El libro por venir
Adivinar el futuro del libro ante la supuesta amenaza digital es como especular con el resultado que obtendr¨¢ el domingo tu equipo favorito. No puedes saberlo, no tienes ni idea y mejor que no la tengas, porque si tu equipo, por ejemplo, va a perder por goleada, es in¨²til que lo preveas, porque no podr¨¢s hacer nada por ¨¦l, nada por evitar la cat¨¢strofe. De modo que lo mejor es no molestarse demasiado especulando. Despu¨¦s de todo, ocurrir¨¢ lo que haya de ocurrir. Es m¨¢s, en realidad el futuro digital del libro ya est¨¢ escrito, y no creo que en su escritura haya participado yo ni vaya hacerlo.
Me acuerdo ahora de que alguien, har¨¢ unas semanas, sin permiso alguno, escane¨® y colg¨® entera en la red una novela m¨ªa, editada en Barcelona hac¨ªa ya siete a?os. Pasada la inicial sorpresa y las consiguientes dudas sobre si deb¨ªa indignarme ante un hecho como aqu¨¦l, reaccion¨¦ tom¨¢ndolo todo por el lado m¨¢s pragm¨¢tico. Record¨¦ que cuando escrib¨ª aquel libro, a¨²n no ten¨ªa ordenador y, por tanto, nunca lo hab¨ªa tenido guardado en mi disco duro. Me pareci¨® de pronto muy ¨²til tener colgada all¨ª esa novela, porque a veces copio fragmentos de mis propios libros para ilustrar alguna respuesta en alguna entrevista hecha por e-mail. Se trata s¨®lo de una forma de ganar tiempo. A veces, si la pregunta es, como de costumbre, claramente redundante y se interesa por saber algo que la obra escrita explica de forma suficiente, copio directamente el fragmento aquel donde eso se explica. Y es que me siento cercano a quienes, como John Updike, est¨¢n convencidos de que la obra escrita habla por s¨ª misma y se encuentran inc¨®modos cuando se ven empujados a la fastidiosa promoci¨®n del producto, a ejercer de anuncios andantes y parlantes de sus libros.
Mientras los libros sigan teniendo lomo, seguiremos buscando ese estilo que llega al fondo de las cosas
Como se ve, supe encontrar el lado ¨²til de la espinosa cuesti¨®n de ver pirateada en la red mi novela, y creo que de alg¨²n modo, con esa espont¨¢nea reacci¨®n y casi de forma inconsciente, tom¨¦ una posici¨®n personal ante el dilema que afecta al libro por venir. Y es que puede ocurrir que las grandes cuestiones mundiales se resuelvan a veces de la forma m¨¢s ins¨®lita, se resuelvan discretamente en nuestros domicilios, meditando sin tensiones sobre el asunto, desdramatiz¨¢ndolo mientras, por ejemplo, distra¨ªdamente nos disponemos a plagiar en la red un fragmento nuestro, es decir, a asestarle secretamente en privado el golpe de gracia a nuestra propia autor¨ªa.
Tenemos derecho a ello, aunque creamos al mismo tiempo, como John Updike, en la necesidad de valorar y cultivar nuestra individualidad, aunque sigamos teniendo fe en los libreros independientes que civilizan sus barrios, aunque sigamos pensando que el libro no es nada si no es "un lugar de encuentro, en silencio, entre dos mentes, en el que una sigue los pasos de la otra, pero es invitada a imaginar...", aunque siga turb¨¢ndonos la insustituible y conmovedora relaci¨®n que existe entre lector y autor.
El discurso de John Updike a
los libreros en la convenci¨®n Book Expo, su encendida glosa a la individualidad me remite inmediatamente a Witold Gombrowicz cuando, nadando contracorriente, dec¨ªa en 1954: "Es necesario restablecer el equilibrio. En nuestros d¨ªas, la corriente de pensamiento m¨¢s moderna ser¨¢ la que redescubra al individuo". Nada ten¨ªa Gombrowicz contra el pensamiento colectivo, y menos a¨²n contra la humanidad, pero consideraba necesario restablecer el equilibrio perdido. El texto de Kevin Kelly que ha desencadenado los comentarios de Updike me ha recordado, por su parte, a unos j¨®venes amigos estalinistas de la universidad que estaban obsesionados con la idea de aniquilar todo trazo de una posible autor¨ªa art¨ªstica. Ten¨ªan algo -o mucho- de comisarios pol¨ªticos y persegu¨ªan con verdadera ferocidad, no s¨®lo a los autores consagrados, sino a aquellos j¨®venes de su propio medio que despuntaban con una inteligencia art¨ªstica claramente superior a la suya.
"Es que t¨² pretendes ser un autor", era la pintoresca acusaci¨®n que les hab¨ªa o¨ªdo decenas de veces. Desahogaban su falta de talento invocando teor¨ªas marxistas y reprimiendo con ellas a todo posible embri¨®n de autor. Ten¨ªan algo -o mucho- de Kevin Kelly, el hombre que tanto ha alarmado a Updike con su tesis sobre la gloriosa digitalizaci¨®n de todo el saber escrito y la desaparici¨®n de los autores en aras de un ¨²nico libro universal, de un flujo de palabras pr¨¢cticamente infinito al que se acceder¨¢ mediante Google: una deformaci¨®n grotesca de la biblioteca universal que imaginara Borges y que en manos de Kelly se convierte en un espeluznante libro de arena, que a buen seguro provocar¨ªa el sarcasmo del escritor argentino. Lo cierto es que si todo eso de lo que habla Kelly llega alg¨²n d¨ªa, estamos perdidos. Pero lo estaremos igual cuando llegue. Y nadie, por otra parte, va a enterarse, porque estar¨¢ escrito en la arena. En cualquier caso, mientras los libros sigan teniendo rugosos o lisos lomos, habr¨¢ vida en la playa y seguiremos buscando c¨ªnicamente, lejos de nuestros privados delitos contra la autor¨ªa, ese estilo que llega al fondo de las cosas, ese estilo que contiene las desdichadas formas de la individualidad, de la libertad, de la independencia, acaso tambi¨¦n de la maestr¨ªa.
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