El laboratorio humano
El presidente de Islandia, ?lafur Ragnar Gr¨ªmsson, me cont¨® una an¨¦cdota sobre el actor estadounidense Seinfeld. Hace cuatro o cinco a?os, en los momentos de m¨¢s ¨¦xito mundial de la serie norteamericana del mismo nombre, Seinfeld entr¨® en un restaurante de Reikiavik y pidi¨® una mesa para ¨¦l y sus amigos y otra para sus guardaespaldas. "El cocinero se neg¨® a servirle y le orden¨® que se fuera del restaurante", dijo el presidente Gr¨ªmsson.
?Por qu¨¦? "Fue una cuesti¨®n de principios", sonri¨® el presidente, un se?or venerable, con aspecto de rey. Para empezar, el cocinero se sinti¨® ofendido por la idea de que pudiera considerar necesario llevar guardaespaldas en un pa¨ªs que se enorgullece, con raz¨®n, de tener fama de seguro; en segundo lugar, la idea de que el actor y sus guardaespaldas se sentaran en mesas separadas resultaba fuera de lugar en Islandia, que se considera una sociedad sin clases.
"El motor de la econom¨ªa del siglo XXI lo constituyen la creatividad y el poder del cerebro"
La an¨¦cdota es tan simp¨¢tica como la falta de medidas de seguridad, o cualquier cosa vagamente parecida, cuando voy a visitarle en su residencia oficial de Reikiavik. Llego a la casa y me acerco conduciendo por un largo camino hasta la entrada principal. Llamo a la puerta y abre una joven. Le digo qui¨¦n soy y ella me cree. Sin pedirme ninguna identificaci¨®n. Mi ¨²nica obligaci¨®n es firmar en el Libro de Visitas. Despu¨¦s, se abre una puerta y sale un hombre alto, elegante y sereno, con el cabello blanco y la mano extendida.
Es mi ¨²ltimo d¨ªa en Islandia y he estado esforz¨¢ndome para encontrar algo malo que decir sobre el pa¨ªs, un argumento para refutar a la primera persona a la que entrevist¨¦, la madre del futbolista Eidur Gudjohnsen, que declar¨® que Islandia era el mejor lugar del mundo. S¨®lo hay tres posibles defectos, que yo haya visto.
Uno, el tiempo, que cambia con una perversidad enorme, adem¨¢s de que, aunque no hace mucho m¨¢s fr¨ªo que en Madrid en invierno, nunca hace calor. Y, adem¨¢s, la oscuridad en invierno. Pero todo el mundo me dec¨ªa que le gustaba, sin excluir el inmigrante iran¨ª con el que habl¨¦.
Fallo n¨²mero dos: el s¨ªndrome del nuevo rico. Varias personas con las que he hablado se han referido con repugnancia a lo que consideran el ansia nacional de comprar el ¨²ltimo objeto de deseo consumista: tel¨¦fonos m¨®viles, cocinas, coches. Pero la verdad es que, en comparaci¨®n con las nuevas fortunas en otros pa¨ªses, los islandeses no se comportan con especial ostentaci¨®n, al menos fuera de casa.
Fallo n¨²mero tres: la cultura de la borrachera. Si Reikiavik se ha ganado la fama de ser un centro de marcha los fines de semana es por algo, como pude ver cuando sal¨ª un s¨¢bado por la noche, acompa?ado por un joven veterano de la vida nocturna. Fuimos a media docena de bares a lo largo de la noche, que termin¨® (en mi caso, no en el suyo) a las cinco de la ma?ana del domingo; a esa hora hab¨ªa m¨¢s gente deambulando por el centro de Reikiavik que en ning¨²n otro momento de la semana. Y la mayor¨ªa de ellos, borrachos -aunque no agresivos, a la inglesa-.
En Reikiavik hay un hospital puntero mundial en el tratamiento de adicciones. Se llama Vogur Hospital, y el m¨¦dico que lo dirige es Thorarinn Tyrfingsson, que me ofrece un dato escalofriante: el 9,6 % de los varones mayores de 15 a?os islandeses ha recibido tratamiento en su hospital. Le pregunto si eso significa que, por debajo del barniz island¨¦s de pr¨®spera igualdad y familias felices (no soy el primer extranjero que advierte que los adolescentes parecen llevarse curiosamente bien con sus padres), se oculta alg¨²n espantoso secreto tribal. El doctor Tyrfingsson -un hombre delgado, de sesenta y tantos a?os, con el cabello rubio y juvenil; el prototipo del island¨¦s seguro y tranquilo que he conocido en su pa¨ªs- sonr¨ªe y me asegura que no. En primer lugar, dice, el dato es comparable a las cifras del norte de Europa y Estados Unidos. "Pero, adem¨¢s, el que tanta gente se atreva a someterse a tratamiento es indicativo de lo abierta que es nuestra sociedad, la ausencia del estigma que se ve en otros lugares". Aqu¨ª, adem¨¢s, el tratamiento de desintoxicaci¨®n y rehabilitaci¨®n es totalmente gratuito, financiado en su mayor parte por el Estado y, como dice el doctor Tyrfingsson, "a disposici¨®n de todos y todas las veces que sea necesario".
Cada vez que parece que he encontrado algo que se aproxime a una debilidad en el sistema island¨¦s, resulta que tiene otra cara la moneda. M¨¢s bien no dejo de encontrar cosas nuevas que asombran. Por ejemplo, lo que me cuenta el doctor Tyrfingsson de la base de datos, ¨²nica en el mundo, que posee Islandia.
El hospital Vogur ha recibido fondos de la Uni¨®n Europea para financiar las investigaciones m¨¢s de vanguardia que hay sobre las adicciones. Los ha recibido, superando a rivales como Alemania, en parte porque las cifras de ¨¦xito que ha logrado no tienen igual: el ¨ªndice de recuperaci¨®n entre los que ingresan por primera vez en el hospital es del 60%. Pero hay m¨¢s. "Nuestra ventaja", dice el doctor, "es que, mientras otros emplean ratas, nosotros utilizamos una gran base de datos de seres humanos, las m¨¢s de 18.000 personas que han pasado por el hospital", dice el doctor. "El valor cient¨ªfico de todo eso se incrementa, adem¨¢s, porque en Islandia existe una documentaci¨®n geneal¨®gica sin equivalente en el mundo". El Libro de los islandeses, t¨ªtulo de dicho documento, se apoya en minuciosos registros eclesi¨¢sticos de los nacimientos, matrimonios y muertes, y permite a la mayor¨ªa de los islandeses rastrear su linaje hasta hace m¨¢s de 1.000 a?os. Toda la informaci¨®n se guarda en una enorme base inform¨¢tica a la que pueden acceder, mediante una contrase?a privada, todos los habitantes del pa¨ªs.
Islandia, me dio la impresi¨®n desde el momento en que llegu¨¦, es una especie de laboratorio humano gigante. All¨ª arriba en el oc¨¦ano Atl¨¢ntico, aislado y alejado del resto del mundo, es como una gran burbuja de aire puro en la que se llevan a cabo experimentos sobre c¨®mo mejorar la especie. "Es interesante lo que dice", afirma el presidente Gr¨ªmsson en el estudio de esa residencia oficial tan estupendamente vulnerable. "En enero tuvimos de visita al arquitecto Norman Foster y a su mujer espa?ola, Elena. Al irse me dijo: 'Tengo la sensaci¨®n de haber conocido la sociedad del futuro'".
Quiz¨¢ no sea el pa¨ªs m¨¢s rico del mundo, o el m¨¢s seguro, o el m¨¢s saludable, o el m¨¢s innovador, o el m¨¢s culto, o el m¨¢s vivo y de gente m¨¢s atractiva que todos y cada uno de los dem¨¢s pa¨ªses del mundo; pero ning¨²n otro re¨²ne todas estas cualidades juntas y en estado tan puro.
El milagro island¨¦s seguramente no se podr¨ªa reproducir, o por lo menos no en mucho tiempo, en un pa¨ªs mayor y de m¨¢s complejidad hist¨®rica. La suerte que tiene es en ser parte de Europa, y de cierto modo tambi¨¦n de Estados Unidos, pero de haber nacido como naci¨®n tras ganar la independencia de Dinamarca hace apenas medio siglo. Los islandeses empezaron su viaje a la modernidad casi desde cero. O, en cualquier caso, a partir de ocho siglos en los que no hab¨ªa ocurrido pr¨¢cticamente nada de inter¨¦s para los historiadores. Por eso no carga con el bagaje cultural, religioso, pol¨ªtico y tribal (en el sentido m¨¢s amplio del t¨¦rmino) que otras naciones han ido acumulando a lo largo de los siglos. No arrastra un legado emocional -odios, complejos, envidias- que impide llegar a soluciones sensatas, que sirven el bien com¨²n. Islandia ha logrado organizar su sociedad con una sensatez extraordinaria; ha conseguido crear un clima emprendedor e innovador en el que el precio del fracaso no es la pobreza, como podr¨ªa ocurrir en Estados Unidos, sino la tranquilidad que da una red de seguridad social que garantiza la comida y la vivienda a todo el mundo mientras viva, que cuida de sus hijos y les ofrece una sanidad y una educaci¨®n de primera categor¨ªa.
"El motor de la econom¨ªa del siglo XXI lo constituyen la creatividad y el poder del cerebro", dice el presidente Gr¨ªmsson. "La creatividad es el recurso m¨¢s valioso. Aqu¨ª florece no s¨®lo por nuestro legado cultural, sino porque somos peque?os. Somos como la Florencia o la Venecia del Renacimiento. Las gentes que se dedican a las artes, la banca, la tecnolog¨ªa, se relacionan unas con otras, se nutren intelectualmente entre s¨ª y crean un entorno competitivo y creativo".
La persona que m¨¢s parece encarnar -de manera casi exagerada- todo lo que dice el presidente Gr¨ªmsson resulta ser la ¨²ltima a la que entrevisto antes de abandonar Islandia. Es un personaje desmesurado, una caricatura o, mejor dicho, un ep¨ªtome, y se llama Kari Stefansson.
Nos encontramos en su oficina, un despacho aireado y espacioso en una esquina de un moderno edificio en el que trabajan 300 personas (adem¨¢s de otras 150 en Estados Unidos), sobre las que preside como un rey medieval impredecible, amenazador y erudito. Entro y est¨¢ sentado en una silla oscilante, de espaldas a la puerta, y me habla como un personaje de cine -como el Doctor No en James Bond-, sin volverse. Cuando lo hace, veo la figura de un hombre de piel rosada, espesa cabellera nevada y barba a juego. Lleva una camiseta negra que realza unos hombros excepcionalmente anchos y unos brazos musculados con esfuerzo. Tres minutos m¨¢s tarde, se levanta (para coger de un armario un regalo para m¨ª, un ejemplar en cuero de las sagas islandesas completas) y veo que mide, por lo menos, dos metros. En otras palabras, parece salido de una saga.
Es Gunnar (el mayor guerrero island¨¦s), o Grettir el Fuerte, o quiz¨¢ es Egil, que tiene una saga que lleva su nombre y al que Stefansson se refiere en varias ocasiones durante la hora y media que pasamos juntos. Egil era m¨¢s alto y m¨¢s fuerte que los dem¨¢s hombres y ten¨ªa el cr¨¢neo m¨¢s grande. Nadaba grandes distancias en aguas heladas, con sus armas atadas a la espalda. Era brutal, vengativo, y escrib¨ªa poes¨ªa. Como Kari Stefansson, que tambi¨¦n la escribe, y que es seguramente el hombre m¨¢s brillante de Islandia, lo m¨¢s parecido a un verdadero hombre del Renacimiento, con la misma energ¨ªa y el mismo talento para las ciencias que para las artes.
Stefansson, que es cintur¨®n negro de yudo, estudi¨® y ense?¨® medicina durante 15 a?os en la Universidad de Chicago, y luego fue cinco a?os catedr¨¢tico de neuropatolog¨ªa en la Facultad de Medicina de Harvard. Despu¨¦s volvi¨® a su pa¨ªs para crear una empresa que es l¨ªder mundial en biotecnolog¨ªa y que est¨¢ adentr¨¢ndose m¨¢s que nadie en la investigaci¨®n sobre los genes humanos. El nombre de la compa?¨ªa es DeCODE. Tiene varias ventajas sobre sus rivales: la incomparable informaci¨®n geneal¨®gica que proporciona el Libro de los islandeses; la poblaci¨®n extraordinariamente homog¨¦nea de Islandia, que constituye un excelente grupo de conejillos de indias, porque permite a los cient¨ªficos aislar m¨¢s f¨¢cilmente los genes que transmiten las enfermedades, y el inmenso ego de Kari Stefansson. "La mayor parte de los grandes descubrimientos mundiales sobre los genes procede de nosotros, de esta peque?a isla", dice. ?Por qu¨¦? "Porque la informaci¨®n que tenemos es magn¨ªfica y los cient¨ªficos que viven en este edificio son magn¨ªficos".
El objetivo de DeCODE, empresa en la que Stefansson es a la vez presidente y consejero delegado, es aplicar sus descubrimientos de gen¨¦tica humana al desarrollo de f¨¢rmacos para enfermedades comunes como los infartos y el asma. Es decir, "esta peque?a isla", habiendo ya logrado conquistar lo m¨¢s cercano que se ha visto al para¨ªso en la tierra, es ahora el laboratorio en el que la humanidad trata de buscar algo que se aproxima a la clave de la vida eterna.
?De d¨®nde nace semejante ambici¨®n? "Hay una diferencia entre el cient¨ªfico mon¨®tono que documenta de forma meticulosa la naturaleza y el cient¨ªfico verdadero", dice Stefansson. "El cient¨ªfico verdadero tiene una historia que contar. El cient¨ªfico verdadero es creativo". Est¨¢ claro que habla de s¨ª mismo, as¨ª que le pregunto c¨®mo se logra llegar a ese estado tan envidiable. "La mejor forma de ser creativo", declara, "es leer. El lenguaje es el instrumento de las ideas. La mejor forma de ense?ar a la mente a pensar es la buena literatura. Yo leo entre 50 y 60 novelas al a?o y entre 30 y 40 libros de poes¨ªa".
Lo que est¨¢ diciendo es lo mismo a lo que se refer¨ªa el presidente Gr¨ªmsson cuando hablaba del poder que tiene el mutuo enriquecimiento cultural en la sociedad islandesa, esa mezcla leonardiana de pensamiento cient¨ªfico y art¨ªstico. Stefansson se pronuncia m¨¢s durante nuestro encuentro sobre arte que sobre ciencia. En vez de hablar sobre su trabajo en gen¨¦tica, pasamos casi todo el tiempo hablando de Jorge Luis Borges, de Shakespeare, de Pablo Neruda, de Joseph Conrad y de Gabriel Garc¨ªa M¨¢rquez ("los escritores de las sagas parece que lo han le¨ªdo") -cuyas obras evidentemente se conoce como si fuera un profesor universitario de literatura-.
Hablando de las sagas, le pregunto (porque imagino que se habr¨¢ reproducido con tanta prodigalidad como los h¨¦roes de aquellas historias) cu¨¢ntos hijos tiene. "He perdido la cuenta. Los islandeses perdemos la cuenta del n¨²mero de hijos y el n¨²mero de divorcios". Y aparte de eso, al island¨¦s, ?c¨®mo lo define?
Para empezar, dice, es una persona como ¨¦l, y como la mayor¨ªa de los guerreros de las sagas, que viaja al extranjero, vive aventuras y regresa. ?Por qu¨¦ todos acababan regresando? "A lo largo de los siglos hemos evolucionado para adaptarnos a este entorno". ?Los genes marcan el destino? "Exacto". ?Qu¨¦ m¨¢s es un island¨¦s? "Vivimos desde hace 1.100 a?os en una naturaleza extrema y exigente, aunque asombrosamente bella. Para sobrevivir tuvimos que luchar contra el fr¨ªo y la oscuridad en una tierra en la que la agricultura se reduce a criar ovejas y alguna que otra vaca. Y sobrevivimos la mayor parte de esos 1.100 a?os, aunque fuimos espantosamente pobres hasta hace 40. Cuando yo era ni?o, no ve¨ªamos fruta. Siempre me quedaba con hambre, salvo en Navidad. Siempre nos hemos considerado duros y curtidos, pero, pese a ello, hemos creado una cultura peculiar basada en el amor a la literatura. Eso es un island¨¦s".
Stefansson abandona el aire ir¨®nico, intimidatorio, que ten¨ªa la mayor parte del rato, y se expresa con sincero orgullo. Es un tipo duro, un cient¨ªfico y tal vez incluso un genio, pero es adem¨¢s, y no se averg¨¹enza de ello, un patriota. No en el sentido competitivo, rozando la paranoia, del t¨ªpico nacionalista, sino de forma sana y confiada.
Como todas las dem¨¢s personas con las que he hablado en mis 10 d¨ªas en Islandia, como la primera persona a la que entrevist¨¦ para esta serie de reportajes, el primer island¨¦s que ve¨ªa en mi vida, el reci¨¦n llegado futbolista del Barcelona Eidur Gudjohnsen. En este caso de trata de un deportista renacentista—no s¨®lo r¨¢pido y fuerte, sino que habla seis idiomas—.
Gudjohnsen me hab¨ªa hablado emocionado de su apego a la tierra islandesa; hab¨ªa observado muy bien que Islandia es un pa¨ªs peque?o que se cree grande. Recuerdo tambi¨¦n sus palabras de despedida, y ahora que he estado en Islandia comprendo mejor el orgullo que hab¨ªa detr¨¢s de ellas. Yo le hab¨ªa dicho, mientras nos d¨¢bamos la mano, que para ¨¦l iba a ser divertido jugar con los grandes futbolistas del Bar?a, con Ronaldinho, Eto'o, Messi. "S¨ª", respondi¨® mir¨¢ndome con una sonrisa helada, digna del mism¨ªsimo Grettir el Fuerte. "Y para ellos tambi¨¦n".
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