Aquel verano del 56
Hace medio siglo, pero muchos lectores -y colaboradores- de este peri¨®dico recordar¨¢n aquella convulsa primavera en la Universidad de Madrid y aquel verano tenso, de tregua ominosa y comp¨¢s de espera tras las manifestaciones, detenciones, refriegas y movimientos pol¨ªticos del agitado curso. Muchos creyeron que era el principio del fin de la dictadura de Franco. Pero s¨®lo fue el principio de la segunda etapa de esa dictadura, la etapa del Plan de Estabilizaci¨®n y del desarrollismo, que no concluy¨® hasta la muerte natural del dictador. Acaba de salir la segunda edici¨®n del libro de Pablo Lizcano La generaci¨®n del 56, que narra competentemente los acontecimientos de aquel a?o, pero quiz¨¢ no est¨¦ de m¨¢s recordar los principales acontecimientos.
Despu¨¦s de 17 a?os de silencio, la Universidad espa?ola, y en especial la madrile?a, hizo acto de presencia en la herm¨¦tica palestra pol¨ªtica de entonces, provocando la inquietud, si no el p¨¢nico, en los c¨ªrculos franquistas. Coincidieron en aquellos momentos la llegada a las aulas de esa nueva generaci¨®n estudiantil que no hab¨ªa conocido la Guerra Civil (m¨¢s que, en todo caso, en su primera infancia) con unas autoridades acad¨¦micas comprensivas y dialogantes como el franquismo no hab¨ªa conocido antes: Joaqu¨ªn Ruiz Gim¨¦nez, en el Ministerio de Educaci¨®n, y Pedro La¨ªn Entralgo, en el rectorado de la Universidad de Madrid (luego rebautizada Complutense).
Las iniciativas culturales de los estudiantes encontraban acogida favorable en las autoridades, e inmediatamente adquir¨ªan caracteres pol¨ªticos en una sociedad en que Antonio Machado era un proscrito y la palabra libertad sonaba a blasfemia. Las aulas de poes¨ªa se convert¨ªan en m¨ªtines; las charlas de caf¨¦, en siniestras conspiraciones. Se repartieron octavillas pidiendo la democratizaci¨®n del sindicato estudiantil falangista (SEU, el ¨²nico permitido), y eso provoc¨® la entrada de centurias falangistas en la Facultad de Derecho (el viejo caser¨®n de la calle de San Bernardo), y varios d¨ªas de manifestaciones callejeras y peleas entre estudiantes y falangistas, con el resultado de un herido grave de bala, un joven falangista no estudiante, cuyo agresor nunca se dio a conocer.
La reacci¨®n del r¨¦gimen de Franco fue inmediata: Ruiz Gim¨¦nez y su equipo fueron destituidos, y se detuvo a los que se estimaba que eran dirigentes de la "conjura": Miguel S¨¢nchez Mazas, Dionisio Ridruejo, Ram¨®n Tamames, Jos¨¦ Mar¨ªa Ruiz Gallard¨®n, Enrique M¨²jica, Javier Pradera y Gabriel Elorriaga. Pero no fueron los ¨²nicos: muchos m¨¢s "conjurados" de a pie pasamos por los calabozos de la Puerta del Sol en aquellos d¨ªas.
Pese a la represi¨®n, sin embargo, el movimiento estudiantil cobr¨® mayor fuerza. Como puede verse por los siete "cabecillas", como los llamaba la prensa franquista (no hab¨ªa otra), el espectro pol¨ªtico del grupo estudiantil era muy amplio: iba desde los comunistas hasta los falangistas rebeldes.
Franco debi¨® pensar que las detenciones y los cambios en el ministerio hab¨ªan resuelto el problema, pero se equivoc¨®. Nos fue soltando, pero tuvo que llevar a cabo nuevas detenciones. Para aplacar los ¨¢nimos, se permiti¨® una cierta democratizaci¨®n del SEU, con elecciones en las delegaciones de curso, pero result¨® que sal¨ªan elegidos los no afectos. La semi-democratizaci¨®n del SEU contribuy¨® a despertar inter¨¦s por los temas pol¨ªticos en muchos estudiantes que de otro modo hubieran permanecido indiferentes. Y en los a?os que siguieron, la efervescencia estudiantil en Madrid continu¨®, siguieron las detenciones y los procesos, y comenzaron los exilios. En 1958 volvi¨® a haber redadas numerosas de comunistas y socialistas. Tras las detenciones de ese a?o hubo un per¨ªodo de relativa quietud, pero al cabo de unos a?os, en 1965, hubo masivas manifestaciones estudiantiles y la separaci¨®n de sus c¨¢tedras de Tierno, Aranguren, Garc¨ªa Calvo, Aguilar Navarro y Montero D¨ªaz.
Cualquiera dir¨ªa, leyendo esto, que el movimiento estudiantil hab¨ªa hecho "tambalearse al r¨¦gimen", como se repet¨ªa por entonces. No fue as¨ª. Al contrario, la relativa liberalizaci¨®n econ¨®mica del Plan de Estabilizaci¨®n de 1959, junto con una lev¨ªsima suavizaci¨®n pol¨ªtica, dio al r¨¦gimen cuerda para rato y adem¨¢s permiti¨® una d¨¦cada de crecimiento econ¨®mico sin precedentes. Resulta doloroso reconocerlo, pero a la sociedad espa?ola los sacrificios de la generaci¨®n del 56 le fueron indiferentes. Tuvieron muy poco eco: s¨®lo en Barcelona hubo movimientos estudiantiles comparables, aunque totalmente descoordinados.
La sociedad espa?ola s¨®lo se hizo sentir pol¨ªticamente tras la muerte del dictador: entonces empezaron a o¨ªrse las voces de indignaci¨®n e impaciencia de los "dem¨®cratas de toda la vida": a moro muerto, gran lanzada. El significado que tiene medio siglo m¨¢s tarde "la generaci¨®n del 56" es puramente testimonial y moral. Quiz¨¢ contribuy¨® a acelerar ese "cambio de piel" (Fusi dixit) del r¨¦gimen que facilit¨® la modernizaci¨®n social y el crecimiento econ¨®mico. Pero no lo derrib¨®, todo lo contrario. Espa?a no se movi¨® y Franco muri¨® en la cama 19 a?os m¨¢s tarde. Esto no tiene vuelta de hoja, y es parte esencial de la tan tra¨ªda y llevada "memoria hist¨®rica", por m¨¢s que a muchos nos duela reconocerlo. La realidad es amarga, pero tratar de convertir las derrotas en victorias, reescribir la historia seg¨²n los gustos o las consignas de momento, es m¨¢s propio del franquismo o del estalinismo que de una sociedad democr¨¢tica.
Gabriel Tortella es catedr¨¢tico de Historia Econ¨®mica en la Universidad de Alcal¨¢.
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