El p¨¢jaro de oro
A la entrada del templo hind¨² de Mahalaxmi, diosa de la abundancia, hay un control de seguridad. Desde 1993, la ciudad vive el temor a los atentados, sin haber imaginado la magnitud de los que el pasado 11 de julio se cebaron en la vecina l¨ªnea oeste del ferrocarril suburbano. En la vieja Bombay -Mumbai desde hace 10 a?os- no hay los grandes monumentos de otras partes de la India. Los templos, ya sean hind¨²es o jain¨ªs, est¨¢n llenos de fieles. Entre el colorido de sus vestidos y guirnaldas, el olor a flores e incienso y la unci¨®n de sus ritos y plegarias, el visitante occidental se siente un intruso.
La Puerta de la India, construida por Gran Breta?a hace apenas un siglo, est¨¢ en el lugar acogedor que los portugueses llamaron hace medio milenio Bom Bahia y donde embarc¨®, de regreso, el ¨²ltimo contingente colonial. La estaci¨®n Victoria Terminus, el mercado Crawfford, el Tribunal Superior, el Museo Pr¨ªncipe de Gales, la Universidad y otros edificios oficiales destacan al sur de la pen¨ªnsula alargada de esta inmensa metr¨®polis que va camino de los 20 millones de habitantes. El mal estado de calzadas y aceras, fachadas y revestimientos, la suciedad y los hedores, el tr¨¢fico ca¨®tico y la abundancia de vendedores ambulantes y mendigos contrastan con el primigenio aire victoriano. El mercado callejero de Colaba da la nota viva del comercio oriental, junto al que se abren las m¨¢s caras franquicias.
La alargada bah¨ªa de Marina Drive, ofrece la imagen m¨¢s moderna de Bombay, que la iluminaci¨®n nocturna de los rascacielos convierte en "el collar de la reina". A la puerta de los hoteles de cinco estrellas -lujo asi¨¢tico al alcance de occidentales medios- empiezan los fuertes contrastes de la capital financiera de India, con los peque?os, destartalados y temerarios taxis negros de techo amarillo en los que penetran el calor y la lluvia. Muy cerca, el poblado mis¨¦rrimo de la playa de pescadores anticipa la realidad de los slums o grandes zonas de barracas donde vive la mayor parte de la poblaci¨®n, hacia el norte.
En la avenida paralela a las estaciones donde estallaron las bombas, las chabolas invaden las aceras, los escasos descampados y los arcos bajo los viaductos y la autopista, donde circulan atropelladamente los populares taxis triciclo o rickshaws. Un gran puente en construcci¨®n entre las dos puntas de la bah¨ªa de Mahin, permitir¨¢ aligerar el tiempo y la visi¨®n de la miseria, camino de Bandra, donde habita la gente del cine, el pr¨®spero Bollywood asi¨¢tico.
El monz¨®n ha azotado Bombay el ¨²ltimo fin de semana. Tras unos d¨ªas sin sol y breves chubascos, el gris plomo del temporal ceg¨® el horizonte del mar y oblig¨® a cerrar atracciones tur¨ªsticas como el viaje a la isla de Elefanta o la visita a la mezquita de Haji Ali. Mendigos y vendedores segu¨ªan mojados en la calle, a veces con agua hasta las rodillas. La actividad no cesaba en el gran lavadero al aire libre de Dhobi Ghat, donde la ciudad hace su colada. Ni en el estanque sagrado de Banganga -el Ganges cerrado-, junto al templo de Ganesh, dios de la sabidur¨ªa, con cabeza de elefante.
La visita a Dadar y otros barrios de una clase media emprendedora, que vive en bloques de austeros apartamentos custodiados por guardas, calma el ¨¢nimo encogido del visitante que ha le¨ªdo las historias de mafias, corrupci¨®n y violencia religiosa de Ciudad total. Bombay perdida y encontrada de Suketu Mehta. Hay en el libro una imagen poderosa: Bombay es como un p¨¢jaro de oro, que, si se intenta atrapar, algo deja entre las manos. Lo es para los miles de personas que cada a?o llegan a la ciudad y acampan en sus aceras, en busca de una oportunidad.
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