C¨®mo prescindir de un contempor¨¢neo imprescindible
El Centro Georges Pompidou, en Par¨ªs, exhibe una instalaci¨®n firmada por Godard
En 1964, los personajes de Bertolucci en Prima della rivoluzione constataban que "no se puede vivir sin Rossellini" y lo dec¨ªan porque eran godardianos, porque buscaban en el cine el "padre" que les faltaba en materia cultural. Jean-Luc Godard, junto con Truffaut, Rivette y Rohmer, se autonombr¨® heredero de Rossellini y de Hollywood, una extra?a s¨ªntesis de realismo y mito que permit¨ªa rodar de manera casi documental historias totalmente literarias.
Jean-Luc Godard ha sido un referente obligado para dos generaciones de cineastas desde finales de los cincuenta hasta principios de los noventa. Hoy ha entrado en la historia a pesar de seguir vivo y seguir rodando. En realidad sus pel¨ªculas, desde Passion (1982), est¨¢n hechas de fulgores, de destellos y de mucha oscuridad. Siguen siendo muy personales pero ahora lo son tanto que ya casi s¨®lo ¨¦l es capaz de descifrarlas en su integridad.
El cineasta anda ensimismado en un largo mon¨®logo, hecho de arrepentimiento e iluminaci¨®n, en el que se descubre, sucesivamente, jud¨ªo, palestino, musulm¨¢n, c¨®mplice de los asesinos y de las v¨ªctimas despu¨¦s de haber sido un dandi nihilista, prosovi¨¦tico, prochino y mao¨ªsta fracci¨®n parisiense. La ¨¦poca es propicia a las identidades m¨²ltiples, sucesivas o coexistentes en el tiempo, y Godard anticipa ese fen¨®meno.
El centro Georges Pompidou ha querido celebrar a uno de sus padres espirituales. Llevaba a?os persiguiendo a Jean-Luc Godard para que ¨¦l hiciera una exposici¨®n, una exposici¨®n que no fuese una revisitaci¨®n de su trayectoria sino una obra en s¨ª misma. Pero Godard daba largas, aplazaba una y otra vez el reto, sin duda espantado ante el car¨¢cter de punto final que pod¨ªa tener la aventura.
Dominique Paini, un aut¨¦ntico conocedor del universo godardiano, logr¨® al fin convencerle ofreci¨¦ndole la oportunidad de una exposici¨®n que pod¨ªa ir cambiando a medida que pasaban los d¨ªas, que pod¨ªa ir replicando a sus visitantes. Y tanta facilidad para la r¨¦plica llev¨® a que Dominique Paini y Jean-Luc Godard discutieran, y que al final, lo que se ha presentado en el Centro Pompidou, con firma de Godard y bajo el t¨ªtulo de Voyage(s) en utopie, fuera una instalaci¨®n propia de no importa qu¨¦ artista contempor¨¢neo. No es un resumen de nada sino un bromazo m¨¢s, sin especial inter¨¦s, inteligente pero de escaso alcance, una en¨¦sima aportaci¨®n a la verborrea de la creaci¨®n de los ¨²ltimos 40 a?os.
La exposici¨®n del Pompidou ha servido para que se editasen en DVD todas las pel¨ªculas del cineasta suizo y para que se publicase un libro de 448 p¨¢ginas sobre el director, se reeditasen sus Histoire(s) du cin¨¦ma y se rescatasen algunas de sus cintas olvidadas, como las de su periodo de cineasta militante, que rodaba al margen de la industria.
En realidad si Jean-Luc Godard hoy parece abstruso y al margen de la realidad no es porque el inventor de A bout de souffle (1959), Vivre sa vie (1962), o Le M¨¦pris (1963) ya no sepa filmar, sino porque ya no existe la cinefilia.
Los j¨®venes ya no utilizan el cine para aprehender el mundo. La televisi¨®n, la consola de videojuegos, Internet y otras muchas formas de entretenimiento e informaci¨®n han desplazado el cine, como ¨¦ste, en su d¨ªa, desplaz¨® al teatro de esa funci¨®n, hasta entonces indiscutible, de ser la forma de expresi¨®n m¨¢s popular. Los sabios, cuando llevan demasiado tiempo hablando en el vac¨ªo, acaban sonando a hueco. Lo imprescindible deja de serlo.
En Madrid, el C¨ªrculo Bellas Artes exhibir¨¢ del 12 al 15 de septiembre cuatro pel¨ªculas del cineasta franc¨¦s.Es una en¨¦sima aportaci¨®n a la verborrea de la creaci¨®n de los ¨²ltimos 40 a?os
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