El serm¨®n de Montesinos
En los pliegues del V Centenario de la muerte de Col¨®n (Valladolid, 1506) se ocultan dos nombres casi desconocidos que representan la idea civilizada de la presencia de Espa?a en Am¨¦rica. La idea que pudo ser pero que fue vencida. Se llamaban Pedro de C¨®rdoba y Ant¨®n Montesinos, dos frailes dominicos que llegaron a La Espa?ola desde el monasterio de Santo Tom¨¢s de ?vila, ciudad que ahora les recuerda con un congreso y una exposici¨®n.
Les bast¨® poco tiempo para darse cuenta de la "triste vida y asp¨¦rrimo cautiverio que la gente natural de esta isla padec¨ªa" en los a?os de dominaci¨®n espa?ola. Ni cortos ni perezosos, encargaron a su mejor predicador, Ant¨®n Montesinos, que sacudiera la conciencia de los encomenderos y de los notables de la isla que aquel domingo de Adviento acudieron a la misa, con el almirante Diego Col¨®n a la cabeza: "?Con qu¨¦ derecho y con qu¨¦ justicia ten¨¦is en tan cruel y horrible servidumbre a estos indios? ?Con qu¨¦ autoridad hab¨¦is hecho tan detestables guerras a estas gentes? ?C¨®mo los ten¨¦is tan opresos y fatigados, sin darles de comer ni curarles de sus enfermedades? ??stos no son hombres?... Tened por cierto que en el estado que est¨¢is no pod¨¦is salvaros m¨¢s que los moros o turcos". Para Montesinos, la conquista ten¨ªa el nombre b¨ªblico de invasi¨®n, el cuarto jinete del Apocalipsis que cabalga junto a la peste, la guerra y el hambre.
Los notables no pod¨ªan dar cr¨¦dito a tanta osad¨ªa. Exigieron del prior, Pedro de C¨®rdoba, rectificaci¨®n p¨²blica el domingo siguiente. Volvi¨® al p¨²lpito el mismo predicador, pero esta vez con un texto suscrito por toda la comunidad en el que se ratificaba todo lo dicho anteriormente. Sabemos de esta historia por un testigo que andaba cerca. Era a la saz¨®n encomendero, se llamaba Bartolom¨¦ de las Casas, acab¨® convirti¨¦ndose y encarnando como nadie el esp¨ªritu del serm¨®n de Montesinos.
De las cr¨ªticas de Las Casas a la conquista de Am¨¦rica estamos bien informados. En su escrito tard¨ªo, Confesionario, las resume sin paliativos. Todo lo que se ha hecho en las Indias, dice, "ha sido contra todo derecho natural y derecho de gentes, y contra todo derecho divino... y, por consiguiente, nulo, inv¨¢lido y sin ning¨²n valor y momento de Derecho".
La contundencia de sus cr¨ªticas ha alimentado en el pasado, seg¨²n sus detractores, la leyenda negra, pero en estos momentos de cultura de la memoria, el esp¨ªritu del serm¨®n de Montesinos adquiere una significaci¨®n especial porque aclara el alcance espacial y temporal de la conquista. Sabido es que Las Casas juzga la presencia de los espa?oles coloc¨¢ndose en el punto de vista del indio. Y, sin embargo, no pierde de vista a la Pen¨ªnsula.
Lo que busca, dice, es "el bien y la utilidad de Espa?a"; intenta librar "a mi naci¨®n espa?ola" del error que est¨¢ cometiendo. No son frases. Es perfectamente consciente de que lo que se est¨¢ jugando en las Indias no es s¨®lo la buena o mala aplicaci¨®n de unos valores, sino su misma naturaleza. Si Espa?a legitima su presencia en nombre de una superioridad moral y t¨¦cnica que llevar¨¢ a esas tierras bienestar material y salvaci¨®n espiritual, y lo que acaba teniendo lugar es una rep¨²blica cavadora -"porque all¨ª todo se resuelve en el m¨¢s bajo y el m¨¢s civil oficio de la rep¨²blica que es cavar"-, entonces no es que se apliquen mal los valores, es que esa civilizaci¨®n ni es superior ni es universal. Las Indias son el espejo que devuelve a Europa su verdadera imagen.
Las Casas conjuga esta idea en todos los tiempos, sobre todo en uno al que deb¨ªan ser muy sensibles los notables de su tiempo: si se priva al indio de sus bienes y de su libertad, que los obispos, pol¨ªticos de la Corte y hasta el mismo Rey den por difunta su salvaci¨®n eterna. No hay dos verdades o dos teolog¨ªas seg¨²n en qu¨¦ lado del charco se encuentre uno. En el atropello del ind¨ªgena se pone a prueba la bondad del valor que se env¨ªa y que se dice defender.
Esta descalificaci¨®n de la universalidad y de la superioridad occidental tiene su miga si la comparamos con el empecinamiento de los pensadores occidentales en defender su superioridad hasta hoy. Cuando genios como Hegel -que dec¨ªa que el "esp¨ªritu universal es europeo"- van de ida, el esp¨ªritu de Montesinos est¨¢ de vuelta.
Pero hay m¨¢s. La denuncia de Montesinos afecta no s¨®lo al robo de sus bienes, sino tambi¨¦n al desprestigio de su buen nombre. Por eso Las Casas, cuando hable de las responsabilidades de los conquistadores, dir¨¢: "No s¨®lo conviene que se arrepientan del pecado de hurto y de robo, sino tambi¨¦n del de injuria", una lacra que alcanzar¨¢ a sus descendientes y que conseguir¨¢ "se pierda su memoria". Una presentaci¨®n del indio como b¨¢rbaro, cruel o incapaz acabar¨¢ asentando en el inconsciente colectivo de generaciones futuras la imagen de que no se merec¨ªan otra cosa. Y sigue: "Por lo cual tambi¨¦n est¨¢n obligados darles satisfacci¨®n". El crimen pol¨ªtico es muerte f¨ªsica y tambi¨¦n metaf¨ªsica o hermen¨¦utica. La satisfacci¨®n supone reparaci¨®n material y correcta comprensi¨®n del otro.
Que desde la muerte de Col¨®n se levantara acta de las facturas pendientes de Espa?a para con los indios explica que hoy haya quien, como Garc¨ªa M¨¢rquez, enlace con ese pasado al exigir su ejecuci¨®n: "Somos hijos, o si no hijos, al menos nietos o biznietos de Espa?a. Y cuando no nos une un nexo de sangre, nos une una deuda de servicio: somos los hijos o los nietos de los esclavos y los siervos injustamente sometidos por Espa?a". La factura sigue pendiente.
El serm¨®n de Montesinos reconcilia al hombre con lo que dicen que deber¨ªa ser la especie humana. Pero entre ese serm¨®n y nuestra realidad hay un abismo. Nosotros no somos herederos de ese esp¨ªritu, sino del de los encomenderos, como no somos hijos de la Espa?a de las Tres Culturas, sino de la negaci¨®n de la tolerancia. Una identificaci¨®n con ese pasado que pudo ser exige confrontaci¨®n con lo que hemos llegado a ser, so pena de que ante nuevos indios, nuevos negros o nuevos moros reaccionemos igual que nuestros antepasados.
Reyes Mate es profesor en el Instituto de Filosof¨ªa del CSIC
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