En nombre de los ni?os muertos
Un d¨ªa y otro y otro, hasta hacerse rutina y dejar, por tanto, de ser noticia. Ni?os muertos como "efectos colaterales" de las acciones b¨¦licas, de los "asesinatos selectivos" de Israel, de las reacciones terroristas de las milicias palestinas o los cohetes de Hezbol¨¢. Ni?os muertos en Irak por los "insurgentes", por las fuerzas armadas propias o invasoras.
?C¨®mo podr¨ªamos, por fin, detener la locura de la guerra e iniciar el siglo XXI sustituyendo la fuerza por el di¨¢logo? Las emociones que he sentido y observado frente a la imagen de una ni?a acribillada me han hecho pensar que quiz¨¢s s¨®lo invocando a los ni?os muertos podr¨ªa lograrse que todos, de un lado y otro, de una y otra creencia o ideolog¨ªa, estar¨ªan dispuestos a deponer las armas y sentarse alrededor de una mesa para intentar hallar soluciones pac¨ªficas a sus conflictos.
En nombre de los ni?os muertos, pensando que podr¨ªan ser los nuestros. Quiz¨¢s s¨®lo as¨ª es posible que la sed de venganza, la animadversi¨®n, el rencor y el odio cedan espacio y voluntad a la conciliaci¨®n. S¨®lo as¨ª las turbias manos que empujan la inmensa maquinaria b¨¦lica comprender¨ªan que su tiempo ha terminado, que ya hemos pagado -en v¨ªctimas y divisas- el precio terrible de la guerra.
En nombre de los ni?os muertos. Hace unos d¨ªas, Save the Children publicaba que en la actualidad hay 50 millones de ni?os afectados por conflictos armados. Y Unicef informaba sobre los miles que mueren diariamente de hambre, de desamor, de olvido. ?Ser¨¢n estas cuentas, estos datos, el recuerdo horrendo de ni?os esquel¨¦ticos o destrozados por la metralla, los que podr¨¢n movilizar a la gente, abri¨¦ndole los ojos y propiciando resueltamente la acci¨®n?
Acostumbrados a aceptar resignadamente "lo que pasa", atemorizados y esperando "a ver qu¨¦ hacen" (los gobernantes, las instituciones nacionales e internacionales), solemos despertar de nuestro letargo ¨²nicamente cuando sucede algo realmente excepcional. Entonces la reacci¨®n est¨¢ a la altura de la dignidad humana, del destino com¨²n. Miles y miles ofrecen ayuda generosamente, y otros, con las manos embadurnadas de chapapote del Prestige, facilitando los primeros auxilios a los damnificados del hurac¨¢n Mitch o del tsunami del ?ndico, nos dan la medida de la solidaridad humana, de la capacidad de abnegaci¨®n y desprendimiento. Y nos llenamos otra vez de esperanza.
Ha llegado el momento de no descansar. De no ser espectadores hasta que otro aldabonazo nos incite a saltar al escenario. Presencial o virtualmente, tenemos que movilizarnos para proclamar un no rotundo a la guerra, a la violencia. Y reclamar la r¨¢pida interposici¨®n de cascos azules y, todos sin excepci¨®n respetando la tregua, empezar a construir la paz bajo la tutela de las Naciones Unidas.
Transitar desde una cultura de imposici¨®n y fuerza a una cultura de conversaci¨®n y entendimiento es m¨¢s desacostumbrado que dif¨ªcil. Porque desde hace siglos nos hemos dejado guiar -insisto siempre en ello- por una recomendaci¨®n perniciosa aunque muy apreciada (en todas las acepciones) por los grandes consorcios armament¨ªsticos: "Si quieres la paz, prepara la guerra". Y, como es l¨®gico, hacemos aquello para lo que estamos preparados, dando la vida con frecuencia por causas bien ajenas a las nuestras.
No estamos acostumbrados a la paz, a construir la paz, a hacer la paz, las paces. Quiz¨¢s si pensamos en los ni?os muertos seremos capaces de vencer la inercia de tantos a?os belicosos y beligerantes, y nos incorporemos a la construcci¨®n cotidiana de la concordia, de la paz.
Al iniciarse un proceso de paz, a veces interrumpido y casi siempre discurriendo por caminos tortuosos, he pensado en los centenares o miles de v¨ªctimas que se hubieran evitado si hubieran decidido -teniendo presentes a sus hijos- sentarse a dialogar mucho antes. Cuanto m¨¢s pronto mejor, auxiliados por una Comisi¨®n de Conciliaci¨®n que, dependiente del secretario general de las Naciones Unidas, deber¨ªa hallarse permanentemente disponible. Es un sentimiento agridulce, porque este pesarha ido siempre acompa?ado de la expectativa de que la andadura que comienza llegar¨¢ un d¨ªa a buen destino.
Israel¨ªes y palestinos decidieron vivir juntos pac¨ªficamente. Recuerdo cuando, en noviembre de 1987, visit¨¦ a Yasir Arafat en la OLP cobijada en T¨²nez. "Debemos aprender a vivir juntos", repiti¨®. Unos meses despu¨¦s, Sim¨®n Peres me dec¨ªa con su contundente voz en Tel Aviv: "No hay otra opci¨®n: convivir en paz". Luego me reun¨ª varias veces con Isaac Rabin. Era el que m¨¢s decididamente promov¨ªa los Acuerdos de Oslo, incluida la cocapitalidad de Jerusal¨¦n. Se avanzaba en el proceso hasta que, un d¨ªa aciago, una mano asesina le seg¨® la vida. Como a John y Robert Kennedy. Como a Anuar el Sadat. Muri¨® hablando de paz, no haciendo la guerra. En el recinto de la Unesco en Par¨ªs ubicamos la Plaza de la Tolerancia Isaac Rabin, con el monumento-olivo del gran escultor israel¨ª Dani Karavan. Ojal¨¢ un d¨ªa no muy lejano se pose en las ramas de su olivo la paloma de la paz que tanto anhel¨® y procur¨®.
La inmensa mayor¨ªa de los palestinos y de los israel¨ªes desean vivir en paz. Una sola condici¨®n: que todos los seres humanos valgan lo mismo. Esta radical igualdad en dignidad es el ¨²nico requisito para la convivencia. En el hospital Haddasa, en Jerusal¨¦n, en una de mis visitas, alguien pregunt¨® al director, en el departamento de neurolog¨ªa: "Aquella mujer a la que est¨¢n tratando all¨ª es palestina, ?verdad?". El director respondi¨®: "No s¨¦. Aqu¨ª todos son pacientes".
Pues bien: todos iguales. Toda vida, toda muerte, el mismo valor. Para garantizarlo, unas Naciones Unidas reforzadas y dotadas de los recursos humanos, financieros y t¨¦cnicos necesarios. Es la mejor garant¨ªa de futuro. Ya est¨¢ claro que un grupo de pa¨ªses -G-7 o G-8- no puede encargarse de la gobernaci¨®n del mundo. Y menos todav¨ªa, un poder hegem¨®nico. Todos son necesarios, en cambio, para asegurar la eficacia del multilateralismo.
Ahora, ahora mismo, en nombre de los ni?os muertos, de los que se est¨¢n matando o muriendo, parar de inmediato esta locura de los unos, de los otros y de los de m¨¢s all¨¢.
Cesar todo acto de violencia para detener esta infernal espiral de acci¨®n y reacci¨®n. "Los pueblos", a los que alude la Carta de Naciones Unidas en la primera frase de su pre¨¢mbulo, no deben permanecer silenciosos por m¨¢s tiempo, ni conformados, porque se trata del destino com¨²n de sus descendientes. Bien mirado, todos los ni?os del mundo son nuestros ni?os. No hay distinciones ni preeminencias. Cada ni?o vale lo mismo. Vale todo. Y, como en el hospital de Jerusal¨¦n, los ni?os no tienen nacionalidad ni color de piel.
Cuando todos los llamamientos a la mesura y a la conciliaci¨®n han fracasado, tengamos la valent¨ªa de pensar en los ni?os muertos y en los nuestros, para que no muera ni uno m¨¢s. Hay que movilizarse todos, utilizando todos los medios a nuestro alcance. Que nadie permanezca de espectador. Que nadie siga callado. Si no actuamos, si las asociaciones, ONG, instituciones de la sociedad civil no se implican decididamente y logran, en un gran clamor popular, parar la locura de la l¨®gica de guerra -aunque les duela a los fan¨¢ticos, a los extremistas y a los que siguen benefici¨¢ndose de la ley del m¨¢s fuerte-, habremos defraudado a los ni?os que confiaban en nosotros cuando les quitaron la vida.
Federico Mayor Zaragoza es presidente de la Fundaci¨®n Cultura de Paz y copresidente del Grupo de Alto Nivel para la Alianza de Civilizaciones.
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