"El pueblo m¨¢s bonito del mundo"
La opini¨®n de Dal¨ª. Al comienzo de su libro sobre Cadaqu¨¦s (de 1947), la iron¨ªa implacable de Josep Pla cae sobre la cabeza paranoica de Salvador Dal¨ª, que hab¨ªa dicho "a los cuatro vientos" que Cadaqu¨¦s "es el pueblo m¨¢s bonito del mundo". Para Pla, el genial artista de Port Lligat hab¨ªa "empeque?ecido el Mediterr¨¢neo".
Pero es cierto que Cadaqu¨¦s es un pueblo bell¨ªsimo, atractivo, sensual, lejano. Llegu¨¦ tres d¨ªas despu¨¦s de que comenzara agosto, a trav¨¦s de la carretera sinuosa que alivia desde hace a?os su legendaria lejan¨ªa, que ha hecho a¨²n m¨¢s deseada esta villa suculenta, y nada m¨¢s entrar en esa poblaci¨®n abigarrada y extranjera sent¨ª esa sensaci¨®n de plenitud que desprende Cadaqu¨¦s.
A Josep Pla le parec¨ªa asombroso que "los primeros veraneantes" de Barcelona fueran a establecerse precisamente al lugar m¨¢s lejano...
Pitxot: "Ya estoy enquistado en Cadaqu¨¦s. ?ste es un sitio para pintores, y aqu¨ª vine a ejercer la pintura... Barcelona era triste, ?hab¨ªa una modorra del carajo!"
El historiador Rafael Aracil ataja a los que arremeten contra "la destrucci¨®n" de Cadaqu¨¦s: "Ha cambiado menos que todos los pueblos de la costa"
Ana Mar¨ªa Moix vino hace 30 a?os con amigos como Esther Tusquets, como Luis Goytisolo... Ahora vive en un apartamento que dise?¨® ?scar Tusquets
Horta lleg¨® de ni?o; un d¨ªa vio una casa maravillosa, y vieja, junto al mar, y quiso comprarla. La pusieron en venta al d¨ªa siguiente de que le tocara una fortuna
Las calles estaban llenas de nuevos turistas; otros viejos turistas est¨¢n ya integrados en Cadaqu¨¦s, han convertido el lugar en el refugio de sentimientos que circularon en los sesenta y aun en los setenta, cuando se segu¨ªa creyendo que hab¨ªa verdaderamente lugares felices: hab¨ªa que estar en ellos, y la felicidad vendr¨ªa sola.
Cuando me sent¨¦ en el Casino, cuyo bar abierto y mediterr¨¢neo presiden dos grandes retratos fotogr¨¢ficos de Gala y de Dal¨ª, una extranjera le¨ªa el mapa de Cadaqu¨¦s como si explorara una mina, y alrededor circulaba un mundo mucho menos apresurado que el que uno advierte en las ciudades. Pero la villa en verano recibe tambi¨¦n el mordisco de la ansiedad y del ruido que parecen ya condenas habituales de las ciudades con turismo. Un hombre le¨ªa, con sombrero panam¨¢, un peri¨®dico, desde la primera hasta la ¨²ltima p¨¢gina. Por las calles circulaba un n¨²mero de autom¨®viles suficiente como para pensar que no s¨®lo un mordisco, sino una dentellada, agarra del cuello al "pueblo m¨¢s bonito del mundo". Al atardecer, cuando ya nos ¨ªbamos, fuimos a Port Lligat, acompa?ando a un pescador, Isca, que aparecer¨¢ en esta cr¨®nica; all¨ª estaban las barcas amarillas de Gala y de Dal¨ª, y los turistas amarrados a su ansiedad de conocer qui¨¦n fue el genio hac¨ªan cola y obedec¨ªan al conserje que los contaba por bloques de n¨²meros: "Ahora, del 16 al 34; ahora, del 34 al 42...".
Dal¨ª dec¨ªa que era el pueblo m¨¢s bonito del mundo, y abri¨® la puerta a las masas.
Soledad de la belleza. En cuanto la nombras, la belleza deja de estar sola. En ese mismo libro, Pla cuenta: "La ¨²nica puerta que tuvo Cadaqu¨¦s fue el mar. Por el mar le lleg¨® todo: las penas y las glorias, los lamentos y la buena vida. Cadaqu¨¦s es una isla: su historia y su manera de ser s¨®lo pueden comprenderse considerando este pa¨ªs como una isla".
Ese aislamiento condujo a la villa a la soledad. Hasta el punto, dice Pla, que "acaso en la lejan¨ªa de los tiempos rein¨® en Cadaqu¨¦s una sombr¨ªa soledad: tal vez fue una soledad poblada por un peque?o n¨²cleo humano tan feliz, pac¨ªfico y olvidado, que no sinti¨® veleidad alguna de manifestarse hist¨®ricamente".
Pero en cuanto se nombr¨® la belleza, y el aislamiento, la gente pugn¨® por venir a Cadaqu¨¦s. Los que viven aqu¨ª siempre mantienen la costumbre de ser felices, "sobre todo cuando se van los veraneantes", que en tiempos (a¨²n m¨¢s felices, o distintos) estaban meses y meses "de veraneo".
Pero hubo un primer turista; Pla lo cuenta: "Hay quien asegura que la primera persona que lleg¨® a la Costa Brava, de tan reciente nombre, para pasar el verano en ella fue el se?or Pitxot, barcelon¨¦s (...). Si esto fuera cierto, cosa perfectamente posible, el se?or Pitxot no solamente ser¨ªa la primera persona forastera que pas¨® el verano en Cadaqu¨¦s, sino el primer veraneante que vieron nuestras costas".
A Pla le parec¨ªa asombroso que "los primeros veraneantes" de Barcelona fueran a establecerse precisamente al lugar m¨¢s lejano, a esa belleza solitaria, y luego tan ansiada, que fue la villa de Cadaqu¨¦s...
El hombre de las piedras. A Dal¨ª, las piedras de las playas de Cadaqu¨¦s le parec¨ªan un trasunto caprichoso del orden del universo, y un d¨ªa se encontr¨® a un hombre que las amaba como ¨¦l; era ya un joven artista, se llamaba Antonio Pitxot, era descendiente de aquel primer Pitxot que fue a Cadaqu¨¦s; Antonio ayud¨® al hombre m¨¢s famoso de Cadaqu¨¦s cuando ¨¦ste a¨²n estaba plet¨®rico, y le cuid¨® tambi¨¦n cuando ya la depresi¨®n, el miedo, la enfermedad y la paranoia no eran s¨®lo fantasmas o met¨¢foras, sino la realidad cruel que hizo que Dal¨ª muriera triste.
Nosotros quisimos ver a Pitxot, y lo encontramos, verdaderamente feliz, en su casa tan de Cadaqu¨¦s, y tan mediterr¨¢nea, llena de recovecos; al final de esos recovecos que ¨¦l ha festoneado de cuadros y de recuerdos est¨¢ su estudio, en el que un universo de piedras y de objetos (se parece, en su desorden org¨¢nico, al estudio que tuvo Francis Bacon en Londres) espera el orden c¨®smico del artista...
Hablamos con ¨¦l ante el mar de Cadaqu¨¦s... Su abuela estuvo casada con aquel primer Pitxot que vino a la villa; alquilaban aqu¨ª una casa, y arrastraron a algunos de los siete hermanos Pitxot, la mayor¨ªa de ellos artistas. El padre de Antonio, Ricardo, fue uno de los que se sintieron atra¨ªdos por Cadaqu¨¦s; era violonchelista. Se llamaban Pichot hasta que el poeta (y confitero) J. V. Foix decidi¨® que ese apellido era provenzal, y les vari¨® la graf¨ªa... La historia de los Pitxot dar¨ªa para una enciclopedia, as¨ª que Antonio nos regala tan solo alguna an¨¦cdota. Una t¨ªa suya muri¨® en Par¨ªs a causa de un tiro equivocado en una reyerta de amores; otra, Mar¨ªa Pitxot, fue una espectacular cantante de ¨®pera que se salv¨® de unos bandidos mexicanos, en el desierto, cant¨¢ndoles y encant¨¢ndoles... Cuando los bandidos la dejaron marchar con su troupe, el jefe de los atracadores encandilados por la m¨²sica salud¨® a Mar¨ªa Pitxot: "Para lo que se le ofrezca, se?ora, soy Pancho Villa".
Pitxot tiene 72 a?os, "ya estoy enquistado en Cadaqu¨¦s, formo parte de esta geograf¨ªa". Es vasco tambi¨¦n, un poco; se cas¨® en San Sebasti¨¢n, en 1964, con Leocadia Pla, extreme?a, que nos recibi¨® en la cocina. Y ese a?o se vinieron a Cadaqu¨¦s. "?ste es un sitio para pintores, y aqu¨ª vine a ejercer la pintura... Barcelona era triste, ?hab¨ªa una modorra del carajo! Bueno, toda Espa?a era triste en los sesenta...".
Y Dal¨ª se interes¨® por el joven Pitxot... Fue a verlo un d¨ªa de agosto, como ahora, y estuvo con ¨¦l dos o tres horas; lo adopt¨®. Mercedes Pitxot, la t¨ªa de Antonio, conoc¨ªa a Dal¨ª y le pregunt¨® por su sobrino: "Nen, ?qu¨¦ te ha parecido?" "?Es el Opus Dei de la pintura!". "Ni entonces ni ahora he entendido lo que quiso decir, pero ah¨ª se qued¨® esa frase, el Opus Dei de la pintura".
Dal¨ª lo encontr¨® divertido, le cogi¨® cari?o, le implic¨® en las tareas de su museo, y ayud¨® a que su propia obra se difundiera por el mundo... Un d¨ªa, un periodista le dijo ante Dal¨ª: "?No encuentra que usted se aprovecha del genio?". Y Dal¨ª le dio un latigazo al periodista: "??Y usted no se aprovecha de m¨ª?!".
Dal¨ª tuvo momentos malos, y en esos tambi¨¦n estuvo Pitxot... "Desde que muri¨® Gala, en 1982, hasta 1989, cuando ¨¦l muri¨®, le fui a ver todos los d¨ªas. Y estaba con ¨¦l ese cuarto de hora en que era capaz de comunicarse. Estaba deprimido habitualmente. Un hombre triste entonces. ?Lo que dijo del 'pueblo m¨¢s bello'? Ten¨ªa raz¨®n... Estamos protegidos por la tramontana, que es el castigo y la bendici¨®n del Ampurd¨¢n; nos salva de la humedad cuando ¨¦sta va a hundirnos, y nos excita temperamentos especiales. Aqu¨ª el que sale de buena calidad puede ser Dal¨ª... ?Pero ante un ampurdan¨¦s de mala calidad has de huir!".
La luz de Cadaqu¨¦s "es inolvidable, no es ni la luz de ?frica ni la luz de los impresionistas... Cadaqu¨¦s est¨¢ presente, es n¨ªtido, esas piedras que lo hacen concentran su luz, es tangible; no es evanescente, es todo lo contrario a un mal sue?o. Es real. Y es ese contorno est¨¦tico y filos¨®fico el que usa Dal¨ª en el desarrollo de su m¨¦todo paranoico-cr¨ªtico: hacer visible lo inaprensible. Y yo no hago otra cosa que pintar estos secretos inaprensibles". ?Feliz? "Hay momentos en que me siento muy a gusto. Y es por Cadaqu¨¦s".
Los amigos de Miquel. No hay nada que le importe m¨¢s a Miquel Horta que tener amigos. Es editor de m¨²sica y de literatura; ahora acaba de fundar Cahoba, una editorial donde quiere publicar los libros que le apasionan, y es uno de los personajes cl¨¢sicos de Cadaqu¨¦s, de toda la vida. En su casa ha concentrado a un grupo de amigos y los ha invitado a hablar con nosotros y a comerse un arroz con cigalas reales... Las cigalas las ha pescado Isca, Jos¨¦ Luis Garc¨ªa Ja¨¦n, tiene 44 a?os, sus padres son de C¨®rdoba; desde que ten¨ªa dos a?os vive en Cadaqu¨¦s; est¨¢ rojo del sol, tiene el humor (elusivo, interior) de la gente de aqu¨ª, y pesca como si pescar fuera una religi¨®n. Al almuerzo de Horta ha venido el historiador Rafael Aracil, que dirige en Barcelona el Centro de Estudios Hist¨®ricos Internacionales, que custodia el Pabell¨®n de la Rep¨²blica. Tambi¨¦n est¨¢ Sergi Horta, el hijo arquitecto de Miquel y Nitsa, a¨²n no tiene 30 a?os. Para ¨¦l, como para Isca, la dimensi¨®n de Cadaqu¨¦s sigue siendo la de un pueblo. "Llegas de fuera y ves la iglesia. Eso es un pueblo", resume Isca. Hablamos en la cocina, con Nitsa, grecochipriota, y Silvia, la mujer de Isca, que tambi¨¦n preparan el arroz...
Horta vino aqu¨ª de ni?o; un d¨ªa vio una casa maravillosa, y vieja, junto al mar, y quiso comprarla. La pusieron en venta al d¨ªa siguiente de que a ¨¦l le cayera una fortuna, el primer premio de las quinielas. Es de Barcelona; su padre fue el fundador de Nenuco, una gran historia. Aracil es de Alcoi, desde 1971 viene a Cadaqu¨¦s. Aracil ataja a los que arremeten contra "la destrucci¨®n" a la que est¨¢ sometida Cadaqu¨¦s: "Ha cambiado menos que todos los pueblos de la costa".
La primera impresi¨®n que tuvo al llegar fue que entraba "en un pueblo bastante salvaje". A principios de los setenta era "un pueblo id¨ªlico, habitado por gente avanzada, que no se asustaba si nos ba?¨¢bamos desnudos en el mar". Ahora todos viven del turismo, dice Isca, y la vida del pescador es la misma de siempre: "Te levantas a las cinco de la madrugada, levantas las redes, desclavas el pescado, lo metes en las cajas y lo pones a punto para venderlo... Y por la tarde deshaces el camino, y siempre igual. Cuando hace mal tiempo reparas. La cosa es de trabajar mucho y de ganar poco, ir sucio todo el d¨ªa y exponerte a los golpes de calor". Le preguntamos c¨®mo son los de Cadaqu¨¦s, y se oye una voz desde los fogones; es Silvia Clavaquera, su mujer, de Cadaqu¨¦s de toda la vida: "?Raros, los de Cadaqu¨¦s son raros!". "?Los raros son los de fuera!", replica Isca. Lo que le sorprende m¨¢s al pescador es algo que tambi¨¦n subray¨® Josep Pla: "Que los de Cadaqu¨¦s se fueran antes a Cuba que a Figueres".
El invierno es tranquilo, un para¨ªso, coinciden todos, y aunque al final de verano se respira aqu¨ª la atm¨®sfera de aquella pel¨ªcula de Bardem, Los pianos mec¨¢nicos, "la gente de aqu¨ª se queda tan a gusto, Cadaqu¨¦s recupera su sonido", dice Aracil...
Fue Nitsa (Theonitsa Anthoniu) la que hizo venir a Horta a Cadaqu¨¦s. Ella dice: "Soy de pueblo, quer¨ªa la luz de un pueblo". Cuando vinieron para quedarse, "Cadaqu¨¦s era m¨¢s limpio, hab¨ªa menos especulaci¨®n", dice Horta, "ven¨ªan artistas, se quedaban... Y admiraban lo que nosotros quisimos m¨¢s: cuando hay tramontana, esa luz". Nitsa lo llama "el azul Egeo", este azul que fascin¨® a Picasso.
Lo que le fascin¨® a Aracil fue "el paisaje en s¨ª mismo, todos los matices del azul que tan bien ha pintado R¨¤fols Casamada. Es un sitio para pintores, para poetas... Y la gente es tan normal, tan tranquila. ?James Mason ech¨® a su manager porque aqu¨ª no le ped¨ªan aut¨®grafos!". Como es historiador, le pedimos a Aracil un breve resumen de la historia de Cadaqu¨¦s. "Es un pueblo que es una isla que est¨¢ m¨¢s cerca del mar que de la tierra; sus pobladores tienen esp¨ªritu de pescadores, de aventureros del mar, por eso en tiempos prehist¨®ricos fue centro para piratas y contrabandistas, y tienen un lenguaje propio, parecido al de Mallorca. Y despierta energ¨ªa, entusiasmo, esa sensualidad que t¨² apreciaste esta ma?ana al entrar en el Casino". Sergi nos dice sus palabras para Cadaqu¨¦s: "Extremo, radical, viento fuerte, paisaje caracter¨ªstico...".
El arroz con cigalas reales despert¨® una sensualidad equivalente.
Ana Mar¨ªa en la orilla. En el bar de la orilla, frente al Casino, est¨¢ Ana Mar¨ªa Moix, poeta, novelista, editora. Viene desde 1969, cuando Cadaqu¨¦s era la capital de la gloria art¨ªstica, aquellos veranos. Antes de encontrarnos con ella abordamos a un hombre tocado con sombrero; le resultaba m¨¢s c¨®modo no decir su nombre; es ingeniero industrial. Para ¨¦l, que viene desde hace treinta a?os, Cadaqu¨¦s "ha perdido parte del encanto, se est¨¢ construyendo en demas¨ªa, y corre el riesgo de perder su car¨¢cter...".
Moix vino aqu¨ª con amigos como Esther Tusquets, como Luis Goytisolo... Ahora vive aqu¨ª en un apartamento que dise?¨® ?scar Tusquets. Han pasado treinta a?os, "por nosotros y por el pueblo, y ha cambiado Cadaqu¨¦s como hemos cambiado nosotros. La gente es distinta, y es tambi¨¦n distinta la gente que viene. De los que ven¨ªan, unos han muerto y otros nos hemos retirado bastante, ya no se hacen las juergas que viv¨ªamos... ?Yo ten¨ªa veinte a?os! Cadaqu¨¦s era precioso, y no se ha estropeado tanto como otros sitios de la costa. Aqu¨ª sigue siendo una gozada ba?arse en el mar a las nueve de la ma?ana, en la absoluta soledad, en estas aguas tan limpias".
Un placer similar encuentra Jos¨¦ Antonio Mill¨¢n, escritor, madrile?o emparentado con Cadaqu¨¦s; le encontramos aqu¨ª, mirando el Mediterr¨¢neo, sentado en el chiringuito m¨¢s famoso de la villa. Para ¨¦l, el emblema de Cadaqu¨¦s (Nos amb nos, Nosotros con nosotros, como de Los tres mosqueteros) lo dice todo sobre el car¨¢cter de los cadaquenses... "Es una isla, por eso se ha conservado". "Pero no hay m¨¢s espacio: no lo pueden estropear", dice Moix. "?Ya ver¨¢s! A¨²n pueden estropearlo mucho m¨¢s".
Donde estamos sentados con ellos se sienta (siempre) Javier Tomeo, el novelista; se sienta de espaldas al mar, para ver a la gente, para hablar con ella... A ellos "les engancha Cadaqu¨¦s", por el mar, por el aire, por ese "jard¨ªn mineral" del que hablaba Pla. "Y por la luz", dice Ana Mar¨ªa Moix, "que cambia todo el rato".
"A las seis de la ma?ana, cuando todav¨ªa no ha aparecido el sol por Cap de Creus, es como si se fuera revelando una fotograf¨ªa... Van apareciendo los blancos del pueblo, hasta que se hacen patentes, y luego se van haciendo rojizos los tonos de las monta?as porque el sol les da de lleno... Como si se revelara una pel¨ªcula". La descripci¨®n es de Nitsa. Le pregunt¨¦ por lo inolvidable de Cadaqu¨¦s, despu¨¦s de o¨ªrle. Y respondi¨®: "El arroz que te vas a comer ahora".
Cuando nos fuimos hab¨ªa ante el Casino decenas de mochilas apiladas. Turistas que hab¨ªan venido a ver la pel¨ªcula.
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