interponemos un colch¨®n de sentido del humor, nos volveremos fan¨¢ticos, dice Lin Yutang, sabio chino contempor¨¢neo. Contra la hipocres¨ªa y el fanatismo, el humor sigue escribiendo hoy sus mejores p¨¢ginas.
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