Con el sonido y la libertad del jazz
Ten¨ªa las piernas demasiado largas para ser ciclista, pero se paseaba por Par¨ªs montado en una bicicleta que hab¨ªa bautizado con el nombre de Aleluya, por aquel Par¨ªs que de buena ma?ana, con las calles reci¨¦n regadas, ol¨ªa a croas¨¢n y a pan caliente. Viv¨ªa como un estudiante y no era un estudiante; daba la sensaci¨®n de estar exiliado y no era un exiliado; queda por saber si Julio Cort¨¢zar era realmente argentino y no un ser desarraigado, que hab¨ªa convertido la literatura fant¨¢stica, el jazz, la pintura de vanguardia, el boxeo y el cine negro en su ¨²nica patria y Par¨ªs en una met¨¢fora, en una cartograf¨ªa ¨ªntima. Si ser argentino consiste en estar triste y en estar lejos, Julio Cort¨¢zar hizo de su parte todo lo posible por responder a ese modelo, que cada lector pod¨ªa armar y desarmar a su manera.
No hab¨ªa ninguna chica que, despu¨¦s de leer 'Rayuela', no so?ara con ser la Maga
Hab¨ªa nacido en Bruselas, en 1914, hijo de madre francesa y de un diplom¨¢tico argentino, agregado comercial de la embajada de su pa¨ªs en B¨¦lgica, que los abandon¨® al poco tiempo. Pas¨® la infancia en Banfield, una barriada al sur de la capital porte?a, y en la adolescencia una enfermedad le permiti¨® comerse mil libros; luego se gradu¨® de maestro y fue profesor en la universidad de Cuyo, en Mendoza, pero su esp¨ªritu refinado acab¨® por chocar contra lo m¨¢s grasiento del peronismo. Hubo otros enredos. Por la pasi¨®n con una de sus alumnas, Nelly Mart¨ªn, aquellos burgueses de provincias lo aislaron con un cord¨®n sanitario, y el hecho de que un d¨ªa se negara en p¨²blico a besar el anillo del nuncio Serafini acab¨® por convertirlo en un proscrito. Estaba ya listo para decir adi¨®s a todo aquello.
El joven Cort¨¢zar conoci¨® a la traductora Aurora Bern¨¢rdez, hija de emigrantes gallegos, que ser¨ªa su primera mujer; en 1951 consigui¨® una beca del gobierno franc¨¦s y con ese pretexto se instal¨® definitivamente en Par¨ªs. Ya hab¨ªa escrito Bestiario, el primer libro de cuentos, ponderado por Borges, que se convertir¨ªa en el germen de su fama. Realmente, se sent¨ªa muy lejos. Pod¨ªas imaginarlo sentado en la terraza de cualquier caf¨¦ del Barrio Latino midiendo con la mente la distancia que lo separaba de Buenos Aires, mientras escrib¨ªa Rayuela, su obra maestra, sin ahorrarse un gramo de melancol¨ªa. Tal vez por all¨ª cruzaban los grandes del jazz, de paso por Par¨ªs, que despu¨¦s de una noche de gloria en la sala Pleyel volv¨ªan a llenar el dep¨®sito de whisky en el mercadillo callejero de la rue de Seine, antes de irse a la cama en el hotel La Louisiane, donde se hospedaban. En esa calle empieza la acci¨®n de Rayuela, por all¨ª va Oliveira hasta el arco del Quai de Conti para encontrarse con la Maga. En ese hotel vivieron Sartre y Simone de Beauvoir. Y tambi¨¦n Albert Camus y Juliette Greco. Ahora, en su angosto ascensor, unas chicas molonas que so?aban con ser modelos de Yves Saint Laurent se entreveraban con Miles Davis y Charlie Parker, uno con la trompeta y otro con el saxo a cuestas.
Amar a Cort¨¢zar fue el oficio obligado de toda una generaci¨®n. En ¨¦l se reconoci¨® una tribu, que a mitad de los a?os sesenta hab¨ªa descubierto con sorpresa que en castellano tambi¨¦n se pod¨ªa escribir con la misma libertad con que suena del jazz, rompiendo el principio de causalidad, o de la manera con que Duchamp cambiaba de sitio los objetos cotidianos y los colocaba en un lugar imprevisto para que una mirada nueva los convirtiera en arte. Un argentino con acento franc¨¦s que arrastraba guturalmente las erres pod¨ªa ser muy seductor, y si encima usaba gafas de carey negro como Roger Vadim sin necesitarlas, y a¨²n ten¨ªa la cara de joven universitario de la Sorbona a los 50 a?os y el jersey de cuello vuelto le hac¨ªa juego con el mech¨®n de pelo que le sombreaba la frente y aparec¨ªa en las fotos tocando la trompeta y se comportaba con una ¨¦tica personal coherente con lo que escrib¨ªa, no es extra?o que produjera estragos entre los lectores libres e imaginativos de entonces. No hab¨ªa ninguna chica que, despu¨¦s de leer Rayuela, no so?ara con ser la Maga.
Cuando en 1981 Mitterrand le concedi¨® la nacionalidad francesa, en una pared de Buenos Aires apareci¨® esta pintada: "Volv¨¦, Julio, qu¨¦ te cuesta". Cort¨¢zar volvi¨® a Buenos Aires para visitar a su madre muy enferma y se le vio vagar por el aeropuerto de Eceiza como un extra?o, sin que nadie hubiera acudido a recibirle. Nunca fue aceptado por ninguna autoridad establecida. Hoy, en el barrio de Palermo de Buenos Aires hay una plazoleta con su nombre, de la que arranca la calle dedicada a Jorge Luis Borges y muy cerca se alarga un pared¨®n donde en la oscuridad se sacrifican los travestis.
Conoci¨® otros amores. La lituana Unge Karvelis forz¨® su divorcio con Aurora y lo concienci¨® pol¨ªticamente, y a partir de entonces hubo el otro Cort¨¢zar: el que baj¨® de la torre de marfil al barro para comprometerse con las causas perdidas, el que firmaba manifiestos, presid¨ªa tribunales contra las tiran¨ªas de Videla y de Pinochet, el que amaba a Salvador Allende y el sandinismo de Nicaragua; esta actitud militante, unida a su est¨¦tica de vanguardia, fue una mezcla explosiva para sus lectores de izquierdas, pero acab¨® por distanciarlo de algunos viejos amigos y colegas latinoamericanos que antepusieron su ideolog¨ªa a su admiraci¨®n. Luego su pasi¨®n por Carol Dunlop le hizo cabalgar en otros viajes, uno de los cuales fue el que los llev¨® al m¨¢s all¨¢. Carol parti¨® primero a causa de la leucemia y dos a?os despu¨¦s esta misma enfermedad acab¨® tambi¨¦n con el escritor. A medida que envejec¨ªa su rostro lampi?o iba recobrando las facciones de un ni?o, con sus mismas piernas interminables. Muri¨® el 12 de febrero de 1984 en el hospital de St L¨¢zare y la gallega Aurora Bern¨¢rdez, que hab¨ªa vuelto a su lado, lo acompa?¨® hasta el final durmiendo en una colchoneta en el suelo.
Cort¨¢zar est¨¢ enterrado en la misma tumba de Carol, en el cementerio de Montparnasse, y sus fieles, cuando la visitan, cumplen con el rito de dejar sobre la nubecilla grabada en la losa un vaso de vino y un papel con el dibujo de una rayuela, ese juego de los ni?os en la calle. Sin premios, ni medallas, ni academias, ni ropones severos, se fue al otro mundo s¨®lo con la pasi¨®n de sus lectores. En Cort¨¢zar am¨¢bamos lo que Par¨ªs ten¨ªa de libertad y a toda una lista de amores, personajes y lugares secretos, que uno pod¨ªa confeccionar en un minuto, y tambi¨¦n a todas las chicas que pasaban en bicicleta, con la baguette y un libro en la cestilla del manillar y que pod¨ªan ser la Maga.
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