Un gesto equivocado
El primer ministro japon¨¦s ha elegido en su despedida del cargo, que abandona el pr¨®ximo septiembre, irritar una vez m¨¢s a China y Corea del Sur al visitar el santuario sinto¨ªsta de Tokio donde se honra a los dos millones y medio de japoneses muertos en la II Guerra Mundial y reposan como "m¨¢rtires" los restos de algunos destacados convictos criminales de guerra, entre ellos los del general Hideki Tojo, juzgado por los aliados entre 1946 y 1948. Junichiro Koizumi ha a?adido sal a la herida al elegir para hacer su tradicional peregrinaci¨®n precisamente el aniversario de la rendici¨®n de Jap¨®n, algo que no hac¨ªa ning¨²n jefe de Gobierno nip¨®n desde 1985.
A Pek¨ªn y Se¨²l, que sufrieron el grueso de la agresi¨®n nipona y consideran el memorial Yasukuni como s¨ªmbolo del pasado militarista japon¨¦s, les ha faltado tiempo para acusar a Tokio de desprecio por la memoria de las v¨ªctimas de las atrocidades de su ej¨¦rcito. Koizumi alega que su visita -tradicional desde que llegara al poder hace cinco a?os, pero nunca en fecha de tan alta carga simb¨®lica- expresa un deseo pacifista y a la vez mantener vivo el recuerdo y el sacrificio de los japoneses muertos. Es cierto que el primer ministro, el m¨¢s popular en d¨¦cadas, ha aprovechado para reconocer el sufrimiento que Jap¨®n hab¨ªa causado en numerosos pa¨ªses asi¨¢ticos, expresar su remordimiento y pedir perd¨®n a las v¨ªctimas en nombre de su pueblo. Pero tambi¨¦n lo es que las relaciones de Tokio con China y Corea el Sur est¨¢n bajo m¨ªnimos, y que ambos pa¨ªses, con los que Jap¨®n necesita imperiosamente mantener buenas relaciones, hab¨ªan advertido con anticipaci¨®n de las consecuencias que tendr¨ªa la visita al santuario.
A Jap¨®n, que permanece dividido en la percepci¨®n de su papel hist¨®rico durante la primera mitad del siglo XX, le cuesta un esfuerzo ¨ªmprobo abdicar realmente de este pasado cruel y expansivo. Seguro que el gesto de Koizumi, un hombre de acusado y civilizado talante nacionalista, ha contentado a aquellos de sus conciudadanos que consideran que el pa¨ªs del sol naciente no tiene que pedir perd¨®n por sus atrocidades coloniales, y que con los a?os han hecho del santuario tao¨ªsta un lugar de culto. Pero es mucho mayor, y sobre todo gratuita, la ofensa, acentuada por la fecha de la visita, a la memoria de los millones de v¨ªctimas del militarismo nip¨®n. En ultima instancia, el primer ministro, que se despide en unas semanas despu¨¦s de haber pilotado importantes reformas en Jap¨®n, no ten¨ªa ninguna necesidad de acudir a un lugar donde sus supuestas buenas intenciones se prestan tanto a ser malinterpretadas.
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