Para crear fantasmas
Se llama "simulacros" a lo que desde siempre se ha llamado "fantasmas", a saber, las im¨¢genes que no s¨®lo representan sino que adem¨¢s existen con independencia de aquello de lo que -se supone- son copia. La pertinencia del asunto de este libro es, pues, doble porque, por una parte, casi todo el mundo admite que vivimos la ¨¦poca de la eclosi¨®n de los simulacros, y aunque esto es una exageraci¨®n, es cierto que estamos en un mundo donde casi todo es (o puede fraguarse como) imagen, ficci¨®n, espect¨¢culo. Baudrillard, Deleuze y Debord y sus numerosos ep¨ªgonos y repetidores se han encargado de mostrarlo de forma tan recursiva como convincente. Y, por otro lado, una t¨¦cnica digital prodigiosa ha conseguido borrar con sus artificios la delgada l¨ªnea que separa lo real de lo virtual, de tal modo que el tufo y el griter¨ªo de la pescader¨ªa en el mercado del barrio pueden ser tan reales (o virtuales) como el Fantasma de Hamlet, y su mundo tan tangible (o intangible) como aquel en que Paris sedujo y rapt¨® a la ad¨²ltera Helena.
SIMULACROS El efecto Pigmali¨®n: de Ovidio a Hitchcock
Victor I. Stoichita
Traducci¨®n de Ana M. Coderch
Siruela. Madrid, 2006
338 p¨¢ginas. 26,90 euros
Plat¨®n llam¨® a estos simulacros, o dobles, obtenidos por tejn¨¦ -o sea, por arte- phantasma. Su importancia actual sin embargo es parad¨®jica porque si bien proliferan en el escenario de nuestras vidas ya no nos asustan sino que m¨¢s bien nos fascinan. Supongo que una de las intenciones manifiestas de este enjundioso trabajo iconogr¨¢fico de Victor Stoichita, historiador del arte de origen rumano radicado en Suiza, es mostrar que esta fascinaci¨®n no es nueva y que, muy por el contrario, est¨¢ profundamente arraigada en nuestra tradici¨®n cultural. Est¨¢ presente en nuestra noci¨®n elemental del arte y del artista tanto como recorre todos los momentos de la cultura europea, desde que se formul¨® por primera vez en el mito de Pigmali¨®n en las Metamorfosis de Ovidio hasta en el llamado "arte cinematogr¨¢fico", donde se confunde con el oficio de cineasta, que tiene mucho de m¨¢gico o de ilusionista cuando, como reza el t¨®pico, se aplica a fabricar sue?os. El hecho de que muchas pel¨ªculas contempor¨¢neas de esas en las que abundan los efectos especiales -es decir, los simulacros- vengan acompa?adas de amplias y pormenorizadas descripciones de c¨®mo se gestaron esos trucos muestra que la pauta del trabajo de Stoichita responde a un signo de los tiempos, aunque su tema y los ejemplos sobre los que se explaya sean muy eruditos y, en algunos casos, tan antiguos como el mito de Pigmali¨®n.
Como digo, el libro trata de
fantasmas: dobles, cuerpos artificiales, sombras enamoradas y almas errabundas, y apenas si se dedica Stoichita -s¨®lo la primera y la ¨²ltima p¨¢gina del libro- a especular acerca del esc¨¢ndalo metaf¨ªsico que supone creer en (o reconocer -que no es lo mismo-) im¨¢genes que existen por ellas mismas. Lo que en verdad le interesa es el proceso por el que se genera el cuerpo de estas im¨¢genes y, sobre todo, c¨®mo ha hecho el arte para representar ese proceso de gestaci¨®n. Por decirlo as¨ª: no le interesa tanto Galatea como el secreto de Pigmali¨®n. Las Metamorfosis, las ilustraciones del Roman de la Rose, el Baco de Sansovino, Helena de Troya, la Galatea pintada en los Salones del Louvre o las oscuras anticipaciones del cine en la fotograf¨ªa de Mesmer y los ardides de Hitchcock en V¨¦rtigo -esa pel¨ªcula barroca, repleta de fantasmas y espejismos- son estudiados en este libro curioso para revelar el secreto del arte: la capacidad supuestamente demi¨²rgica que tiene el artista de dar vida propia a una materia muerta, que de pronto puede hacerse m¨®rbida y palpitante, e inspirar deseo, adoraci¨®n o concupiscencia.
Se dir¨ªa que el libro, poblado como est¨¢ de fantasmas, tiene a su vez un fantasma propio que lo recorre de cabo a rabo: la idea de creaci¨®n, n¨²cleo de la alegor¨ªa narrada en el mito de Pigmali¨®n y que aparece aqu¨ª abordada -por una vez- sin la insoportable ret¨®rica sobre el genio a la que recurren los malos rom¨¢nticos y los romanticistas -esos fantasmones- para darse corte, so pretexto de que se ocupan del asunto.
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