Transici¨®n en la catedral
Esta novela, tercera de las suyas y escrita por encargo, es un dram¨®n rom¨¢ntico de aqu¨ª te espero. La pregunta es si hoy d¨ªa un lector atento, no un especialista, puede leerlo con inter¨¦s o naufragar en ¨¦l. La novela pertenece al primer romanticismo, el de car¨¢cter historicista y de exaltaci¨®n nacionalista que representa Walter Scott y a cuyo modelo le exige a Victor Hugo su editor que se atenga. Es una obra que mira al siglo XV con ojos del XIX y se nota esa distancia a pesar del poderoso trabajo ling¨¹¨ªstico del autor, sobre todo en el juicio que le merecen las creencias de la ¨¦poca; por cierto que se trata de una traducci¨®n nada f¨¢cil, especialmente por la mezcla de argot y lenguaje culto, que el traductor justifica bien y resuelve mejor.
NUESTRA SE?ORA DE PAR?S
Victor Hugo
Traducci¨®n de Alberto
Torrego Salcedo
Gredos. Madrid, 2006
624 p¨¢ginas. 33,50 euros
Lo primero que llama la aten
ci¨®n es la sencillez de la an¨¦cdota: por su austeridad y econom¨ªa de medios m¨¢s parece corresponder a un libreto de ¨®pera que a una novela. En cambio, no deja de asombrar la cantidad de espacio dedicada a reproducir ambientes y escenarios, am¨¦n de referencias hist¨®ricas y reflexiones del autor, de manera que la acci¨®n central parece quedar reducida a un mero pretexto a costa del cual representar un gran fresco hist¨®rico y social, cuando no una exhibici¨®n enciclop¨¦dica. El narrador omnisciente dirige el relato desde un podio que le permite estar siempre ante de las narices del lector y describe, corta y pega a voluntad. Todo ello nos devuelve a la pregunta inicial: ?tiene sentido hoy d¨ªa su lectura para el lector no especializado?
El asunto es bien conocido porque la historia de la bella Esmeralda y el jorobado Quasimodo la ha tratado hasta Walt Disney. De hecho se conoce hoy m¨¢s por el cine que por lectura. Pero, aparte de ser una historia que se ha convertido, si no en mito, s¨ª en referencia, lo primero que el lector descubrir¨¢ es algo que hoy d¨ªa escasea: la ambici¨®n. Como en todos los grandes escritores -y, en particular, los que han tenido un gran prestigio civil y moral en su ¨¦poca- la ambici¨®n, la fuerza creadora y la proyecci¨®n social de su obra es un hurac¨¢n que lleva hasta el final de sus consecuencias todo lo que emprende. Y lo es a tal punto que es capaz de permitir que el lector, en todo momento y seg¨²n la estructura de la narraci¨®n, anticipe lo que va a ocurrir sin merma del inter¨¦s por la historia (por ejemplo, se adivina mucho antes de su resoluci¨®n qui¨¦n es la hija de la prisionera de la torre Roland). Esto es as¨ª porque pues no es en la intriga donde pone el acento sino que, por el contrario, ¨¦sta se limita a ser un mero hilo conductor. ?Por qu¨¦? Porque, evidentemente, su intenci¨®n va mucho m¨¢s all¨¢.
La bella Esmeralda, ¨²nico
personaje plano o simple de la historia, es el catalizador de los deseos de todos los dem¨¢s: el arcediano, el capit¨¢n Febo, el jorobado, Jehan del Molino, el propio Pedro Gringoire... y alrededor de ellos, un mundo convulso: el que se?ala el paso de la Edad Media al Renacimiento: por ah¨ª es por donde va Hugo, que escribe en el apogeo de la revoluci¨®n burguesa de 1830. Como muy bien se?ala el prologuista, el meollo de la obra es el conjunto de problemas que se est¨¢n viviendo en ese momento hist¨®rico; por ella desfilan la fatalidad, el progreso, la familia, la Iglesia, el poder, la tradici¨®n... Todo lo que en esta ¨¦poca de transici¨®n llevar¨¢ a la revoluci¨®n del 48 est¨¢ en la novela, incluyendo a ese pueblo que acabar¨¢ tomando la Bastilla.
Lo que caracteriza a Hugo es su formidable fuerza descriptiva, tanto de conjuntos como individualmente, tanto de espacios exteriores como interiores, de la ciudad y del alma humana. La catedral de Notre Dame, dominando toda la Cit¨¦ desde la altura de sus torres, es una personificaci¨®n del Victor Hugo que mira, narra y domina su narraci¨®n. Hay, sin duda, un verdadero arrebato rom¨¢ntico en las escenas de fuerza, que est¨¢n resueltas de manera magistral, como aqu¨¦lla en que el arcediano, atormentado por sus pecados -y por la trampa en la que ¨¦l mismo se ha enredado- huye espantado hacia el extrarradio de Par¨ªs, pero no es menos soberbia la del rey Luis XI en su c¨¢mara en el Louvre; o el cap¨ªtulo 'Esto matar¨¢ a aquello', cap¨ªtulo reflexivo y discursivo donde establece una comparaci¨®n entre la arquitectura y la escritura al tiempo que revela el porqu¨¦ del miedo del arcediano a la imprenta, el poder de la palabra escrita sobre la hablada, del manuscrito frente al p¨²lpito. Entre ambas aguas, reflexi¨®n y acci¨®n, navega la novela.
De hecho, cada vez que va a
suceder algo decisivo en la intriga, se dir¨ªa que Hugo se arremanga con satisfacci¨®n, corta la acci¨®n y se dispone a colocar y describir el escenario antes de poner en marcha la acci¨®n de nuevo. La escritura es torrencial, la historia es truculenta, pero su capacidad de crear im¨¢genes que se anudan entre s¨ª para alcanzar los grandes momentos de tensi¨®n es admirable: v¨¦ase la escena en lo alto de la catedral que relata el silencio que se establece entre el arcediano colgando de una g¨¢rgola y Quasimodo mirando el cad¨¢ver que cuelga de la soga. El valor expresivo y dram¨¢tico de ese silencio es un logro ¨²nico. Terminemos, pues, con una imagen extraordinaria y ejemplar del temple expresivo de esta escritura: "?Qu¨¦ fuego interior era ese que estallaba a veces en una mirada, hasta el punto de que los ojos parec¨ªan orificios practicados en la pared de un horno?". Un cl¨¢sico.
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