El clarividente Mahler de Abbado
La 'mezzosoprano' romana Cecilia Bartoli rinde homenaje a Mozart en el Festival de Lucerna
Por cuarto a?o consecutivo, Claudio Abbado inaugura el Festival de Lucerna con una sinfon¨ªa de Gustav Mahler, y una vez m¨¢s lo hace con la orquesta creada por ¨¦l mismo en el entorno del Festival suizo. El "milagro" contin¨²a e incluso este a?o va a ampliar sus fronteras con una semana de actuaciones en octubre en Tokio, despu¨¦s del ¨¦xito fulminante en Roma el oto?o pasado. Nueva York tendr¨¢ que esperar un a?o m¨¢s para vivir el privilegio de ser la ciudad elegida para la visita de Abbado y sus m¨²sicos. Tras sus incursiones en la Segunda, Quinta o S¨¦ptima este a?o ha sido el turno de la Sexta. En dos d¨ªas consecutivos la ha dirigido el maestro milan¨¦s. Anteayer con una primera parte dedicada a Mozart con la mezzosoprano Cecilia Bartoli, y ayer con el bar¨ªtono Thomas Quasthoff que ha interpretado con la orquesta los seis mon¨®logos sobre Jedermann de Frank Martin (1890-1974).
Se aprecian m¨ªnimos cambios a?o a a?o en la orquesta del Festival de Lucerna. Apoyada en la base de la Mahler Chamber Orchestra, est¨¢ reforzada por solistas de todo el mundo que no se pierden por nada la experiencia de hacer m¨²sica juntos con el criterio dialogante de Abbado. El maestro italiano es un "franciscano" de la direcci¨®n de orquesta. Apunta cuatro detallitos -fundamentales, eso s¨ª- y deja a sus instrumentistas con una absoluta libertad de creaci¨®n. No hay un director m¨¢s democr¨¢tico. Los m¨²sicos saben perfectamente lo que tienen que hacer y se entregan sin reservas. El principio de autoridad est¨¢ relegado a un segundo plano, pero las ideas musicales est¨¢n muy claras, y todas ellas se derivan de la sencillez como valor supremo. La belleza surge de la pureza a la hora de hacer m¨²sica, del valor sagrado de la partitura. No es casual que Abbado se negase anteayer a saludar en solitario a pesar de la insistencia y pateo de los m¨²sicos. Se considera uno m¨¢s, un compa?ero. Es el antidivo. Y tal vez por ello contin¨²a con la ilusi¨®n del primer d¨ªa esta orquesta vocacional y solidaria. Es una orquesta de amigos. La rutina no existe. A otros directores excelentes como Thielemann, Harnoncourt o Muti, pongamos por caso, se les admira. A Abbado se le quiere.
Le gusta a Abbado invitar a solistas de excepci¨®n para las primeras partes de sus conciertos. Pollini o Quasthoff son fijos casi todos los a?os. En esta edici¨®n se ha incorporado al club Cecilia Bartoli. La mezzosoprano hace el Mozart m¨¢s italiano imaginable. Hubo un momento que pasar¨¢ a la antolog¨ªa de este a?o del 250 aniversario mozartiano: el aria Parto, parto, de La clemencia de Tito. Y no solamente por lo bien cantada que estuvo, o por el acompa?amiento sutil de la orquesta, sino por la intervenci¨®n al clarinete de Sabine Meyer, de una delicadeza y musicalidad excepcionales. Bartoli se mostr¨® brillante en el Exultate jubilate y ofreci¨® como propina un Voi che sapete, de Cherubino en Las bodas de F¨ªgaro, lleno de encanto.
Triunf¨®, claro. Pero la apoteosis vino con la Sexta, de Mahler. Abbado, que hab¨ªa utilizado 40 m¨²sicos en Mozart, triplic¨® los efectivos instrumentales -126- para Mahler. En ning¨²n momento se perdi¨® la transparencia, el esp¨ªritu camer¨ªstico a gran escala. La sensaci¨®n de unidad fue total. Y la complejidad se hizo incluso accesible. El p¨²blico enloqueci¨®, mientras el maestro casi se tambaleaba de agotamiento tras la entrega, al salir una y otra vez a compartir con sus m¨²sicos el ¨¦xito.
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