Si te comes el infinito sin estrellas
1. Vas y compras Si menges una llimona sense fer ganyotes, y crees que es de formato diminuto y que contiene 114 peque?as p¨¢ginas. El propio autor, Sergi P¨¤mies, con su habitual sensatez, te lo ha confirmado: "Bueno, tiene 114 p¨¢ginas". Muy bien, piensas. Y te dices que P¨¤mies es la normalidad personificada y no te va a enga?ar. Compras su libro y te lo llevas a casa y de tan peque?o que es crees que en una hora lo habr¨¢s le¨ªdo.
Pero unos d¨ªas despu¨¦s, a la duod¨¦cima vez que lees Si menges una llimona sense fer ganyotes, te preguntas si P¨¤mies no te ha enga?ado y el libro no esconde en realidad 3.000 p¨¢ginas m¨¢s. Y al final acabas comprendiendo que P¨¤mies te ha vendido como breve lo que en realidad es un libro interminable, infinito, hasta podr¨ªa llamarse Si te comes el infinito sin estrellas. Y eso que ha tenido la delicadeza de corregirlo y dejarlo lo m¨¢s flaco posible, porque sabe que escribir es sobre todo corregir y sabe tambi¨¦n que cualquier texto siempre es susceptible de ser reducido a la mitad.
A pesar de los seis a?os que han transcurrido desde que public¨® su ¨²ltimo volumen de relatos, el libro de ahora entronca entra?ablemente con la ¨¢cida pero refrescante po¨¦tica limonera (po¨¦tica dura y al mismo tiempo sorprendentemente flexible) de algunos de los mejores relatos de aquel libro anterior que para m¨ª inaugur¨® una etapa diferente, mucho m¨¢s madura y personal, en la obra de P¨¤mies, y estoy pensando en su excepcional relato La m¨¤quina de fer pesigolles, por ejemplo.
Aqu¨ª est¨¢ ahora sobre la mesita de noche este libro nuevo e infinito de P¨¤mies, que ya tengo chupado, le¨ªdo y rele¨ªdo, le¨ªdo al rev¨¦s y hasta en dec¨²bito supino: lim¨®n eterno. Lo miro alucinado. El libro es como un pozo inagotable, es como El pou, uno de sus relatos m¨¢s perfectos y, por cierto, el m¨¢s breve. Es tan breve que no se acaba nunca. En otro de los cuentos, L'altra vida, la historia comienza con una frase con la que se podr¨ªa construir una novela r¨ªo, aunque tambi¨¦n parece la primera estrofa de un narco-corrido: "Tuve que morir para saber si me quer¨ªan". En fin. Otro cuento antol¨®gico -mi preferido junto a Sang de la nostra sang, donde se nos describe a una pareja que es muy feliz, pero que tiene que separarse porque su hija quiere ser normal como sus compa?eros de escuela, hijos todos de padres separados- es sin duda el titulado Ficci¨®, uno de esos relatos que lo dice todo y s¨®lo en ocho brev¨ªsimas y duraderas p¨¢ginas. Es curioso ver c¨®mo Ficci¨® sintetiza en esas exiguas ocho p¨¢ginas la tan tra¨ªda y pesada cuesti¨®n de las relaciones actuales entre realidad y ficci¨®n. Despu¨¦s de leerlo, he pensado que, a partir de ahora, hay que comenzar a exigir que las conferencias te¨®ricas sobre el mismo tema duren tambi¨¦n ocho sucintas p¨¢ginas. Y termino ya por hoy, pues quiero irme a dormir, que ma?ana tengo que volver a leer el libro.
2. Y es que ning¨²n escritor es bueno hasta que aprende a corregir. Pero atenci¨®n: tampoco corregir es tan f¨¢cil como a primera vista pueda pensarse. Recuerdo que el pintor Delacroix sol¨ªa decir que hay dos cosas que la experiencia debe aprender: la primera es que hay que corregir mucho; la segunda es que no hay que corregir demasiado.
3Cinco a?os han tardado los norteamericanos en saber que Bush les arrastr¨® con una sarta de mentiras a la guerra de Irak. En el resto del mundo hace cinco a?os que todo el mundo lo sabe, hasta Blair lo sabe. Pero en Estados Unidos se han enterado ahora del enga?o y est¨¢n, seg¨²n todas las encuestas, muy sorprendidos e impresionados. Como nosotros lo estamos de saberlos a ellos tan sorprendidos e impresionados. Cre¨ªamos que ya lo sab¨ªan.
4. En declaraciones a Le Matricule des Anges, Jos¨¦ Carlos Llop cuenta c¨®mo Palma de Mallorca construy¨® su identidad: "Crec¨ª en una ciudad en la que era normal encontrar en la misma terraza a Robert Graves y a Joan Mir¨®. Donde los ingleses de los a?os 30 ven¨ªan a vivir. O donde se instalaron los pieds-noirs despu¨¦s de la independencia de Argelia. Donde mis padres pod¨ªan cruzarse con Yeats en la calle. Esto construy¨® una identidad".
En s¨®lo dos a?os, Llop ha presenciado imperturbable c¨®mo la cr¨ªtica francesa (Le Monde, Lib¨¦ration, Le Figaro, Le Nouvel Observateur, Lire, entre muchas otras) ha hablado de sus dos ¨²ltimos libros sin tener noticias antes de ¨¦l y, por tanto, sin prejuicios. Han hablado los franceses con un entusiasmo -especialmente con el reci¨¦n publicado Le messager d'Alger- que no se hab¨ªa dado en Espa?a, en parte por la desidia o incompetencia de algunos de esos que hace tiempo que inventan historias de la literatura espa?ola en las que deciden que tal escritor es bueno y tal otro lo es menos o m¨¢s: afirmaciones que muchas veces surgen s¨®lo de simpat¨ªas o prejuicios personales y que a fin de cuentas no dejan de ser historias de la literatura espa?ola inventadas por ellos.
5. Seg¨²n la periodista Sandra Russo, en un reciente ensayo publicado en P¨¢gina 12, ahora resulta que los norteamericanos son lo m¨¢s parecido que hay a los peces pl¨¢tano que se invent¨® un personaje de Salinger en un famoso y prof¨¦tico relato sobre un suicida. Prof¨¦tico porque para los norteamericanos el mundo entero se ha convertido en un pozo de bananas. Vietnam, Irak y compa?¨ªa. Recordemos que esos peces pl¨¢tano de la ficci¨®n de Salinger se precipitan en pozos redundantemente llenos de pl¨¢tanos que se zampan con est¨²pida gula y sin apercibirse de que son trampas mortales: pozos infinitos que parecen conectados con el que P¨¤mies nos describe en su terrible relato El pou. Hoy hasta la tragedia americana de nuestros d¨ªas tiene algo de cuento de P¨¤mies. Aunque eso ¨¦l no lo sabe. Como tampoco sabe que soy un cuento suyo, yo tambi¨¦n soy un cuento de P¨¤mies.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.