La multiplicaci¨®n celular
?D¨®nde he visto antes ese feto que me resulta tan familiar? se pregunta uno al observar el de la foto. Pues quiz¨¢ dentro de su vientre o del de su esposa, si van ustedes a tener un hijo y se han hecho una ecograf¨ªa. Todos los fetos se parecen, de modo que si nos pusieran siete u ocho en l¨ªnea, como en las ruedas de reconocimiento policiales, ser¨ªamos incapaces de decir cu¨¢l es el nuestro. En cambio, cuando se convierten en personas, podemos distinguir el cuerpo de nuestro padre, de nuestro hermano, de nuestro vecino, y hasta de nuestro cu?ado, a cien metros, s¨®lo con verlos andar. Est¨¢s, pongamos por caso, lejos de casa, en Nueva Delhi, y cruza la calle tu yerno, que vive en Valladolid. Pues lo reconoces al instante. Es ¨¦l, Fernando, co?o, qu¨¦ har¨¢ aqu¨ª si no me ha dicho nada.
F¨ªjense en el feto de la foto. No le han descodificado para salvaguardar su intimidad
Una vez que nos salen las piernas y aprendemos a manejarlas no hacemos otra cosa que ir de un lado a otro, pero el verdadero viaje no es el que hacemos desde Madrid a Pek¨ªn o desde Barcelona a Tokio, sino el que realizamos desde las ocho de la ma?ana hasta las ocho de la tarde, o desde el lunes al viernes, o desde enero a diciembre, o desde el a?o de nuestro nacimiento al de nuestra defunci¨®n. En este viaje es en el que nos jugamos la vida (y la perdemos). Lo realizamos dentro de un cuerpo que nos viene peque?o, apretados contra sus paredes, como los deportados en los vagones de tren. Tenemos que hacernos las necesidades encima porque somos simult¨¢neamente el vag¨®n y el pasajero, el continente y el contenido, el envase y el regalo. As¨ª, mientras fingimos que vamos de C¨¢diz a Jerez, viajamos en realidad por dentro de nosotros, desde el feto de la foto (curioso sonido, feto de la foto) hasta esta cosa que luego llamamos Jorge o Federico o Mar¨ªa o Lucrecia. La multiplicaci¨®n celular permite asimismo que adem¨¢s de tener un nombre y un apellido llevemos tambi¨¦n un cargo, de modo que para esas fechas nos hemos convertido en directores generales o en ingenieros de caminos o en fontaneros o en autores de teatro o en interventores de Hacienda. El caso es no parar para olvidarnos de que mientras vamos de un lado a otro, lo ¨²nico que hacemos de verdad es viajar desde el ¨²tero al ata¨²d, dos palabras con u, como ulular y l¨²gubre. Casi todas las palabras con un dan miedo, pero la m¨¢s aterradora es "t¨²".
F¨ªjense en el feto de la foto. No le han descodificado la cara para salvaguardar su intimidad porque en el momento del viaje existencial en el que ha sido sorprendido podr¨ªa ser el feto de cualquiera, incluso de un cualquiera. Ni siquiera hay forma de saber si se trata de un feto chino o negro o neozeland¨¦s. No sabemos si es vasco, gallego, canario o espa?ol. Lo ¨²nico que nos atrever¨ªamos a afirmar es que se trata del feto de un mam¨ªfero (aunque hemos visto fotograf¨ªas de pollos en construcci¨®n muy semejantes). La existencia, en sus comienzos, es abstracta. Luego atraviesa una etapa de figuraci¨®n (cuando no de realismo sucio), que coincide con la llamada puta vida, para regresar de nuevo a la abstracci¨®n, sobre todo si te incineran. Tal vez por eso no entendemos el arte abstracto. ?Qui¨¦n entiende a este feto cuyo gesto, sin embargo, nos resulta tan extra?amente familiar? ?C¨®mo saber qu¨¦ quieren decir las cenizas de pap¨¢?
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