Ra¨²l: ?terrible o compasivo?
La crisis de salud de Fidel Castro ha dado lugar a muchas especulaciones. Es evidente la analog¨ªa con otros l¨ªderes semejantes: Stalin, Mao o Brezhnev. Todo en Cuba desde hace 50 a?os depende de un hombre, y ese hombre depende de su salud.
Como es imposible saber qu¨¦ pasar¨¢ hasta que pase, toda especulaci¨®n sobre el desenlace fatal es ociosa. En cambio, no lo es tanto tratar de discernir lo que puede suceder -siguiendo la frase de Marifeli P¨¦rez-Stable- "despu¨¦s del velorio".
Discernir no es adivinar, pero s¨ª consiste en recurrir a fuentes disponibles. Libros como La hora final de Castro, de Andr¨¦s Oppenheimer; Fin de siglo en La Habana, de Jean Francois Fogel y B. Rosenthal, o La autobiograf¨ªa de Fidel Castro, de Norberto Fuentes, son ¨²tiles, como tambi¨¦n recopilaciones como la de los escritores Rafael Rojas y Velia Cecilia Bobes. Pero todos hablan m¨¢s del pasado que del futuro y todos sufren ya el paso del tiempo.
Probablemente, el libro reciente m¨¢s pertinente para el caso es el de Brian Latell After Fidel: the inside story of Castro's regime and Cuba's next leader, publicado a finales del a?o pasado. Latell fue oficial de inteligencia para Am¨¦rica Latina de la CIA entre 1990 y 1994, pero ya antes era uno de sus mejores analistas secretos para temas cubanos y mexicanos. Conozco a Latell desde 1986 y conozco el trabajo que realiz¨® sobre Cuba para la CIA porque la mayor¨ªa de los an¨¢lisis desclasificados sobre la salida del Che de Cuba en 1965 y sus andanzas hasta su muerte en 1967 -que consult¨¦ para mi biograf¨ªa sobre el personaje- fueron escritos por ¨¦l aunque no los firmara.
Latell lleva cuarenta a?os tratando de entender (ahora, desde la Universidad de Miami) lo que pasaba, lo que pasa y lo que pasar¨¢ en Cuba. Dicho sea de paso, si los ¨²ltimos siete gobiernos de Estados Unidos le hubieran hecho caso, quiz¨¢s no se encontrar¨ªan hoy frente a un abismo en Cuba.
Latell llega a una serie de conclusiones sobre Ra¨²l Castro muy sugerentes y que se han ido verificando en los ¨²ltimos meses, conforme Fidel iba entregando paulatinamente las riendas del poder a su hermano, puesto que su salud iba decayendo desde hace un a?o.
El ex analista de la CIA describe a un Ra¨²l que ha vivido a la sombra de su hermano, bajo su f¨¦rula y dominado por un complejo de inferioridad, pero que, en otras circunstancias, podr¨ªa cambiar radicalmente. En lugar de ser Ra¨²l El Terrible -el de la persecuci¨®n homof¨®bica, los juicios al general Ochoa y al coronel De la Guardia en 1989, la persecuci¨®n de disidentes y la disoluci¨®n del Centro de Estudios de Am¨¦rica-, puede surgir Ra¨²l El Compasivo: el de los contactos de las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR) con militares de Estados Unidos, el de la eficiencia econ¨®mica en las empresas del Ej¨¦rcito, el de una actitud m¨¢s tolerante... En una palabra, el reformador, aunque nada democr¨¢tico, del posfidelismo.
Apoyado en la ¨²nica instituci¨®n cubana que s¨ª sirve, las FAR, con una disciplina personal legendaria y con una formaci¨®n intelectual m¨¢s s¨®lida que la de su hermano por ser comunista en serio desde sus a?os mozos, el Ra¨²l despu¨¦s de Fidel puede ser distinto al Ra¨²l durante Fidel.
Tampoco exageremos: Ra¨²l no va a ser Gorbachev, porque la democratizaci¨®n de Cuba implicar¨ªa la autodestrucci¨®n del r¨¦gimen. Pero puede ser Andropov, si Latell o Norberto Fuentes tienen raz¨®n.
Aunque si, en realidad, Fidel no est¨¢ tan enfermo y se retir¨® para supervisar la sucesi¨®n en vida, entonces Ra¨²l puede ser Michael Corleone con don Corleone todav¨ªa vivo. Y ¨¦se s¨ª que ser¨ªa un cambio, menos de lo necesario pero m¨¢s de lo esperado.
Lo que en todo caso parece seguro es que la era de Fidel Castro ha llegado a su t¨¦rmino: t¨¦rmino biol¨®gico o t¨¦rmino pol¨ªtico. Si, como no puede m¨¢s que dese¨¢rsele a cualquier persona, Fidel sobrevive a la intervenci¨®n quir¨²rgica, hay muy pocos observadores de la escena cubana que consideren factible su retorno al poder absoluto. Y si, fatalmente, no sobreviviera, pues ni hablar.
La nueva era puede tener varios aspectos. Puede ser una mera sucesi¨®n sin ning¨²n tipo de transici¨®n o tambi¨¦n puede haber una transici¨®n hacia una mayor apertura econ¨®mica, social e internacional, pero no en materia pol¨ªtica ni de derechos humanos. Aunque tambi¨¦n puede producirse una paulatina pero firme reincorporaci¨®n de Cuba al concierto latinoamericano, que es hoy un concierto democr¨¢tico, respetuoso de los derechos humanos, de crecimiento econ¨®mico (los ¨²ltimos cuatro a?os han sido los mejores a?os econ¨®micos latinoamericanos desde principios de la d¨¦cada de los ochenta) y de convivencia en el ¨¢mbito internacional con el resto de las naciones.
La piedra de toque, como hubiera dicho el viejo Lenin, va a ser sin duda el tema de las elecciones. Parece inevitable que la comunidad internacional insista en que cualquier transici¨®n en Cuba debe, por lo menos, desembocar en elecciones libres, equitativas y competitivas para resolver la cuesti¨®n del poder. Digo desembocar porque podr¨ªa no empezar por ello, pero s¨ª tiene que terminar en ello.
Y parece que incluso los pron¨®sticos m¨¢s positivos a prop¨®sito del car¨¢cter reformador de Ra¨²l Castro dif¨ªcilmente contemplan la posibilidad de que sea ¨¦l mismo quien convoque elecciones verdaderamente libres en Cuba, unas elecciones que muy probablemente ¨¦l y su partido perder¨ªan.
?C¨®mo cuadrar el c¨ªrculo, c¨®mo ayudar a Cuba a que transite finalmente al siglo XXI de acuerdo con los principios que se han convertido en esenciales para la mayor¨ªa de los latinoamericanos como la democracia representativa, el respeto a los derechos humanos, las libertades fundamentales y la convivencia internacional?
?C¨®mo evitar el derramamiento de sangre y al mismo tiempo lograr el avance democr¨¢tico? ?C¨®mo evitar que la sociedad cubana se fracture sin que ello implique abandonar principios fundamentales? En el fondo, ¨¦se es el verdadero reto para Ra¨²l Castro, para Cuba y, sin duda, para Am¨¦rica Latina y Estados Unidos, que nunca han estado ausentes de las luchas internas cubanas y no lo estar¨¢n en esta nueva coyuntura.
Jorge G. Casta?eda fue secretario de Relaciones Exteriores de M¨¦xico desde 2000 a 2003. Actualmente es profesor de Estudios Latinoamericanos en la Universidad de Nueva York. ? 2006 Jorge G. Casta?eda Distribuido por The New York Times Syndicate
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