Agua
Agua. Por fin, lleg¨® el agua. Qu¨¦ quieren que les diga. Normalmente, los ciclistas y el agua son enemigos irreconciliables. Agua de lluvia en la carretera, se entiende, que lo que es con la ducha no hay mayor problema, al menos por mi parte. Mancha, enfr¨ªa, duele, molesta, te ciega y lo peor de todo es que convierte la carretera en una pista de patinaje. Pero yo, ayer, no pude por m¨¢s que alegrarme cuando vi las nubes de tormenta camino de Burgos. A ver si nos cae toda encima, pens¨¦, y, por una vez, la suerte estuvo de mi lado.
Es curioso esto de la Vuelta y los pueblos por los que pasa. A veces es hasta surrealista. Llevamos ya casi media Vuelta y todav¨ªa no hab¨ªamos olido la lluvia. Es que incluso durante la primera semana ni siquiera vimos una nube en el horizonte. Pues va y resulta que ayer da la casualidad de que, mientras pas¨¢bamos por un pueblo llamado Tubillos del Agua, justo all¨ª, ni antes ni despu¨¦s, nos cay¨® encima la primera tormenta de toda la Vuelta. Cierto es que aqu¨¦lla fue para avisar, porque la buena vino m¨¢s tarde, pero las primeras gotas fueron all¨ª mismo, de eso doy fe. Me record¨® a lo que pas¨® el a?o pasado en la etapa del Santuario de la Bien Aparecida, en Cantabria. Fue un final loco e ir¨®nico hasta rozar lo rid¨ªculo. El que ahora es mi compa?ero Ardila respondi¨® al ataque de Pereiro en la recta de llegada. Le consigui¨® sobrepasar con fuerza y levant¨® los brazos en se?al de victoria en lo que ambos cre¨ªan que era la pancarta de la meta. Samuel S¨¢nchez, derrotado, iba camino de hacer un en¨¦simo tercer puesto cuando vio la extra?a maniobra de sus compa?eros de fuga y advirti¨® el error: hab¨ªan sprintado en la pancarta que no era, la meta estaba unos metros m¨¢s adelante. Reaccion¨® r¨¢pidamente y sprint¨® con toda la fuerza que le quedaba para llevarse la etapa ante el pasmo y la sorpresa de los otros dos -y de todos los espectadores-. Por algo era que estaban en la Bien Aparecida. Aunque s¨®lo hubo un testigo de la buena aparici¨®n, y ¨¦se fue Samuel.
Despu¨¦s de la digresi¨®n, vuelvo al agua. Agradec¨ª la tormenta por una causa muy sencilla. Llevaba mojado casi desde el principio de la etapa, y no era precisamente por la lluvia. Hac¨ªa tanto calor y tanta humedad que las subidas al puerto de la Bragu¨ªa y al del Escudo se convirtieron en una especie de ba?o turco multitudinario. Sudaban brazos, piernas, el pecho, la cabeza y hasta parec¨ªa salir sudor de las orejas, no exagero. Y no era yo s¨®lo, sino todos. Yo llevaba hasta los pies empapados del sudor que iban recogiendo los calcetines. Por eso que agradec¨ª la lluvia, porque mojado ya estaba y no me importaba mojarme m¨¢s, pero al menos estar¨ªa fresquito. As¨ª que respir¨¦ aliviado cuando vi que, por fin, lleg¨® el agua.
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