La peque?a simia
Si yo fuera una peque?a simia, estar¨ªa francamente molesta. ?A qu¨¦ cuento viene defender un "Proyecto Gran Simio", excluyendo a las simias y a los peque?os simios? ?Por qu¨¦ esa doble discriminaci¨®n?
Dejar fuera al sexo femenino ya es habitual, claro, pero no por eso menos inaceptable. Se me dir¨¢: pero es que el r¨®tulo es traducci¨®n del ingl¨¦s (Great Ape Project), y en ese idioma los adjetivos no se modulan con g¨¦neros gramaticales. M¨¢s a mi favor. Traducir no es copiar de forma servil, y un buen traductor vierte el original al nuevo idioma, haci¨¦ndolo accesible a sus hablantes. As¨ª pues, en principio: simio y simia, o viceversa.
Pero despu¨¦s la cosa se complica: ?por qu¨¦ grandes y no peque?os y peque?as? No se entiende. En lo que se me alcanza, una de las razones fundamentales para la defensa de los animales es evitar caer en el "especie¨ªsmo" o "especismo", t¨¦rmino acu?ado por Richard Ryder en un escrito sobre los experimentos con animales, que se utiliza ya habitualmente para criticar la posici¨®n de quienes justifican dar preferencia a los seres humanos por pertenecer a la especie Homo sapiens.
Aseguran los cr¨ªticos del especismo que la naturaleza como tal no privilegia a ninguna especie sobre otra, y en esto llevan raz¨®n, como ya dec¨ªan hace un par de siglos fil¨®sofos como Kant. Los terremotos y la erupci¨®n de los volcanes -aseguraba Kant con todo acierto- destruyen a todo tipo de seres y no se detienen con respeto ante ninguno de ellos. Son precisamente los hombres quienes aseguran que los miembros de la especie humana tienen derechos a los que corresponden deberes. Y eso -concluye el cr¨ªtico del especismo, a diferencia de Kant- es una decisi¨®n tan arbitraria como podr¨ªa serlo recurrir a otros l¨ªmites biol¨®gicos, como la raza, y entonces incurrir¨ªamos en racismo, o el sexo, lo cual nos llevar¨ªa al sexismo. A fin de cuentas -contin¨²a el cr¨ªtico del especismo-, los seres humanos pertenecen al g¨¦nero "animal" y no se ve por qu¨¦ es de recibo venerar con mayor entusiasmo a una de las especies que componen ese g¨¦nero, o por qu¨¦ no se privilegian otras delimitaciones biol¨®gicas. Limitarse a la especie es arbitrario y, por tanto, caer en especismo.
Ocurre, sin embargo, que en textos oficiales de nuestro pa¨ªs, en los que se propone adherirse al Proyecto Gran Simio, se alude, como motivos para sumarse al proyecto, a "la cercan¨ªa evolutiva y a la vecindad gen¨¦tica que tenemos con nuestros parientes, los grandes simios (secuencia del ADN de los grandes simios)", y al hecho de que compartamos "la inmensa mayor¨ªa de nuestro material gen¨¦tico con estos seres", de donde se sigue que son "compa?eros gen¨¦ticos de la humanidad".
Si ¨¦stas son las razones, no parece que podamos librarnos del sambenito de especistas, porque lo ¨²nico que hacemos es seguir privilegiando a nuestra especie y extender el privilegio a aquellos que se nos asemejan, a nuestros parientes. Y sabido es que las gentes no suelen defenderse s¨®lo a s¨ª mismas, sino a ellas y a sus parientes, incluso a sus amigos. Aquellos que demuestren cercan¨ªa gen¨¦tica con nosotros, incluidos en el club de los que tienen derechos y son destinatarios de deberes directos. Los dem¨¢s, ya veremos m¨¢s adelante. No parece un razonamiento muy contundente, entre otras cosas, porque igual de arbitrario es incluir s¨®lo a la especie humana, que a ¨¦sta y a sus allegados. Por eso los animalistas en realidad no deber¨ªan estar de acuerdo con este proyecto, ni tampoco los cr¨ªticos del especismo en general, ni, en particular, los utilitaristas y los que defienden los derechos de los animales por reconocerles un valor interno.
En lo que hace al utilitarismo, verdad es que quien lanz¨® este proyecto en primera instancia, Peter Singer, es uno de los m¨¢s destacados defensores de los derechos de los animales. Pero su raz¨®n para defen-derlos no puede ser la del parentesco gen¨¦tico, sino una que no privilegia a los grandes simios frente a los dem¨¢s. Acogi¨¦ndose a la bell¨ªsima declaraci¨®n de Jeremy Bentham "la cuesti¨®n no es ?puede razonar?, ?puede hablar?, sino ?puede sufrir?", el l¨ªmite del reconocimiento de derechos se situar¨ªa en la capacidad de sufrir.
Ciertamente -asegura el utilitarista-, todos los seres que tienen capacidad de sufrir tienen por lo mismo intereses: el inter¨¦s en no sufrir y s¨ª disfrutar. Las decisiones deben tomarse, pues, atendiendo a esos intereses, es decir, al mayor bien del mayor n¨²mero de seres con capacidad de sufrir. Entendiendo por "mayor bien" evitar en el mayor grado posible el sufrimiento y aumentar el placer de dichos seres. Lo cual obliga, claro est¨¢, a calcular en cada caso qu¨¦ puede proporcionar mayor bienestar a la mayor¨ªa, qu¨¦ seres son capaces de sufrimiento mayor y m¨¢s intenso, y c¨®mo queda la suma del conjunto.
Puede que en ocasiones los simios grandes puedan sufrir m¨¢s que los peque?itos. Pero en buen c¨¢lculo utilitarista, el sufrimiento de muchos peque?os puede ser superior al de unos pocos grandes, y ¨¦sa es una raz¨®n contundente para incluirlos en el proyecto. La medida del sufrimiento no es la de la cercan¨ªa gen¨¦tica, y cuando se empieza a calcular el n¨²mero de individuos que sufren y la intensidad relativa de sus sufrimientos, tener en cuenta s¨®lo a unos pocos es absolutamente arbitrario.
En un sentido cercano, un animalista destacado como Tom Regan critica al utilitarismo por entender que los c¨¢lculos de mayor¨ªas pueden sacrificar a individuos concretos. Por eso propone seguir reconociendo que los seres humanos tienen un valor interno y, por tanto, derechos, pero propone tambi¨¦n extender esta consideraci¨®n a todos aquellos seres que son capaces de experimentar una vida. De ellos habr¨ªa que decir -piensa Regan- no s¨®lo que tienen intereses, como asegura el utilitarista, sino tambi¨¦n que tienen un valor inherente. De donde se sigue que deber¨ªan reconocerse derechos a todos ellos, sin necesidad de c¨¢lculos del mayor bien que pueden aplastar a los individuos.
Viene a la memoria el discurso de Hermann Daggett The Rights of Animals, pronunciado en 1791 en el Providence College de Yale, asegurando que Dios ha dado a todas las criaturas una esfera en la que desenvolverse y tambi¨¦n unos privilegios que pueden llamar suyos, de donde se sigue que hay derechos de los animales tan sagrados como los de los hombres. O m¨¢s todav¨ªa, la figura luminosa de Francisco de As¨ªs reconociendo la fraternidad con la naturaleza toda.
Pero tales recuerdos y el discurso anterior no hacen sino abrir un gran n¨²mero de preguntas bien dif¨ªciles de responder. ?D¨®nde poner el l¨ªmite de los derechos que reclaman justicia? ?D¨®nde el de la vulnerabilidad que exige una protecci¨®n responsable por parte de quien puede ejercerla? ?En la especie humana? ?En la capacidad de sufrir? ?En el g¨¦nero animal? ?En la naturaleza toda?
Tal vez la soluci¨®n no consista en extender el discurso de los derechos a todo bicho viviente, sino en potenciar la responsabilidad de quienes pueden proteger a seres que son valiosos y vulnerables y no lo hacen. En este caso, potenciar la responsabilidad de los seres humanos.
Adela Cortina es catedr¨¢tica de ?tica y Filosof¨ªa Pol¨ªtica de la Universidad de Valencia y directora de la Fundaci¨®n ?tnor.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.