El oasis azul de Yves Saint-Laurent
Un paseo por Majorelle, la villa de Marraquech que fascin¨® al modista franc¨¦s y cuyo exuberante jard¨ªn altera los sentidos
La opulencia del jard¨ªn, con su mezcla de formas org¨¢nicas, l¨ªneas arquitect¨®nicas, aromas, murmullos y colores, es una fuente inagotable de inspiraci¨®n para los creadores de moda. No es extra?o, pues, que Yves Saint-Laurent y Pierre Berg¨¦ se enamoraran de esta villa tan singular de la que primero fueron inquilinos y que luego decidieron comprar. Situada en el coraz¨®n de Gu¨¦liz, el barrio europeo de Marraquech, Majorelle es luminosa y vibrante, exagerada como la paleta de un pintor orientalista, aunque a Jacques Majorelle (1886-1962) no le conozcamos precisamente por sus cuadros, sino por esta casa saturada de color y plantas ex¨®ticas. Hijo de un c¨¦lebre ebanista de Nancy, fue uno de esos artistas deslumbrados por los paisajes del Sur que acab¨® estableci¨¦ndose en Marruecos en la ¨¦poca del protectorado.
En 1923 el pintor adquiri¨® Bou Saf-Saf, una villa de inspiraci¨®n hispano-morisca, con su tradicional riad salpicado de fuentes, z¨®calos de mosaico, cancelas de filigrana y una alberca indolente a la entrada. Majorelle, convaleciente de tuberculosis, compagin¨® aqu¨ª el confort a la europea con el colorido local. Precisamente el color es el rasgo que define este lugar: verde en todos sus matices, rojo coral y vigorosos toques de amarillo sobre un fondo azul ultramar importado de alguna isla del Egeo. Un azul profundo, distinto al azul de C¨®rdoba o al de Sidi Bou Sa?d en T¨²nez. Una combinaci¨®n provocativa, perfecta para subrayar la riqueza exuberante de un jard¨ªn que se desborda con una mezcla promiscua de especies mediterr¨¢neas y subtropicales: palmeras, hibiscos, adelfas, jazmines, higueras, cipreses, naranjos, buganvillas, plataneras, cactus, cocoteros, agaves, yucas, bamb¨²s. Porque a Majorelle, sugestionado como sus contempor¨¢neos por las plantas ex¨®ticas, no le preocupaba el rigor, sino la fuerza pl¨¢stica del conjunto. En este sentido, se anticip¨® premonitoriamente a uno de los aspectos m¨¢s t¨ªpicos de la jardiner¨ªa actual: la fotogenia.
En 1931 encarg¨® al arquitecto franc¨¦s Paul Sinoir un nuevo edificio de estilo cubista hecho de sobrio hormig¨®n sin m¨¢s adorno que unas celos¨ªas de madera, al que traslad¨® su taller. La reputaci¨®n del lugar aumentaba d¨ªa a d¨ªa, y como todo el mundo quer¨ªa conocerlo, el jard¨ªn empez¨® a abrir durante unas horas; por un dirham cualquiera pod¨ªa visitarlo.
Desde entonces nunca ha cerrado sus puertas, ni siquiera cuando en 1954 el divorcio oblig¨® a Majorelle a vender parte de la finca, marcando el inicio de un periodo de decadencia, agudizado a partir de 1962 con la inesperada muerte del pintor tras un accidente de tr¨¢fico. Fue entonces cuando la pareja Saint-Laurent/Berg¨¦ entr¨® en escena.
Un peque?o museo
Aunque descuidada y polvorienta, la villa deb¨ªa conservar su particular encanto en los a?os setenta cuando los dise?adores, durante una de sus visitas al jard¨ªn, descubrieron que la vivienda se alquilaba. Dejaron Dar el Hanch, la Casa de la Serpiente, en plena medina, y una vez instalados se enteraron de que una ambiciosa operaci¨®n inmobiliaria amenazaba Majorelle. Entonces pusieron en juego toda su influencia hasta conseguir que la villa fuera declarada monumento hist¨®rico, lo que obligaba a conservarla tal cual. En 1980 se decidieron a comprarla. Despu¨¦s vino la restauraci¨®n, primero de los edificios y luego del jard¨ªn, que se recompuso por partes para no tener que cerrarlo. Tambi¨¦n se abri¨® al p¨²blico el taller, convertido ahora en un peque?o museo donde se exhibe la colecci¨®n de arte isl¨¢mico de los dos modistas: piezas de cer¨¢mica, loza, joyas, tapices, telas e incluso armas adquiridas en los anticuarios de Marraquech, en las subastas de Nueva York y en sus viajes a Ir¨¢n o T¨²nez. Tambi¨¦n se fund¨® una asociaci¨®n para la salvaguarda del patrimonio ecol¨®gico, hist¨®rico y cultural de Majorelle, que contin¨²a siendo un oasis ben¨¦fico dentro de la ciudad.
Hoy el conjunto -en el que impresionan sobre todo los cactus, que han alcanzado tal tama?o que rivalizan con el de los ¨¢rboles- puede visitarse durante todo el a?o pagando una entrada de 3 euros para ver el jard¨ªn y de 1,50 euros para acceder al taller-museo. Una historia con final feliz.
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