Dos amigos
Este verano, a mitad de agosto, vino Ella con la guada?a y de un solo tajo, el mismo d¨ªa, seg¨® a dos de mis mejores amigos. Uno era cartesiano y no abandon¨® nunca su asombro ante la estupidez humana; el otro era orgi¨¢stico y parec¨ªa haber venido a este mundo a agarrar todos los deseos por el rabo. Con los dos hab¨ªa realizado diversas traves¨ªas. Con Jol¨ªs hab¨ªa navegado en su barco a las islas muchos a?os. A este amigo lo llevo asociado a los placeres del mar, a las sobremesas llenas de risas en los d¨ªas placenteros. Cuando zarp¨¢bamos de noche, a veces dej¨¢bamos en el puerto las melod¨ªas de boleros de alg¨²n baile de verbena y la voz edulcorada del vocalista nos segu¨ªa hasta alta mar y finalmente se perd¨ªa junto con las luces del faro de la Nao. En esas traves¨ªas hacia Formentera, mientras Jolis atend¨ªa al piloto autom¨¢tico, yo iba a su lado tumbado en la cubierta boca arriba. Algunas veces imaginaba que los amigos y amores de juventud que ya hab¨ªan muerto estaban en una de las estrellas. Hemos entregado las cenizas de Jol¨ªs al mar de Denia y yo quise que las acompa?ara su gorra de navegante gastada, breada e impregnada de salitre. Aunque sus cenizas hayan pasado a ser alimento de las doradas, en adelante Jol¨ªs estar¨¢ habitando siempre en Altair, una de las estrellas del Tri¨¢ngulo de Verano y en la pr¨®xima traves¨ªa nocturna, cuando suene una m¨²sica de bolero en alta mar, pensar¨¦ que ¨¦l toca el saxo en esa orquesta desde un punto del universo. Este verano vino Ella con la guada?a y se llev¨® tambi¨¦n a Carlos Lu¨ªs ?lvarez, otro amigo con el que he navegado muchas veces por el asfalto m¨¢s duro de Madrid. Eran otras traves¨ªas, otras risas compartidas desde su inteligencia desesperada. Tiempos de la revista Hermano Lobo. No creo que Carlos Lu¨ªs haya sido nunca tan feliz escribiendo como en aquellos d¨ªas en que, inmiscuido en aquel grupo de humoristas c¨ªnicos e irreverentes, ¨¦l pudo convertir por primera vez su miedo reverencial en un sarcasmo apasionado. Entre aquella pandilla de desalmados era el m¨¢s desvalido, el que lleg¨® arrastrando m¨¢s heridas ¨ªntimas, pero tambi¨¦n el m¨¢s inteligente. Vendr¨¢ otro verano y Jol¨ªs ya no estar¨¢ esperando con una botella de ron en la cubierta de su barco dispuesto a zarpar. Llegar¨¦ a Madrid y la silla de Carlos Lu¨ªs en la mesa del restaurante tambi¨¦n estar¨¢ vac¨ªa, pero los dos tendr¨¢n en mi memoria una sola tumba y en ella, mientras viva, habitar¨¢ la inteligencia y los placeres, que me regalaron estos dos amigos cuando aun eran inmortales.
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