La lata del tambor
El escritor alem¨¢n Arno Schmidt (1914-1979) public¨® en 1953 una novela, Momentos de la vida de un fauno, que describe precisamente, a fuerza de detalles reveladores, la vida cotidiana de Alemania durante la inmediata preguerra y la Segunda Guerra Mundial. El narrador, modesto funcionario que trata de sobrevivir en medio de la locura colectiva, es un testigo l¨²cido e impotente de la abyecci¨®n nazi de cada d¨ªa y de la creciente marea parda que va cubri¨¦ndolo todo y llega hasta su propio hogar. Su hijo adolescente no escapa al contagio de la propaganda virulenta y, con el ardor propio de su edad, se exalta ante los desfiles, las banderas desplegadas y la perspectiva de convertirse en h¨¦roe a los 17 a?os, apoyado por su madre, que se extas¨ªa ante sus galones y vibra tambi¨¦n con los redobles del melodrama ¨¦pico del Tercer Reich que acabar¨¢ en drama a secas. En efecto, el joven soldado morir¨¢ en combate en el frente ruso. Y el narrador aceptar¨¢ resignado que su mujer recurra de nuevo al lugar com¨²n y ponga en la esquela: "Ca¨ªdo por la Gran Alemania".
Por la misma ¨¦poca, G¨¹nter Grass, seg¨²n sabemos por su reciente confesi¨®n, era otro de esos jovenc¨ªsimos soldados a los que les hab¨ªan calentado los cascos con las soflamas b¨¦licas. Grass tuvo m¨¢s suerte que el soldadito de la novela de Schmidt y vivi¨® para contarlo.
Unos quince a?os despu¨¦s de llevar la doble runa de las SS, que ahora algunos querr¨ªan grab¨¢rsela como estigma indeleble, Grass irrumpi¨® escandalosamente en la escena literaria con su primera novela, El tambor de hojalata (1959), que contribuy¨® a la renovaci¨®n de la lengua alemana, prostituida y postrada tras los a?os de dictadura, y adem¨¢s a la del g¨¦nero, a medida que se multiplicaban sus traducciones.
En El tambor de hojalata, Oskar, su protagonista, de 30 a?os, que no quiso crecer y prefiere creer en sus historias, recuerdos fabulosos y fantas¨ªas, aporrea su juguete y lanza sus gritos rompecristales para que no siga haciendo o¨ªdos sordos una s¨®rdida sociedad.
Aupado en la plataforma de la notoriedad, por el merecido ¨¦xito mundial de su novela, Grass sigui¨® el ejemplo de su criatura novelesca y se puso a armar ruido y a elevar la voz para hacerse o¨ªr en el nuevo di¨¢logo de sordos de la posguerra, dispuesto siempre a entrar en pol¨¦micas, a predicar con el ejemplo del compromiso y a defender sus ideas e ideales, la mayor parte de las veces, justos y razonables. Y, as¨ª, G¨¹nter Grass se convirti¨® en una figura p¨²blica, a la que el Premio Nobel le lleg¨® al fin, en 1999, con toda justicia.
La gran obra literaria suele escaparse de las jaulas clasificatorias, de las trampas de las buenas o malas intenciones, de las redes ideol¨®gicas e incluso de las ideas preconcebidas de sus autores.
Y los grandes autores convertidos en autoridades, a los que casi siempre se les pide su opini¨®n sobre casi todo, suelen ser, a veces sin sospecharlo, trasuntos del doctor Jekyll y m¨ªster Hyde. Lo que dicen doctoralmente no siempre aparece tan claro, negro sobre blanco, en sus obras literarias.
Si G¨¹nter Grass se hubiese ocupado s¨®lo de su vasta obra literaria, o de sus cebollas, como dicen los franceses, y nos revelara ahora su participaci¨®n juvenil en una unidad de ¨¦lite nazi, de infame memoria, no habr¨ªa armado tal revuelo. Pero para el gran p¨²blico, la fama de Grass est¨¢ en buena parte cimentada en su compromiso de intelectual de izquierdas, en su fustigaci¨®n de los horrores del pasado y de los errores presentes, en los constantes combates pol¨ªticos por la justicia en Alemania y fuera de ella, por los que su figura alcanz¨® una estatura de estatua ejemplar o, como repiten los peri¨®dicos estos d¨ªas, de "referencia moral".
Se ha dicho que la confesi¨®n de Grass llega demasiado tarde, cuando el autor tiene ya 78 a?os. Nunca es tarde si lo dicho o confesado es bueno y sincero. Pero esta confesi¨®n llega sobre todo a destiempo, en el momento en que saca un libro de memorias: Pelando la cebolla. Se piense o no mal, los hechos est¨¢n ah¨ª: su editor adelant¨® la publicaci¨®n del libro apelando al cebo del esc¨¢ndalo, y en veinticuatro horas, recogen los peri¨®dicos, se agot¨® la primera edici¨®n de 150.000 ejemplares y ya se prepara una segunda de 100.000. Cuando Hamlet se paseaba anunciando lo que le¨ªa: "Palabras, palabras, palabras", se refer¨ªa probablemente a alguna protonovela de ¨¦sas que le secaron el cerebro a Don Quijote. Pero el g¨¦nero ha progresado mucho desde entonces y sin duda Hamlet repetir¨ªa hoy simplemente: "Publicidad, publicidad, publicidad".
La mujer del C¨¦sar quiz¨¢s hoy d¨ªa, en el mundo virtual de la apariencia, ya no tiene que ser honesta, pero s¨ª ha de parecerlo. Es l¨¢stima que G¨¹nter Grass haya escogido tan mal momento para parecer deshonesto. Oscar Wilde, autor de profundas confesiones, dijo: "Es la confesi¨®n, no el cura, lo que nos da la absoluci¨®n".
Este lector le desea a G¨¹nter Grass que se sienta absuelto totalmente, con un peso menos encima y, por tanto, m¨¢s libre para campar por sus respetos y escribir todav¨ªa algunas p¨¢ginas dignas de El tambor de hojalata. Quiz¨¢ ya no tenga necesidad de tomar el tambor de Oskar y remedar sus redobles. En realidad los tambores, independientemente de su materia, acaban siendo una lata.
Juli¨¢n R¨ªos es escritor.
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