No es un juego de ni?os
Confieso que, adem¨¢s de admirar su escritura, muy bien traducida, o mejor dicho, muy bien representada en castellano por Dami¨¢n Alou, hace unos d¨ªas, al acabar esta novela, me dominaba la imprecisa sensaci¨®n de que el libro me hab¨ªa gustado m¨¢s por todo aquello en que evitaba convertirse que por lo que era en realidad. Me explico contando a grandes rasgos el argumento. Max Morden, un viudo reciente, vuelve al punto de la costa irlandesa donde, cincuenta a?os antes, en su muy lejana adolescencia, descubri¨® algunos alicientes de la vida y fue testigo de un hecho tr¨¢gico cuyas consecuencias fueron nuevos misterios que en eso quedaron. Pasado y presente se enfrentan, se superponen y, a veces, se confunden, pero no hasta la catarsis que quiz¨¢ est¨¦ buscando su protagonista y narrador. Hay un pic-nic en la hierba, hay playas y hay brisa marina meciendo los flecos de las sombrillas y hay besos robados y desconcierto adolescente y confusi¨®n adulta y estados terminales. Hasta aqu¨ª el argumento. Con ese mismo material, el encallecido oficio de un melodram¨¢tico depredador de mentes hubiera construido un artefacto sentimental de lo m¨¢s peligroso y, varios pelda?os por encima, a un buen novelista -pienso en Ian McEwan- le hubiera sido f¨¢cil, aunque nunca es f¨¢cil, escribir una hermosa tragedia, que es mucho, y en la mayor¨ªa de ocasiones m¨¢s que suficiente. Sin embargo, John Banville hace algo completamente inesperado: concibe a trav¨¦s de su narrador un drama a contratiempo donde no importa tanto el modo en que se disponen las peripecias y los sucesivos golpes de efecto, sino el doloroso estupor que derraman. No es una historia de movimientos, sino de merodear en torno a las huellas de esos movimientos, un rastro de voces y gestos evanescentes cuya suma deber¨ªa significar algo.
EL MAR
John Banville
Traducci¨®n de Dami¨¢n Alou
Anagrama. Barcelona, 2006
219 p¨¢ginas. 15 euros
De acuerdo con ello, y seg¨²n
mi primera impresi¨®n, el autor hace gala de un virtuosismo que deviene magn¨ªfico escaparate de ritmos y sensaciones, pero un cristal blindado se levanta entre lector y novela. Sin embargo, como ocurre a veces, y ¨¦sa es la verdadera fuerza de algunas historias, entre el fin de la lectura y el momento en que redacto este comentario la novela ha crecido -o, dig¨¢moslo claro, la novela me ha hecho crecer-, porque ahora no s¨®lo percibo el logro, digamos, profesional, sino tambi¨¦n el art¨ªstico. El cristal ha desaparecido. En ese lugar indeterminado de la costa irlandesa, Banville ha logrado que se unan verdad y vida.
Los narradores de las ¨²ltimas novelas de Banville tienen algo en com¨²n: son seres que nadan entre las cenizas de los puentes maltrechos de su humanidad con la certeza de que bracear sin rumbo es la ¨²nica actividad que se les consiente. As¨ª sucede con la pat¨¦tica voluntad de estoicismo del narrador de El intocable, el narcisismo espectralizado del actor de Eclipse o el intrincado cinismo del intelectual de Imposturas. En El mar nos encontramos con la rabia, por mucho tiempo aletargada, del que gusta llamarse diletante y que, como tantos de los que as¨ª se nombran, s¨®lo ha sido un oportunista perezoso. Ahora asistimos al invierno de una inteligencia clara, una conducta indolente e interesada y, si nos atenemos a la ¨²nica "cuarta pared" de la novela, un talento creador escaso, aunque es obvio que, si de escribir se trata, el diletante "Max Morden" escribe como un maestro.
Ser¨ªa f¨¢cil, pero lo voy a hacer, recurrir aqu¨ª a los lugares comunes de la moderna escritura del Tiempo, una constante reescritura, en realidad. Es indudable que esta novela recuerda a Proust y que la lucha del sentimiento de p¨¦rdida, y su tono tan caracter¨ªstico de hiriente desenfado, remiten a cuentos de Nabokov como Ultima Thule o Primavera en Fialta. Sin embargo, recuerdo aqu¨ª la ra¨ªz com¨²n de la intuici¨®n del tiempo como memoria constantemente renovada, cuya formulaci¨®n se debe a Henri Bergson. En su fundamental La evoluci¨®n creadora, Bergson compara la vida como una ola infinita que bate, por as¨ª decirlo, a favor de la intuici¨®n. Y dice: "Por tanto, si ascendemos a nuestro propio interior, tocaremos un punto mucho m¨¢s profundo, un empuje mucho m¨¢s fuerte nos lanzar¨¢ de nuevo a la superficie". Es decir, la experiencia interna, la duraci¨®n (dur¨¦e), conoce un tiempo diferente al tiempo convencional. Y esa duraci¨®n, en su continuo fluir, sabe de ritmos, estanques y remolinos. La met¨¢fora est¨¢ servida. La memoria del ser humano es el mar.
Sin embargo, El mar de Banville es algo m¨¢s que "el mar" de Bergson. En Banville es importante la introspecci¨®n del autor para ser testigo del continuo remodelarse del pasado, pero a¨²n lo es m¨¢s la soledad que conlleva el acto. En la novela, nadie entiende las razones de los otros, y si lo hace, es a trav¨¦s de una piedad que se resiste a ser llamada as¨ª por medio de una sard¨®nica distancia. ?sa es la grandeza de esta novela: en un estado de p¨¦rdida, de aflicci¨®n, uno s¨®lo entiende sus intuiciones y el rastro de las intuiciones de los otros en una ondulaci¨®n constante, de apariencia maleable, pero tambi¨¦n igual a s¨ª misma, que nos mece hasta abandonarnos como un le?o empapado en la orilla de la muerte.
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